os invito a cruzar el umbral...
os invito a ingresar en la eternidad...
EL OTRO LADO primera parte
cuarto capítulo
HORA SEGUNDA (lectura)
La noche vuelve a cerrarse.
La electricidad estática del ambiente se ha incrementado y los chasquidos son continuos, algunos ya semejan a miles de centellas estallando en el aire. Pero cada vez que aquello ocurre en ese paisaje fantasmagórico muchas de las bolas eléctricas se unen entre sí apoderándose del agua de las cascadas y convirtiéndose luego en explosiones de hielo.
El musgo y los helechos, los líquenes y los hongos, se riegan de una especie de granizo que brilla y que despide electricidad captando a su vez nuevos desprendimientos de energía y creando nuevas masas estallantes.
Así, por un rato largo el sonido se va multiplicando en todas las direcciones generando un conjunto armónico de ruidos peculiar, agudo, semejante a millones de vidrios estallando simultáneamente.
El frío aumenta y se hace denso.
Ahora, comienza a percibirse un nuevo paisaje.
Es algo así como una planicie, un inmenso valle, pero que en realidad está un poco más elevado en el centro. Sí en el centro, porque a la distancia se vislumbran paredones gigantescos que cierran por completo el paisaje y no dejan ver nada hacia fuera. Pareciera como que el mundo termina en dichos paredones escarpados, apenas levemente ondulados hacia adentro en todo su contorno.
En realidad, en términos terrestres, esto es un cráter.
Grandioso.
En algunos sectores de las cimas del paredón continuo que forma el contorno, se percibe grandes bloques de hielo. Pero no es hielo.
En uno de los paredones, pero desde una altura sobrecogedora, desde una especie de gruta, se proyecta una cascada en un majestuoso y único hilo de agua. Pero no es agua.
Cae en forma coherente hacia la base. Pero en la base dicho líquido elemento no se acumula. No forma una laguna. Tampoco un lago. Ni siquiera un río, arroyo, nada parecido. Sólo se filtra desapareciendo como si no existiera. Como si no cayera.
Sin embargo al pié de la cascada, justo donde imparta. Hay un núcleo de agujas de algo así como rocas desgajadas.
Estas rocas son altas. No son muchas. Podrían ser estalagmitas pero no lo son. Por momentos parece que se movieran, como si ondularan, como si cambiaran de posición, pero la distancia puede crear ilusiones ópticas. Más en un planeta donde las cosas funcionan de otra forma.
Esta no es la Tierra.
Nunca lo fue.
Jamás lo será.
Cerca del ángulo de nuestra visión se ubica algo así como un helecho.
Su base está formada por un tronco cuya circunferencia parece tener mucho más de 40 metros, pero lo que más impresiona es su altura. Con más de 300 metros de alto y un penacho desparramado en todas las direcciones se ve pequeño ante semejante paisaje.
En otro planeta habitado una planta así daría para cubrir a varias manzanas.
Pero esta es una sola, única. No hay otra en el lugar, salvo el musgo que nos acompaña donde quiera uno esté. Sin embargo, éste, el del cráter es de otro tipo. Mucho más denso. Mucho más esponjoso. No deja ver el suelo. Pero se lo
puede caminar, como si se tratase de una alfombra.
Pero aquí está en el fondo del cráter.
No lo hay cerca de la cascada. No comparte espacios con el hielo. Tampoco con el agua.
Por momentos pareciese que una especie de vapor se concentra a media altura dentro del cráter, pero así como se forma, así de rápido se disipa. Por momentos uno cree estar viendo una nube, pero de repente ya no está.
El cielo se ve tachonado de luces infinitesimales.
Este no es el cielo de la Tierra.
Nada es conocido.
Hacia uno de los costados se observan siete nebulosas lenticulares, perfectamente definidas en el espacio. Grandes. Pequeñas en semejante espacio.
Hacia el centro, en el cenit algo así como un cúmulo globular parece querer desparramar sus tentáculos sobre nuestro mundo.
En el lado opuesto se superponen dos espiras de alguna galaxia cercana.
Pero, estamos tan lejos de la Tierra.
¿Dónde?.
¿Será este el mismo universo que conocemos?.
¿Será esta la misma dimensión que conocemos?.
¿Qué existirá de todo aquello?.
Por ahora no llegan los satélites.
El frío aumenta.
Ningún humano podría vivir aquí.
Ni por un segundo.
