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“Ser subcampeón es una posición extraña en la vida. Eres alguien que lo hace bien, alguien que va triunfando, y sin embargo lo que te define es que al final has perdido. En mi estado de ruina mental, yo no era capaz de ser campeón pero ese día al fin me sentí unido a los demás porque éramos todos subcampeones”.
Lo piensa Zuhaitz Gurrutxaga sobre aquella liga no ganada por la Real en la última jornada y lo escribe Ander Izagirre en ese libro a medias que han hecho y que se titula, precisamente, Subcampeón.
Este libro cuenta con algunos méritos importantes y quizá el secreto del gran éxito que va a tener sea que está hecho a la vez desde dentro y desde fuera. Desde quien tiene algo desconocido y atractivo que contar y desde quien posee una capacidad de escucha y una mirada atentas y cercanas pero se mantiene lo suficientemente distante para convertirlo en algo más que en una vivencia personal.
Subcampeón hace explícita la lógica abiertamente despiadada del fútbol –y del deporte– profesional. Una maquinaria puesta al servicio del rendimiento inmediato, una empresa piramidal que empieza en la infancia como un juego natural y camino de la adolescencia se convierte en un trabajo a tiempo completo que no contempla el fallo ni las dudas ni los remordimientos.
El miedo sí, con tu pan te lo comas. Gente en tensión permanente: por ganar, por ganar lo suficiente para no perder del todo, por subir, por no bajar, por conservar el puesto, la categoría, el contrato, el vivir de lo único que se sabe hacer. Que sea otro el que pierda, que falle otro, que no me pillen.
Cuando acababa de subir al primer equipo de la Real Sociedad, el capitán le ofreció a Zuhaitz una copa de vino en la cena. La rechazó. No me gusta, dijo. “Chaval, cómo piensas jugar en Primera si no bebes vino”, le respondió.
El fúbol es lo que se ve si al sistema económico y social en el que vivimos –llámalo capitalismo si quieres, para abreviar– le pones delante un espejo deformante. El fútbol es Mordisquitos comiéndose el capitalismo y deponiendo una bola brillante y pesada: un concentrado de significados que pasa como espectáculo y se programa veinticuatro horas al día en todo el mundo.
¿Nos está empujando el mundo todo el tiempo a ser futbolistas de lo nuestro pero cobrando una mierda a cambio de todo lo malo? Es pregunta.
Llegar a donde llegó Zuhaitz –selecciones nacionales de cantera, primer equipo del club de su infancia– es un sueño y terminó convertido en pesadilla en forma de trastorno mental. Si quieres puedes, dicen. Ja. Siguió hacia adelante y hacia abajo, cayendo en la tabla pero recuperando una vida normal e incluso las ganas de jugar a ese juego tan embriagador.
Subcampeón cuenta su carrera de maravilla: el humor como salvavidas y como forma de aceptar el fracaso. Decir: aquí estoy yo, la he cagado mucho pero aquí sigo. He cambiado de vida, hasta he escrito un libro, no pagan tanto como en el fútbol, pero mira.
En perspectiva, teniendo en cuenta que ningún deportista cuenta nunca nada en tiempo real de lo que pasa dentro, quizá podamos apreciar más el paso que han dado las jugadoras de la selección española.
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