sábado, 14 de marzo de 2009
EL OTRO LADO primera parte... capítulo tercero
cuando creas que todo lo has visto... un sueño acudirá en tu noche a enseñarte que no eres nada, pero al mismo tiempo a recordarte que eres algo en los planes divinos, prolijamente establecidos en el LIBRO DE LA VIDA
EL OTRO LADO I
III - HORA UNO (lectura)
Es de noche. Cerrada. Extrema. Oscura. Gélida. El frío reinante puede respirarse.
Pero no estamos en la Tierra.
Estamos en un lugar lejano, muy lejano desde donde la Tierra es apenas un punto tenue en el espacio, casi imperceptible, muy mezclado con otros puntos, más o menos brillantes.
Es otro planeta. Frío. Helado. Pero lleno de vida.
Este planeta pertenece a un sistema autónomo de otros cuatro, semejantes en tamaño. Fríos todos porque este sistema se traslada alrededor de un centro magnético que no contiene a estrella alguna.
Parece una singularidad astronómica, pero no lo es.
Parece una extrañeza matemática, pero no lo es.
En el universo muchas cosas no son lo que parecen.
Este planeta tiene cuasi 1,2 millones de kilómetros terrestres de diámetro. Por sus características no se ve desde nuestra Tierra. Su albedo es cero lo cual indica que no refleja luz alguna.
El paisaje es escarpado, con profundas hondonadas por donde corre algo así como agua. Parece agua, pero no lo es. Parece hielo pero no lo es. Las laderas
de los montes circundantes parecen de un terciopelo amarronado, no es pasto, se asemeja más a un musgo, esponjoso, pleno de vida.
En las cimas la oscuridad permite intuir alturas majestuosas, impecables, que empequeñecen.
No hay luz artificial, sólo oscuridad.
El cielo tiene una tonalidad extraña. No se ve algo así en otros lados del universo. Es azul con mucha carga eléctrica, pero no de tormentas, y al mismo tiempo es profundo, cuasi marino.
La electricidad puede respirarse, está presente pero no se la ve.
La brisa la hace vívida.
La hondonada de la derecha se corta abruptamente creando una pared de casi siete mil metros de altura, donde los sonidos se concentran de una manera singular.
Un desprendimiento suena y resuena por horas como si se tratase de un alud, pero apenas es polvillo de piedras circulando.
La otra pared de la misma hondonada es un poco más suave, da la impresión de ser menos profunda.
De la primera pared brotan cascadas de un agua que parece dulce, pero no lo es. De la otra, en cambio, un hielo que no es tal se ha apropiado de algunos sectores altos compartiendo con el musgo denso desde cerca de la mitad hacia
abajo.
Para cualesquiera de los lados de su curso, la hondonada no se sabe dónde comienza, tampoco dónde termina. El espacio entre una y otra paredes es inmenso lo cual produce una sensación de grandiosidad infinita. De vacío.
En términos terrestres cerca de 500 metros separan la pared de las cascadas de aquella otra donde hielo y musgo conviven en los tiempos.
Por momentos, concentraciones de electricidad estática hacen que se formen masas incandescentes que transitan por la mitad de la altura de la hondonada a una velocidad fantasmal, produciendo un ruido singular que se desvanece en segundos para recrearse luego nuevamente en otra masa ígnea.
Estallan en miles de destellos, sin que aparentemente se estrellen contra nada.
No queman nada. No alteran el agua, tampoco el hielo, menos el musgo.
A la izquierda, más lejos y luego de una pendiente suave aparece una ladera constante que asciende muy por arriba de nuestro lugar de observación. Más allá, como resultado de algo que parece haber sido un hachazo gigantesco, existe otra hondonada de diez mil metros y más de profundidad.
Se escucha algo que retumba en su base y que a períodos repetidos hace temblar el suelo con movimientos de tipo ondulatorio.
En el costado de la ladera inmediata a nuestro punto de observación, el musgo se desparrama por doquier combinándose con algo así como inmensos helechos que en la oscuridad semejan formas diablescas.
Se ven hongos gigantescos. Mucho más altos que un edificio terrestre.