Algo así como una flor acaba de caer de la parte alta del helecho.
Al impactar contra el suelo no se lastima. No se rompe. Pero lanza un perfume que invade todo el ambiente.
Es un perfume extraño. Huele a sándalo, pero es diferente.
Impacta pero es suave.
La flor permanece firme. Sus pétalos hermosos como un inmenso Narciso donde podría caber una manzana entera de viviendas en la Tierra.
Pero esta no es la Tierra.
La textura de la flor semeja a una piel, fina, suave, translúcida.
Su color no puede describirse. Es una mezcla de tonos eléctrico verdosos que por momentos se tornasola, por otros se torna más verde y luego es sólo eléctrico. No pierde su forma. No se mustia.
Todo es tan peculiar que a pesar de la oscuridad no alcanzan nuestros humanos ojos para dar a cada cosa, toda la admiración que merece.
De repente, cerca de la base del helecho algo parece moverse.
Surge del suelo y vuelve a desaparecer rápidamente, sin dejarse ver.
Pero algo hubo allí.
Algo se ha movido.
Prestando más atención el suceso se repite a intervalos desparejos.
Pero en realidad no es algo que se mueve desde adentro hacia fuera.
La velocidad con que sucede y las formas que se intuyen, demuestran que el espectro visible aquí es bien otro.
Pareciera que estamos en un mundo UV (ultravioleta). Seguramente UV.
Probablemente en una dimensión contigua.
Todo... todo es tan distinto.
No hay cosas familiares, aún cuando algunas de ellas parezcan serlo.
De repente, se forma una brisa densa. No es viento. Semeja a una ola de pensamientos hecha viento. Me arrastra.
Me eleva. Estoy en el aire.
Estoy siendo invitado al concierto de las armonías del conjunto.
No lo he pedido.
Pero me llevan. Desean que esté presente.
Que comparta sus silencios.
Que observe sus pensamientos, que aquí, evidentemente se corporizan.
Así como así, ya no estoy en el cráter.
Parece un inmenso salón de un castillo.
Quiero ubicarme pero no puedo.
Estoy por presenciar una escena desde arriba. No, más bien desde afuera. No, estoy dentro pero como espectador resignado al silencio.
Siento que alguien me mira. No lo veo, pero sé que me está mirando.
Me asiente y en mi ser percibo una consigna.
Permanezco impávido, expectante, respetuoso del momento.
El salón está vacío. No se ve a nadie. Sin embargo, se sienten presencias.
Mientras trato de ajustarme a la circunstancia me doy cuenta que el lugar donde estoy levitando involuntariamente es algo así como un inmenso, gigantesco templo.
Hay una gran nave central que se corona en ojivas geométricas que forman a espacios regulares una espiral de triángulos que se cruzan y se vuelven a entrecruzar formando algo así como una sucesión de estrellas de David, las que a su vez se proyectan sobre el piso, que oh sorpresa, también replica simétricamente las ojivas del techo.
Por fuera de esta gran nave central se ven otras, semejantes en tamaño, idénticas en la forma. Son seis y unen las puntas, los ángulos de cada una de las estrellas.
Allí también, ojivas espiraladas forman una estrella de David.
El piso es ojival, hacia donde quiera uno mire.
No se ven imágenes.
Nada pende de los techos.
No hay adornos ni altares en el piso.
Todo es espacio.
Las paredes son enteras, no hay ventanas. No hay vitrales como en las Iglesias
de la Tierra. Sin embargo hay luz. Entra por los poros de cada una de las paredes.
Por el piso. Por el techo. Por doquier uno mire, allí está. Pero no hay sombras. Todo es llamativamente coherente.
En el juego de las figuras, las estructuras parecen tener movimiento. Pero el movimiento es inverso al de las agujas de un reloj terrestre, también es ondulante, también es zigzagueante, también vibra.
Se percibe que rota sobre sí mismo.
Se percibe que se traslada como una gran masa alrededor de algo.
Todos los movimientos son suaves. Etéreos.
Pero existen. Están.
Trato de no perderme detalles pero todo es tan grandioso. Perdón, se siente grandioso. La verdad es que no encuentro palabras para describir tanta armonía, tanta simpleza y tanta complejidad, simultáneas.
De pronto, sobre una de las paredes, sí en la de allá, se esboza algo así como una espada y siento que transmite algo así como el concepto de justicia.
No es una espada tal la conocemos en la Tierra.
Es mucho más que eso. Contiene la importancia de la justicia inequívoca y perfecta, aquella que deviene del saber universal. Del equilibrio que sostiene todo lo que nos sostiene.
Nadie lo dice. Nadie me lo transmite. Pero así lo siento y por ende así debo entenderlo.
Se corporiza como si fuese oro. Pero no lo es.
Ahora permanece allí. Como suspendida en el espacio contiguo a la pared donde apareció. Pero entre la pared y la imagen no hay nada. Nada sostiene a la imagen de la espada, pero ésta es bien corpórea. Tiene entidad propia. Tiene peso.
Continúa el silencio.
Ahora, justo al costado contiguo mío, a la izquierda, aparece otra imagen. Está
naciendo. Está tomando forma. No sé que es.
Ahora se ve mejor.
Son dos cintas de mohebius que se entrecruzan, tal un ADN. Hacia arriba un capullo de luz corona la unión de las cintas equidistantes. Hacia abajo, un ramillete de flores de luz produce un borbotón que se cierra permanentemente sobre sí mismo.
Ahora se ha corporizado íntegramente.
Ahora siento que se trata de la sabiduría universal. Aquella que todo lo sustenta. Aquella que todo lo contiene. Aquella que todo lo sabe, que todo lo conoce, que todo lo respeta. La que provee el equilibrio de las cosas, de los hechos, de las circunstancias, de los tiempos, de los tránsitos.
Cuando termina su corporización comienza a girar sobre sí misma. También en
el sentido opuesto a las agujas de un reloj terrestre.
Su movimiento es suave.
Cadente.
La armonía se deja sentir.
Es algo realmente hermoso.
Ambas imágenes, la espada y las cintas, permanecen allí. Nada las sostiene.
Simplemente están. Cada vez adquieren más y más entidad.
En un instante, involuntariamente quedo debajo de las imágenes y allí tomo conciencia que tal como es arriba, también es abajo. Esta estructura es totalmente simétrica. Es imposible saber dónde está ubicado uno. Lo que se ve desde allá, es lo mismo que se ve desde aquí pero inverso.
Ahora tomo conciencia que no hay puertas.
No hay accesos. No otros, salvo las ojivas que separan a cada una de las naves.
Todo continúa con el movimiento acompasado.
Sigue la rotación, la traslación, la ondulación, el zigzagueo, la vibración, todo.
No sé cómo es que uno puede darse cuenta ya que no hay puntos de referencia. Pero puede sentirlo. Es como si estuviese incluido en una sensación universal. No, mejor en un sentimiento universal.
Ahora me siento nuevamente arriba.
En el mismo lugar donde solía estar desde el comienzo.
Contiguo a aquello que parece el símbolo de la vida.
Entonces, en el ángulo opuesto al lado que forman la espada y el ADN,
comienza a esbozarse un nuevo símbolo.
Claramente es una cinta de mohebius que está tomando forma. Gira, se enlaza
en sí misma, deja una punta libre, crea un arco superior, se cierra sobre el centro, todo esto mientras gira sobre sí misma. Se extiende hacia la izquierda, forma un arco más suave casi pegado, se anuda al centro, continúa hacia el lado opuesto, gira sobre sí y retorna al centro, se anuda de forma peculiar y se suelta hacia abajo pero dejando una traza corta, respecto de la primera que es mucho más larga.
Continúa su giro.
Creo conocer ese símbolo. Lo he visto alguna vez. Creo haberlo visto.
Se asemeja a una llave pero lo siento egipcio. Pero esta vez tiene forma.
Ocupa espacio tridimensional.
Comienzo a percibir su significado, es algo así como el amor. No el amor que sienten los humanos. Es otro. Es sublime. Es algo que une a las cosas, a los tiempos, a los seres que están, a los que no están, que incluye a todo, absolutamente a todo.
Continúa girando, pero nunca se lo percibe de canto. Está siempre de frente.
Ahora el aire en el recinto se ha tornado espeso.
Es como si las naves estuviesen llenas de gente.
Pero allí no hay gente. No son personas. Son entidades vivas, distintas. Tienen
forma humana. Parecen tenerla, pero no lo son.
No tienen rostro, no tienen facciones, no tienen gestos. Pero ven, escuchan y respiran y están atentos a todo lo que los rodea, en el aquí y en allá.
Ahora en el espacio, entre las figuras suspendidas en el espacio se está dibujando un triángulo perfecto.
