martes, 25 de abril de 2017

La Gran Muralla (en chino wànlǐ chángchéng o 万里长城) || La Gran Muralla china: la última frontera de piedra

La Gran Muralla china: la última frontera de piedra

Revista Instituto Confucio – ConfucioMag


La Gran Muralla china: la última frontera de piedra

La Gran Muralla china es el símbolo más reconocido de China. Recorre más de 7.000 kilómetros desde el mar de Bohai hasta más allá del desierto del Gobi, abarcando en total siete provincias chinas de Este a Oeste. UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1987.

Gran Muralla china

Algunos tramos de la Gran Muralla están casi desiertos.

Reportaje de
José Vicente Castelló 
何维柯












Nadie se queda indiferente ante la imponente visión de la Gran Muralla china, desde los que la presencian en vivo en cualquiera de los puntos visitables, hasta los que la contemplan en fotografías y postales soñadas con el deseo de verla algún día. Los hay que se conformarían con poder poner sus pies sobre ella una vez en su vida, como si de una peregrinación se tratara, y los hay que una vez la contemplan, repiten y escalan hasta la más alta de las atalayas. Sea como fuere, amarla no es difícil.

La Gran Muralla (en chino wànlǐ chángchéng 万里长城) serpentea de forma interrumpida entre montañas y valles cual ciempiés a través de más de 7.000 kilómetros desde el mar de Bohai –donde nace literalmente en el Paso Shanhai situado en la playa de la ciudad de Qinhuangdao, provincia de Hebei-, hasta más allá del desierto del Gobi —concretamente en el Paso Jiayu, provincia de Gansu—, abarcando en total siete provincias de este a oeste.
Es, sin lugar a dudas, el símbolo más importante y mundialmente reconocido de China. Políticos y famosos de todo el planeta la han visitado y se han fotografiado a sus pies, no en vano la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) la nombró Patrimonio de la Humanidad en 1987 y fue declarada una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo hace tan sólo unos años.
Su importancia estratégica e histórica puede ser comparada únicamente con su relevancia arquitectónica, aunque, al contrario de lo que muchos pudieran pensar, no es visible desde la luna, hecho que corroboró Yang Liwei, primer astronauta chino, cuando realizó un vuelo espacial tripulado en 2003.
Su construcción duró más de dos mil años, empleó a decenas de millones de obreros y comenzó a ser como hoy la conocemos en el 220 a.C. bajo la idea original del emperador Qin Shihuang. Diferentes secciones de fortificaciones ya existentes en dinastías anteriores, pero desperdigadas por la geografía, se fueron juntando progresivamente formando un sistema defensivo unificado para parar las hordas invasoras procedentes del norte –principalmente mongoles-. De hecho, su nombre wànlǐ (de los diez mil li (1)) surgió en ese momento. Se dice que el primer emperador de China reclutó a más de 500.000 obreros para trabajar duro durante diez años y unir las varias secciones ya existentes para convertirlas en una única muralla fortificada.
La construcción, sin embargo, continuó hasta la dinastía Ming (1368-1644), cuando alcanzó su punto álgido, convirtiéndose la Gran Muralla china en la mayor edificación militar del mundo después de haber sido reparada y alargada durante siglos y es la que actualmente se puede visitar. Su importancia estratégica e histórica puede ser comparada únicamente con su relevancia arquitectónica, aunque, al contrario de lo que muchos pudieran pensar, no es visible desde la luna, hecho que corroboró Yang Liwei, primer astronauta chino, cuando realizó un vuelo espacial tripulado en 2003.
A pesar de eso, sólo cuando uno la visita comprende el enorme esfuerzo y el alto coste en vidas que tal magnífica construcción supuso para los antiguos chinos. El sufrimiento de los obreros que trabajaron duramente durante los helados inviernos y los calurosos veranos se volvió legendario. De esta hazaña han nacido diversas leyendas y cuentos que todavía siguen vivos en la mente y en la cultura popular del pueblo chino. La más famosa y conocida es La leyenda de Meng Jiang (2), quien se sacrificó por su marido fallecido durante las obras de la Gran Muralla china y cuyos lamentos y sollozos acabaron por derribar una sección de la misma matando a funcionarios y soldados Qin.
Para levantar la muralla, se aprovechó la propia orografía del terreno y los terraplenes, hechos de piedras, tierra y madera por las sucesivas dinastías, fueron cubiertos por los constructores Ming con ladrillos fortificados. Además, levantaron troneras y almenas para proteger a los arqueros, ensancharon la muralla para que cupieran cinco caballos uno al lado del otro y añadieron numerosas atalayas a lo largo de la misma, lo que aseguraba que cualquier movimiento de los posibles enemigos fuera advertido rápidamente y comunicado al cuartel general.
Gran Muralla china





