Encuentros salvajes lejos de la sabana
El artista argelino Adel Abdessemed reflexiona sobre lo irreparable de la violencia en una exposición en Arlés
Arlés
La obra 'Séparation' (2006), del artista argelino Adel Abdessemed.
Argelia es un país azotado por la Historia reciente, con un presente encerrado, bajo la sombra del radicalismo islámico y la aun más alargada del colonialismo de dientes afilados. Sin embargo (o quizá por ello), ha dado vida y alas a creadores imprescindibles de la escena artística contemporánea, como Adel Abdessemed, un artista prolífico afincado en París que ha estampado su firma en trabajos junto al poeta Adonis y a otros nombres rutilantes como el del arquitecto Jean Nouvel o el de la histórica feminista Hélène Cixous. En estos días, Abdessemed expone sus fotos y esculturas en La Croisière de Arlés, Francia, en el marco de Les rencontres de la photographie. La muestra, que se puede visitar hasta el 23 de septiembre, lleva por título Mas allá del principio del placer y está comisariada por el propio Nouvel.
En una senda paralela a la de otro cultor argelino del arte conceptual del que aquí mismo dimos cuenta, como es Kader Attia, Abdessemed reflexiona sobre lo irreparable de la violencia, y también de la inevitable búsqueda del arte como resultado del dolor. A él lo llaman el artista de la ira, una emoción nada gratuita si atendemos a su biografía: nació en 1971, en Constantina (Argelia), creció en el ambiente enrarecido que dejó la guerra, en una familia bereber; estudió artes en una escuela regional, luego se mudó a Argel para seguir formándose y, en 1994, el director de la Escuela de Bellas Artes en la que estudiaba, Ahmed Asselah, fue asesinado, junto con su hijo, en el mismo establecimiento, por un grupo salafista. Adel decidió irse a Lyon, en Francia, donde una comunidad cristiana lo acogió y le posibilitó la continuación de sus estudios en la Escuela de Bellas Artes. Tenía 23 años y, en su nuevo ambiente, pronto comenzó a hablarse del “fenómeno Abdessemed”, porque era un estudiante demasiado libre que no buscaba complacer a las instituciones.
“Me acusan a veces de ser violento y sanguinario porque muestro y denuncio esa violencia que está en torno a nosotros, pero nadie ha tenido el coraje de ver mi trabajo de cerca o escuchar mi pensamiento”, le decía hace un tiempo a Le Monde. Las declaraciones seguían a un pequeño escándalo a raíz de la exposición de unas imágenes suyas de unas gallinas en llamas, que él debió retirar de un museo pero explicando que se trataba de efectos especiales de cine. Para demostrar que solo se trataba de efectos ópticos, se envolvió a sí mismo en llamas para una siguiente foto, que hoy corona la instalación del techo de la sala de exposiciones de Arlés.
"La primera característica de la obra de Adel Abdessemed es de ser una imagen, es cuestionar, intrigar e inquietar", dice el comisario
Más allá del principio del placer, la exposición actual, hace referencia al artículo de Freud de 1920 en el que el psicoanalista desgrana el concepto de neurosis traumática, y pone entre los ejemplos de terrores inesperados los que sufrieron muchos soldados durante la Primera Guerra Mundial. Al displacer, Freud contrapone el placer y Abdessemed, el arte. Esto, porque a la tensión original sigue, en la concepción del artista, la obra misma, “una forma trascendental y ficticia del placer”, tal como se lee en la presentación de la exposición.
El arte como resultado final del dolor lleva a Abdessemed a imaginar cómo sería el vínculo del hombre urbano vuelto a confrontar con todo lo que ha perdido de vida en la naturaleza. El hombre desmemoriado, que no entiende las costumbres de los animales que no son mascotas domesticadas, aparece en las imágenes surrealistas del artista, en pleno París, como un apéndice de los seres silvestres que están, ellos sí, en el centro de la escena (un león, una manada de jabalíes, una serpiente y… el propio Adel en brazos de su madre y en los de una estatua de Abraham Lincoln, además de su galerista travestido, entre otros esqueletos cercanos).
¿Qué tensiones nacen de esos nuevos encuentros? Tal parece la pregunta que Nouvel y Abdessemed plantean, poniendo al espectador frente a una escultura en tamaño natural como la del caballo blanco de aluminio –en la entrada de la sala principal–, junto al rótulo Caballo de Turín. El caballo de Turín nombra un episodio mayor en la Historia del pensamiento: nos han contado que, en 1889, en Turín, Nietzsche se abrazó a un caballo al que el cochero estaba maltratando y se desmayó, y que a partir de ese momento el filósofo perdió el habla y cayó en un inexorable derrumbe mental hasta su muerte, diez años después.
La muestra hace referencia a un artículo de Freud en el que desgrana el concepto de neurosis traumática
“¿Podemos mantener mil encuentros dignos de ese nombre por día?”, se cuestiona Jean Nouvel desde un muro de la sala. “¿Cuánto tiempo nos hace falta para sentir? (…) ¿Cómo escapar a esa sensación de indigestión de obras? Para percibir la emoción que transmite una obra estamos a la búsqueda de tiempo y espacio. Debemos salir de la serie, de la colocación automática, de la convención, de la norma. En principio, debemos invitar a la obra a habitar el lugar y considerarla como una persona", considera Nouvel.
"Debemos detenernos en un punto: es una parada para la imagen. Así, deambulamos y nos paramos. Creamos las estaciones de un camino de fe, de fe en el arte. Y las condiciones de la interpelación. La primera característica de la obra de Adel Abdessemed es de ser una imagen, es cuestionar, intrigar e inquietar. Los interrogantes van a conducir a la curiosidad: el deseo de información (lejos del didactismo) reforzará esa curiosidad (…) y amplificará la emoción”, añade Nouvel, que propone al espectador estar en la misma “longitud de onda” que el artista, que “no hace fotomontajes, que saca un león a la calle” y que “ennoblece lo furtivo”.
La exposición puede verse en el marco del Festival de Fotos de Arles, Francia, hasta el 23 de septiembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario