martes, 26 de septiembre de 2017

HISTORIAS CASI OLVIDADAS DE LOS TIEMPOS DE GUERRA || El hijo del ‘rey’ nazi de Polonia | Cultura | EL PAÍS

El hijo del ‘rey’ nazi de Polonia | Cultura | EL PAÍS

El hijo del ‘rey’ nazi de Polonia

El ensayo Calle Este-Oeste reconstruye el nacimiento del derecho internacional tras la II Guerra Mundial y relata las historias, entre otros, del hijo del gobernador alemán de la Polonia ocupada



Niklas Frank con sus padres en el castillo de Wawel (Cracovia, Polonia), rn en 1941.

Niklas Frank con sus padres en el castillo de Wawel (Cracovia, Polonia), en 1941.





En nuestro primer encuentro, Niklas Frank y yo nos sentamos en la terraza del hotel Jacob, en las afueras de Hamburgo, desde donde se dominaba el río Elba. Era a comienzos de la primavera, y tras un día plagado de vistas judiciales —Hamburgo es la sede del Tribunal Internacional del Derecho del Mar—, nos hallábamos a la sombra de un árbol de olor fragante con una botella de Riesling y un generoso plato de quesos alemanes.
Niklas era un hombre de 73 años, barbudo y de rostro vulnerable, reconocible por las fotografías de su niñez. Tenía un aire académico, amable, apacible pero a la vez acerado, con su propio temperamento y su propia agenda. Solo tenía tres años cuando Malaparte visitó el castillo de Wawel (Cracovia) en la primavera de 1942, de modo que no recordaba al italiano, aunque sí sabía lo que este había escrito de su padre. Yo conocía ese hecho gracias al libro que escribió el propio Niklas en la década de 1980, y que fue el catalizador de nuestra reunión. Después de trabajar durante muchos años como periodista para la revista Stern, en 1987 publicó Der Vater (el padre), un implacable y despiadado ataque a su propio padre, una obra que rompía el tabú que parecía obligar a los hijos de altos cargos nazis a honrar a sus padres (y a no hablar más de la cuenta). Había una versión abreviada del libro publicada en inglés con el título de In the Shadow of the Reich (a la sombra del Reich).
Me cayó bien desde el principio; era un hombre generoso, con un gran sentido del humor y una lengua mordaz. Me habló de su infancia en Cracovia y Varsovia, de la vida en el castillo de Wawel, de los retos que planteaba haber tenido un padre como Hans Frank. Cuando a comienzos de la década de 1990 viajó a Varsovia como periodista para entrevistar a Lech Walesa, recién elegido presidente de Polonia, los dos hombres se reunieron en el palacio Belvedere, en la misma sala donde Malaparte había visto tocar el piano a Hans Frank. “Recuerdo que yo corría alrededor de la mesa, mientras mi padre permanecía en el lado opuesto. Mi único deseo era que me abrazara. Yo lloraba, porque él no paraba de llamarme fremdi [extraño], como si yo no fuera un miembro de la familia. ‘Tú no perteneces a esta familia’, me decía mi padre, y yo lloraba”. Imagino que debí de parecer desconcertado, ya que Niklas me ofreció una explicación.
“Solo más tarde descubrí que mi padre creía que yo no era hijo suyo, sino de su mejor amigo, Karl Lasch, el gobernador de Galitzia; que durante un breve tiempo fue amante de mi madre”. Niklas se enteró de lo ocurrido con el tiempo gracias a las cartas y diarios de su madre. “Era una auténtica escritora”, me explicó, “siempre anotando las conversaciones, incluso la que mantuvo con mi padre cuando Lasch murió de un tiro”. (Tras ser acusado de corrupción, en la primavera de 1942, Lasch fue destituido de su puesto como gobernador de Galitzia, donde le reemplazaría Otto von Wächter, y luego fue ejecutado o bien se suicidó).
En realidad, las cartas de Brigitte Frank dejaban claro que Frank era el padre de Niklas. Años después se confirmó la verdad cuando Niklas fue a ver a Helene Winter (de soltera Kraffczyk), que había sido la secretaria personal de Frank. “Cuando me acercaba a su casa advertí un levísimo movimiento de la cortina. Más tarde le pregunté: ‘Frau Winter, ¿me parezco a Herr Lasch?”. Frau Winter palideció. Era cierto; se había estado preguntando si él se parecería a Frank o a Lasch, y se había sentido aliviada al ver que el parecido era con Frank. “Ella amaba a mi padre; estaba enamorada de él”. Niklas hizo una pausa, y luego añadió con una franca rotundidad de la que yo había llegado a disfrutar: “Fue su última querida; era una mujer muy guapa”.
Los sentimientos de Niklas hacia su padre y los miembros de su familia no se habían atemperado con los años. Niklas me explicó que la hermana de Frank, Lily, vendía los contactos de la familia. “Le gustaba ir al campo de concentración de Plaszów”, cerca de Cracovia, donde vivían. “Cuando se demolió el gueto de Cracovia, miles de judíos fueron a Auschwitz, y otros a Plaszów. Nuestra tía Lily iba a verlos y les decía: ‘Soy la hermana del gobernador general; si tienes algo de valor que darme, puede que te salve la vida”.
Niklas decía que Brigitte Frank había mantenido buenas relaciones con los judíos hasta 1933. Incluso después de que los nazis tomaran el control siguió comerciando con ellos, comprando y vendiendo pieles y bisutería de la clase que requería su nuevo estatus. “Durante los primeros meses después de que tomaran el poder ella siguió tratando con los judíos”, lo cual contrariaba al padre de Niklas. “No puedes hacer eso”, solía decir este. “Yo soy el ministro de Justicia y tú tratas con judíos; y voy a echarlos a todos”.
¿Y cómo era la relación de Niklas con su padre? Solo recordaba un momento de afecto, que se produjo en el castillo de Wawel, en el cuarto de baño de su padre, junto a la bañera, que estaba empotrada en el suelo. “Yo estaba de pie a su lado; él se estaba afeitando. De repente me puso un poco de espuma en la nariz”. Niklas lo explicaba con cierto tono melancólico. “Fue el único momento privado, íntimo, que recuerdo”.
Más tarde Niklas y yo fuimos a ver el castillo de Wawel, recorrimos las estancias privadas de Frank, las salas de estar, el cuarto de baño. Nos detuvimos ante el espejo mientras Niklas me mostraba cómo su padre se había inclinado hacia él, poniéndole un poquito de espuma de afeitar. “Esto no ha cambiado”, me dijo Niklas, admirando la bañera empotrada junto al dormitorio de su padre. Sobre la puerta, en el dintel del siglo XVI, leímos las palabras que había grabadas en la piedra: Tendit in ardua virtus, “la virtud se esfuerza en lo difícil”.
Extracto de Calle Este-Oeste, de Philippe Sands, traducido por J. Ramos Mena y publicado por la editorial Anagrama.

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