De hecho, las atalayas tenían diversas utilidades. Por un lado, podían servir de almacén de víveres, armas o agua, de refugio para las tropas o de establo para los caballos. Y por otro, eran perfectas torres de vigilancia y un método muy eficaz para avisar de la presencia extraña (mediante señales de humo, destellos de luz o sonidos). Así, servían de medio de comunicación rápido, pues en pocos minutos las noticias habían llegado a cientos de kilómetros, lo que resultaba en una expedita respuesta del ejército y un método muy eficaz de defensa del imperio.
No obstante, la muralla, en realidad, falló en su propósito de rechazar a los invasores por la sencilla razón que medía seis metros de alto, podía ser atravesada por los pasos atacando en ese punto o sus enemigos podían rodearla por otras zonas. Así, a lo largo de la historia fue atravesada en multitud de ocasiones por las tropas mongolas de Gengis Kan (1162-1227) y más tarde por el ejército manchú de las tierras del noreste. De hecho, muchos historiadores cuestionan su uso estratégico militar y piensan que, en realidad, sirvió más como símbolo de poder —triunfo de la voluntad del emperador sobre la naturaleza— y como autoridad suprema para intimidar a los invasores, así como frontera física de China y límite psicológico entre la civilización y el caos.
Muchos tramos originales han sido destruidos o bien por el paso del tiempo, por la naturaleza, el abandono o por los campesinos que durante años han utilizado sus preciados ladrillos y rocas para levantar cercas para delimitar sus propias tierras.
Un mapa estándar de China muestra normalmente la posición exacta y la longitud de la Gran Muralla según la última construcción realizada durante la dinastía Ming (1368-1644) y que perdura hasta nuestros días. Las zonas mejor conservadas y restauradas de la Gran Muralla y que se pueden visitar están en los alrededores de Beijing y Tianjin y en la provincia de Hebei. Esta extensión mide cerca de mil kilómetros de forma discontinua desde el Paso Shanhai hasta Mutianyu. Muchos tramos originales han sido destruidos o bien por el paso del tiempo, por la naturaleza, el abandono o por los campesinos que durante años han utilizado sus preciados ladrillos y rocas para levantar cercas para delimitar sus propias tierras.
Cerca de Beijing las secciones de la Gran Muralla china que se pueden visitar son: Badaling, Juyongguan, Mutianyu, Simatai y Gubeikou. Construidas sobre un terreno muy empinado, son ideales para observar el paisaje que las rodea y admirar los cambios de la muralla durante las cuatro estaciones del año. Badaling, tramo completamente restaurado, está situada a 70 kilómetros de la capital china y se puede visitar en medio día, además de las Tumbas Ming que están muy cercanas. Juyongguan, a tan sólo 60 kilómetros, tiene la estructura de una fortificación militar y es poco visitada. En ella se puede observar una caligrafía escrita a mano por el propio Mao Zedong parafraseando un dicho chino que dice: “Aquél que nunca ha estado en la Gran Muralla no es un auténtico hombre”.
Mutianyu se encuentra a 90 kilómetros de Beijing y presenta las vistas más imponentes de la muralla. Simatai, a 110 kilómetros, es la más salvaje y auténtica y presenta secciones de hasta un 85 por ciento de inclinación, con lo que la convierte en la sección más difícil de subir. Por su parte, Gubeikou es la que está situada más lejos de la ciudad, a 128 kilómetros al noreste de Beijing, y conserva todavía el esplendor del pasado entre montañas escarpadas de 900 metros sobre el nivel del mar.
Gran Muralla china