Se ven líquenes inmensos que se entremezclan con los helechos y los hongos.
Se ven extrañas flores que semejan a orquídeas.
Se ven otras que emergen de los líquenes pero que se parecen a monumentales claveles del aire.
La oscuridad no permite percibir los colores.
La soledad y el silencio impactan en el aire.
Del otro lado, a más de un kilómetro se divisa la otra pared, plena de ese hielo que no es tal.
Aquí tampoco se sabe dónde comienza o dónde termina la hondonada.
Este planeta tiene un nombre.
Es mucho mayor que nuestra Tierra.
Es cuasi 100 veces la Tierra.
Su estructura es fría, pero tiene una actividad volcánica interior que sostiene una vida distinta.
Este mundo tiene satélites naturales. Tiene diez. Pero ninguno es visible por el momento. Sus órbitas son una curiosidad matemática ya que son paralelas y su frecuencia es tal que en un momento dado los diez se muestran en un mismo cielo. Simultáneos. Majestuosos. Iluminando la noche. Pero en un término de cuatro horas desaparecen sucesivamente. Pero cuidado este tiempo no es el terrestre y sus parámetros son bien otros.
De pronto en el cielo oscuro, poco antes que la primera trilogía de satélites aparezca por el Oeste de nuestro ángulo, se observa un destello, pequeño primero, muy fuerte unos segundos después.
Se desvanece.
Tal vez podría creerse que este planeta es mudo testigo de alguna hecatombe
estelar lejana.
Podría creerse que aquí no hay nadie para sorprenderse.
Podría creerse que aquí no hay nadie para admirar el suceso.
No es así.
Se escucha algo así como un zumbido que se entremezcla con las masas de electricidad estática, las cascadas, el polvo de piedras en el aire, todo ese maravilloso conjunto de sonidos que comparten la oscuridad, el aire helado, y fundamentalmente otro tiempo, otra realidad, quizás otra dimensión.
Acercándonos, el zumbido no es parejo. Suena como tal, pero no es tal. Parece
algo así como una conversación.
En la oscuridad se dibujan tres siluetas.
Podrían ser humanas, pero no lo son.
Son seres altos, muy altos. Lucen con el paisaje.
Están ataviados con túnicas oscuras. Del mismo color que el cielo. Se notan pesadas. Parte de ellas les cubren las cabezas y les ocultan las manos y los pies.
Ubicándonos casi a un costado de ellos, sus rostros no muestran facciones. No
tienen ojos, pero pueden ver. No tienen boca, pero pueden hablar. No tienen oídos pero pueden escuchar. No tienen nariz pero pueden respirar. No tienen cabello. Tampoco vellosidades.
Pero su belleza está en sus almas y sólo allí.
El medio ambiente tan hostil, parece no serlo para ellos que impávidos comparten la imagen del espacio unido al lugar que pisan.
Parecen estatuas. Se comunican pero no se mueven.
Un frío indescriptible los envuelve, pero ellos permanecen allí compartiendo las
imágenes, el momento.
Hace un tiempo largo que están allí.
Miran siempre en la misma dirección.
Miran en dirección al destello reciente, como si lo hubiesen estado esperando.
El mundo de las sensaciones extremas, el de las almas limpias, el de los corazones atemperados, nos permite acceder a su conversación, sin compartirla. Simplemente ser un partícipe silencioso del instante.
Hakavitz, así se llama el más alto de ellos, dice algo así como que: "...se produjo tal lo aseguró el maestro".
Tepeu, el más bajo de ellos, asiente y agrega: "...qué habrá sido de las almas?".
Gukumatz, el intermedio, sin moverse, sentencia: "...tal lo ha dicho el maestro, deberán conjugarse en una nueva armonía para crear un nuevo lugar, un nuevo escenario, algo que sea propicio para la vida, de esas vidas". Y agrega: "como se trata de almas calientes se verán obligadas a armar un nuevo mundo
donde exista aire respirable y éste conjugue la existencia con la no-existencia".
Se produce un nuevo letargo.
Sin sonidos.
Puro silencio. Pura observación.