Mientras las figuras giran, vibran, oscilan, ondulan, y producen los colores de un espectro extraño de tonos desconocidos, uno que jamás vi, una corriente, si
una suerte de haz de luz, con forma de triángulo, las une, las envuelve, pero las deja libres, pero las sostiene incluidas, resguardadas.
Otra vez involuntariamente me ubico en el centro de dicho triángulo.
Mi vista se centra en el ADN, pero en realidad también veo a las otras figuras como si tuviese ojos en todas partes.
En realidad no. No las veo. Las estoy percibiendo con toda su energía materializada en el espacio que me sostiene.
Es como si hubiese un piso magnético.
Las fuerzas son firmes, incontenibles pero al mismo tiempo suaves, delicadas,
expresivas, moderadas, pero indestructibles.
Desde este nuevo punto comienzo a ver que la misma escena descripta paso a
paso hasta aquí, está empezando a esbozarse en un contratriángulo opuesto al
anterior, que se entrecruza al modo de una estrella de David. Al mismo nivel sólo que las figuras que se establecen en sus extremos, las mismas que en el otro caso, giran en sentido contrario y producen todos los movimientos pero al revés de las primeras.
Todo está sostenido en el espacio.
Una energía electromagnética indescriptible se dispersa por todo el ambiente. Por todos los ambientes.
Por el lugar ésta parece estar arriba. En la parte superior del recinto.
Sorprendido, no me alcanza el alma para dimensionar aquello de lo que estoy participando.
No es un espectáculo.
Es un acto de amor universal, sustentado en una justicia divina equitativa y equidistante, y en una sabiduría inconmensurable, etérea pero imponente, que todo lo incluye, que todo lo sabe.
Quiero moverme pero no puedo, estoy inmovilizado, por alguien, por algo. Puedo sentirlo.
Ahora giro con el conjunto, pero veo en todas las direcciones.
Ya no estoy en mí. Mi cuerpo no existe. Soy sólo alma.
Siempre he sido sólo alma. Espíritu universal e indiviso.
En el giro percibo que estoy siendo incluido por dos cintas paralelas que se entrelazan, y sin tocarse se unen, en los extremos, en racimos de burbujas de luz en el extremo superior y en una campana en el inferior. Sobre estas cintas aparece algo así como espinas suaves, que se mecen, en cada giro, pero que si la voluntad pretende tocarlas se tornan rígidas, punzantes, producen dolor y
también satisfacción.
Este nuevo ADN traspasa el centro de la estrella, por lo tanto me traspasa también. Gira, y yo con él. En sentido inverso a las agujas de los relojes terrestres.
Al alcanzar lo que parece ser el piso de la nave central, un nuevo triángulo comienza a dibujarse.
No logro entender qué figuras se están desarrollando en cada uno de los extremos. La de allá parece ser un cuenco, una especie de puco donde palomas entrelazadas por sus picos hacen las veces de asas. Se ve una, ahora
otra, no, son cuatro.
La contigua derecha es un cilindro que contiene miles, millones de perforaciones desde donde trasciende luz homogénea. Dentro del cilindro hay una espiral ascendente que se cruza con otra descendente pero sin tocarse.
Las espirales crean un efecto muy singular en la luz homogénea.
La proyectan como un torbellino pero en el fenómeno la luz no sale del cilindro,
permanece incluida en él. Protegida.
En el ángulo izquierdo aparece otra cinta de mohebius, gira sobre un ángulo, se cierra por el centro se cruza y deja un arco sobre el lado opuesto. Se parece al símbolo de infinito. Pero dentro de ella hay un espectro completo de colores que no existen. Es como una paleta donde todo está mezclado pero conserva su identidad.
Este momento se vuelve indescriptible.
Se lo siente como si estuviese vivo.
La energía ahora es coherente. Totalmente coherente. Es como si todas las fuerzas del Universo, del visible, del invisible, de todos, se hubiesen concentrado allí.
Algo se está armonizando.
En lo que parece ser el piso, porque lo siento mi abajo, y nada más que por ello, se forman una gran estrella de David externa, que ahora incluye otra, y ésta a su vez otra, y ésta, otra y así sucesivamente hasta que son tan pequeñas que no se ven pero están. Sí están allí. Tienen vida.
Puedo sentirlo.
Todo tiene vida.
Es como un gran ser viviente que contiene todo lo que existe.
Toda la energía del universo.