Sección de la Gran Muralla China en Badaling

Mi experiencia en la Gran Muralla china

La primera vez que me quedé boquiabierto ante la Gran Muralla china fue en 1987, después la he visitado en decenas de ocasiones y siempre he admitido ser uno de los extranjeros que más veces ha ido a verla en sus distintas secciones. El motivo no ha sido sólo turístico, sino también profesional, pues durante una época me dediqué a llevar a grupos de españoles de visita a esa zona y todavía lo sigo haciendo, aunque en contadas ocasiones.
Esa primera vez, la Gran Muralla china me pareció algo inmenso, inabarcable, imposible de ser cierto, la obra cumbre de la ingeniería china, una auténtica hazaña. No era capaz de imaginar cómo se construyó ni el esfuerzo que eso supuso. Me parecía una obra arquitectónica única y asombrosa, digna de haber sido realizada únicamente por chinos —en Europa algo así hubiera sido impensable—. Lo que más me llamó la atención era ver cómo perfilaba el borde de las montañas y pasaba de una a otra hasta perderse en el horizonte. Las atalayas me parecían lejanas y los peldaños, cada uno de una altura y anchura distinta, me resultaban difíciles de subir. Había tramos muy empinados, en los que para ascender era necesario agarrarse a una barandilla, aunque lo peor resultó ser la bajada, pues al riesgo de la inclinación se sumaba además el vértigo de la altura. Después de un día en la Gran Muralla uno siente agujetas por todo su cuerpo, quizá también porque siente el peso de la historia en su propio cuerpo.
Lo que más me llamó la atención era ver cómo perfilaba el borde de las montañas y pasaba de una a otra hasta perderse en el horizonte. Las atalayas me parecían lejanas y los peldaños, cada uno de una altura y anchura distinta, me resultaban difíciles de subir. Había tramos muy empinados, en los que para ascender era necesario agarrarse a una barandilla, aunque lo peor resultó ser la bajada, pues al riesgo de la inclinación se sumaba además el vértigo de la altura.
En aquél entonces prácticamente no había extranjeros ni turistas en China, por lo que la mayoría de las personas que visitaban la Gran Muralla, que no eran muchas comparado con los millones que lo hacen hoy en día, eran chinos, gente del interior que quería ver en primera persona la obra colosal de ingeniería más fascinante y enigmática de la tierra y hacerse una fotografía para mostrar en su pueblo natal. También había fotógrafos que retrataba a todos aquéllos que no tenían cámara de fotos y les enviaban las instantáneas a sus casas por correo postal después de haber abonado cierta cantidad.
Acceder hasta el lugar no era nada fácil, no como ahora que todo tipo de transporte te acerca a cualquiera de los puntos visitables, además, si uno no tiene ganas de hacer el esfuerzo de subir hasta la última atalaya, existe también un funicular que te lleva hasta la cumbre e ¡incluso un tobogán gigante para hacer el descenso en cuestión de segundos! Desde allá arriba uno intenta trasladarse en el tiempo e imaginarse cómo fue la vida real durante las diversas dinastías y cómo se desenvolvían en la Gran Muralla china para defenderse de los enemigos. Sin embargo, lo más espectacular sigue siendo la fascinante visión de la Gran Muralla acariciando los lomos de las montañas y desaparecer en el infinito.
Notas:
1. Un lǐ equivale a medio kilómetro, por lo que 10.000 li suponen 5.000 kilómetros, aunque aquí se toma dicha cifra para expresar el sentido de “infinito”.
2. En chino se le llama Mèng Jiāng Nǚ o 孟姜女.

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pdfPublicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 7. Volumen IV. Julio de 2011.Leer este reportaje en la edición impresa

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