Todo lo necesario para que exista la existencia y perduren los pensamientos.
Todo lo imprescindible para que trasciendan las esferas y su música genere algo tan simple como la vida.
Ahora, en el silencio más profundo y sobrecogedor, se escucha una hermosa melodía que combina ideas con campanas, sabidurías con cuerdas, pensamientos con brisas, energías con vientos.
Ahora parece ser el momento crucial.
Ahora no hay tiempo.
Todo es una línea constante que nos lleva al mismo lugar, tal como un ciclo, pero que siempre avanza y se transforma en algo superior, mejor, perfecto a cada paso, excelso.
Todo es armonía.
La sabiduría eterna ha confluido en el amor y la justicia divinas.
Estamos asistiendo a la conjunción universal de las almas.
EL OTRO LADO primera parte
cuarto capítuloHORA TERCERA (lectura)Existen tiempos, tiempo y la mitad de un tiempo. Pero nada es terrestre. Los parámetros matemáticos son otros. Existe una química, pero es otra. Existe una física, pero es otra. Existe una geometría, pero es otra.
Existe una vida, pero es otra.
La ciencia humana no encontraría cabida en este lugar.
Ahora veo que las entidades están llegando. Quizás ya estaban y yo no las veía. Se están corporizando, llegan de a seis.
El silencio es absoluto.
Sepulcral.
Los seis primeros se ubican en las puntas de la estrella de David, la más externa.
Otros seis, se colocan en la que le sigue hacia adentro.
Otros seis, en la contigua. Otros seis, y otros y otros y más y más.
Todos en la misma posición angular.
Ahora percibo que la estrella que parecía externa no lo es. Hay muchas más, mayores que ésta pero también, el recinto parece haberse ampliado infinitamente.
Una multitud indescriptible de entidades se ha ubicado en los ángulos que se extienden por doquier. Hacia el aquí y hacia el allá.
Mi sensación es que se ubican en todas las direcciones.
Claro, es que no hay arriba y tampoco abajo.
Todo es perfectamente simétrico. Equidistante. Armónico.
Permanecen de pié.
No se escucha nada.
Es como si el planeta se hubiera resumido a este templo.
Es como si el planeta se hubiera sumido en el silencio.
Es como si todos y cada uno de ellos supieran perfectamente el significado de estar allí, ocupando un espacio, asumiendo un compromiso.
Cada entidad permanece concentrada en sí misma.
Siento la presencia de Tollen.
Sí, allí está, suspendido en el aire dentro de las cintas de ADN que ocupan el centro de este inmenso altar que se ha autocreado solo, por propia esencia, por propia decisión.
Tollen gira junto con las formas, en el sentido contrario a las agujas del reloj.
Ahora, en la estrella primordial, en la primera se ubican tres conocidos, recién incorporados a la escena.
Son: Hakavitz en la espada, Tepeu en el ángulo que da al símbolo de la vida, Gukumatz se ubica sobre aquel donde está la llave del amor.
No sé por qué conozco sus nombres.
Es como si los hubiese acompañado desde el "por siempre jamás".
Llegan otros tres, pero de estos no sé sus nombres.
Lo deseo, pero siento que aún no debo.
No me dan acceso
Ellos se ubican en el triángulo opuesto. Justo el que entrecruza.
Parece una danza, pero no lo es, porque todos permanecen estáticos, con sus rostros hacia el centro. Hacia el eje que traspasa a todas las estrellas perpendicularmente.
Todo está suspendido en el espacio.
Son tantos que es imposible contarlos.
Ahora comienza a dejarse oír un zumbido.
No, es algo así como una oración.
No sé que están diciendo.
Quiero, hago un esfuerzo por concentrame pero no logro interpretar qué dicen.
Sin embargo, se están expresando en una oración común.
Lo sé, el sonido es el mismo en todo el recinto. No, en todos los recintos.
Las figuras angulares continúan con sus giros y movimientos.
Todo es armónico.
Tanto que no existen palabras para describir lo que se transmite allí.
Tanto que no existen sentimientos para expresar lo que se acumula allí.
La visión posee una hermosura indescriptible.
Ahora, la estrella que creía estaba más afuera, más alejada de mi lugar, comienza a girar lentamente, en el sentido opuesto a las agujas del reloj. De los relojes terrestres.
El zumbido, la oración no cesa.
Pero ahora, quienes integran ese primer movimiento en esa primera estrella en movimiento, están sentados como en contemplación, como en un yoga, con sus rostros hacia el centro único, aquel donde se encuentra Tollen girando, vibrando, oscilando, zigzagueando, dentro del ADN.
No se ven sus manos. Tampoco sus pies.
Pero en sus mantos opacos los siento brillar. Todavía el brillo es tenue.
La estrella contigua a ésta, la prima, comienza también a moverse con sus
actores, pero en sentido inverso a la anterior.
El movimiento es acompasado, armónico.
Diría que Dios está presente aquí, en alguna parte, en todas las partes, en el recinto, en los recintos, en los muros sin puertas, en las angulaciones ojivales, en los planos de las estrellas, en las entidades, en las figuras, en todo.
El zumbido permanece constante, cadente.
La tercer estrella, la que sigue, de aquellas que veo, que siento están allí,
comienza su giro en el sentido inverso, pero la que le sigue lo hace también en
el opuesto.
La escena se repite sin cesar.
El movimiento que generan es infernal.
Es algo imposible de describir con palabras.
Por ello no hay palabras en este recinto, en estos recintos, las oraciones son perfectas y se esparcen en todas las direcciones. Están convirtiéndose en una especie de melodía, etérea, hermosa.
Me eleva aún más,
Me despega del yo denso, si es que algo quedaba de él.
La luz en el recinto está creciendo.
Aumenta, con la oración, con los pensamientos armónicos de todas las
entidades vibrando al unísono.
Pero me doy cuenta que no es un plano. Hay cientos de planos hasta donde estoy y en todos se repite el cuadro.
Estrellas que se mueven en una y otra dirección.
Entidades que en cuclillas se están transformando en capullos de luz.
Ya no parecen "personas", son capullos de una luz resplandeciente.
Pero aún, algunas se ven como entidades.
Sus estrellas esperan un instante, un compás, una señal, algo que indique que deben comenzar su giro.
Y así se inicia en el movimiento en cada nivel.
Uno tras otro. Por cientos.
Me recuerdan los compases del Concierto Brandeburgués de Johann Sebastian Bach. No, quizás mejor se adapta a la Overture Nº 3 in D Major. Tal vez la II, Air. En realidad todo encaja.
Él las debe haber recibido de aquí. Esta debe haber sido su fuente de inspiración, su musa.
Esto trasciende los espacios y los tiempos. Está más allá de ellos.
Se ubica por sobre todas las cosas.
Es sublime.
Ahora gira la estrella donde se ubican aquellos a quienes conozco.
El movimiento ondulatorio de las estrellas es perfectamente acompasado.
No dejan de vibrar, suavemente.
El zigzagueo es cuasi imperceptible, pero está.
No alcanza la vista. No alcanzan los ojos. No alcanza el alma para absorber tanta magnificencia.
Nada de lo presente detiene su giro.
Todo está a un mismo tiempo en un compás único.
Pero ahora se ve un nuevo plano de estrellas y entidades, figuras, todo en movimiento pero que corta perpendicularmente a las primeras.
Un instante después nuevos planos inclinados y opuestos de estrellas se entrecruzan en todas las direcciones, siempre con entidades ubicadas en cuclillas al estilo de los yogui sentadas en los ángulos con sus rostros hacia el centro único.
La melodía y la oración son una sola cosa.
Todo vibra.
Todo se siente. Puede llevarse en el alma.
Aquí nace la vida.
Aquí se sostiene y se decide la muerte.
Aquí está el comienzo y el fin, el alfa y el omega.
Ahora siento en mi cabeza dar vueltas aquellos conceptos de Tollen en la montaña: "en todas las culturas, en todos los tiempos, en todos los espacios,
en todas las dimensiones de este Universo, vale el pensamiento que une a todos aquellos que transcurrimos en cualquier parte del espectro, en el visible y en el invisible. ...Cuando aún era de noche, cuando no había día, cuando aún no había luz, se reunieron, se convocaron las almas, allá en Teotihuacán*".
Y continua: "mis amados..., entonces las almas se expresaron y en busca de sostener la armonía del conjunto, dijeron, ¿quién de nosotros, quién de vosotros, quién de todos, qué de cada uno, qué de cada cuál, tomará sobre sí, se hará cargo, de que haya días, de que haya luz, de que haya espacio ocupable para unos mientras otros sostienen los parámetros de la vida y la muerte, la luz y las tinieblas?. ¿Quién estará en la luz?. ¿Quién cuidará el equilibrio de las fuerzas?. ¿Quién estará en las tinieblas?. ¿Quién sustentará la armonía del espectro visible?. ¿Quién mis amados?".
Las palabras se me representan eléctricas, magnéticas, con una carga extraña
de fuerzas.
Es como si todas las fuerzas del universo se hubiesen concentrado aquí para
alcanzar un fin último, divino.
Ahora todas las entidades son capullos de luz.
Incluso mis conocidos Hakavitz, Tepeu, Gukumatz.
¿Será esta la Teotihuacán de las escrituras sagradas, allá en la Tierra del nahuátl?.
¿Será éste una réplica de aquel momento?.
Los compases de esta melodía entran y salen de mi. Cuando salen ingresan las oraciones y cuando éstas se van vuelve la melodía.
Me parece escuchar a Bach. ¿Será?.
Violines, cuerdas, órganos, pianos, instrumentos de viento, todo parece acompañar el instante.
Es un concierto de movimiento, energía y almas.
Todo forma un todo de luz.
Percibo que aquí, en este preciso instante, en este conjunto de recintos sagrados, confluyen toda la sabiduría que sostiene al universo en pié, toda la justicia necesaria para que el equilibrio trascienda los tiempos y los espacios y todo el amor necesario para que la unión, las uniones entre los seres y sus dimensiones alcance la armonía de la perfección.
Todo es inconmensurable.
Se está formando un gran capullo, gigantesco, pleno de una luz coherente.
Semeja una inmensa flor estelar suspendida en el espacio.
Sostenida por la energía propia e individual de cada entidad hecha luz que al conectarse con la otra, con cada uno, entre todos, alcanzan a formar un núcleo único de energía divina.
No hay sombras.
Todo es coherente.
Todo está dentro del recinto central y se replica en cada una de las naves que acompañan.
No hay arriba pero tampoco abajo.
Ahora comienzo a sentir que la luz, el conjunto se está convirtiendo en una masa única de energía viva.
En las imágenes suceden historias del aquí y del allá.
Es como si toda la historia del universo estuviese transcurriendo dentro de esta
inmensa burbuja densa.
Se ven mundos.
Se ven colisiones terribles.
Se ven túneles de luz.
Se ven formaciones estelares, galaxias, nubes.
Se ven seres, extraños. Pequeños y gigantes.
Se ven turbulencias.
Se ven conflagraciones.
Hay caos. Pero es un caos armónico.
Hay luz. Hay tinieblas.
Todo confluye hacia un pensamiento central.
Todo sale de mentes en armonía.
Es una cascada de fuerzas equivalentes que sostienen el todo y la nada.
Se ve algo así como una simiente disparada desde la luz.
Se ve algo así como un útero esperando contener un germen de vida.
Se ven esferas de energía girando sobre el útero.
Una de ellas se inserta sobre la derecha.
La otra sobre la izquierda.
Una permanece afuera.
Una espera por la simiente.
Se ve una entidad escribiendo en el libro de la vida.
Se ve una cadena de almas asistiendo a la escritura.
Estas almas no están en el aquí.
Están en el allá.
Muchas de ellas consienten el momento.
Muchas de ellas consienten el contenido.
La escritura se rubrica.
Se coloca un sello. Se coloca otro sello. Lleva siete sellos.
Hay un consenso hacia la luz.
Se abre una ventana y esta comunica con un túnel, un torbellino de luz.
Se ve que un alma se abstrae del conjunto y se desliza hacia la ventana cayendo por el túnel.
Se precipita a través de infinitos. A través de tiempos.
Se consubstancia con el útero, se acomoda, anida.
Se produce un nacimiento.
Un golpe de aire ahoga pulmones encarnados. Se percibe un llanto.
Dos ángeles, entidades aladas custodian al recién llegado.
Son almas a las que se les da en custodia la vida del alma encarnada.
Se llaman conciencia, pero en realidad son entidades sin rostro.
Todo se vuelve torbellino.
Ya no se ven imágenes. No se perciben cosas.
Todo es luz.
Estoy en el capullo, inmerso en él.
He sido invitado.
Soy uno de ellos.
Soy parte del todo.
Siento una paz, una integridad, que no se pueden describir con palabras.
Esto es el silencio místico en su máxima expresión.
El movimiento continúa.
Todo se ha tornado denso. Pero también permanece etéreo.
Es divino.
Es hermoso.
Es sublime.