Algo inquieta a Hakavitz. Tepeu y Gukumatz, nombres que tuvieron mucha importancia, alguna vez en aquella Tierra, lo perciben pero guardan silencio.
Se respira un profundo respeto. Una reverencia de unos hacia otros, en todas las direcciones, como si un hilo de plata invisible los uniera y los tres vibraran individualmente pero al unísono, como una sola alma.
Hakavitz retrae sus hombros y con su rostro hacia la oscuridad infinita, repite: "...el maestro lo había señalado claramente. Era el tiempo. Cuando las almas, sean de la naturaleza que sean, se topan con el medio que las lleva a su creación, el ciclo está concluido y debe recomenzar. Inexorablemente. Así debe
ser. Si fuese de otra forma, se alteraría el proceso cíclico y se correría el riesgo
de crear una paradoja sin fin que rompería el equilibrio del universo. Del mundo
todo, sin solución de continuidad".
Se toma un instante, y complementa: "seguramente dichas almas estaban empecinadas en encontrar su propia fuente, su indivisible origen, su esencia".
Guarda silencio.
Gukumatz se filtra en el pensamiento y en forma terminante, espeta: "Eso, eso no debe ser. Sea donde sea, no debe ser, por nosotros, por los otros, por aquellos los cercanos y los lejanos, porque en el Universo todo es inmediato, pequeño, y las secuencias matemáticas de la vida y la muerte no deben ser jamás alteradas, salvo que la conciencia máxima así lo disponga".
Guarda silencio y permanece expectante con el rostro hacia la nada.
Tepeu, avanza entonces y deja fluir su pensamiento: "No debe suceder. Pero se repite sin cesar en el aquí y en el allá. Las almas vivientes siempre quieren encontrar el sendero que les permita conducir su permanencia en el tiempo visible y sentible. Se busca ser imperecedero. Es una búsqueda lógica y afín y a los que son, o a los que estamos..."
Su pensamiento no puede concluir. Hakavitz lo interrumpe: "Sí y no. Existen muchos núcleos donde todo ello ha sido superado y el pasaje está autosustentado en cuidar el venir y el devenir. El estar y el sostener".
Hakavitz permanece expectante y pensativo.
No hace gestos pero baja su cabeza y permanece así por un rato.
Tepeu, entonces, retoma: "En este Universo, tal lo ha dicho el maestro, lo primero es la naturaleza. De las cosas. De los seres que transcurren en ella. Como si se tratase de un gran ser viviente donde cada uno existe en tanto y en
cuanto el otro permanece. Cuando no se interpretan los lados, las dimensiones, los estados, y que la armonía del justo equilibrio debe ser la prioridad de la vida, lo demás se torna superfluo y la vida misma se convierte en algo tedioso donde las partes están en competencia por un espacio que les es inherente pero que en la urgencia del poseer, no reconocen. Esto diezma la calidad de las almas encarnadas. Las opaca. Las entorpece. Las nubla. Las pierde".
El derredor de esta circunstancia se estaba cargando de energía.
A cada pensamiento expresado, el aire sube su nivel de estática.
En ese momento en la oscuridad, algo une las mentes de los tres personajes de esta escena. Algo se está corporizando. Algo así como un grueso hilo de luz, que crece junto con la evolución y complejidad de las ideas expresadas y de aquellas otras resguardadas.
Gukumatz, gira su rostro y lo dirige hacia sus colegas de contemplación mística. Esa faz como de un huevo, opaca en el comienzo de la escena, se está tornando brillante, se está iluminando progresivamente.
Allí se introduce en los pensamientos que se estaban corporizando y sentencia:
"las almas van y vienen, pero el universo permanece. Y esto no es sólo una mera frase que repica en todos y cada uno de los rincones del universo visible en esta dimensión. Vale para todas las dimensiones. Las trasciende y es Ley Universal que si no se respeta se vuelve en contra de aquellos que como necios, la desprecian, la niegan y la burlan. Recibir la gracia de la vida, sea donde sea, en el aquí o en allá, es parte de dicha Ley. Permite el equilibrio de las fuerzas. Permite que la luz se vuelva tangible por un instante, pero al mismo
tiempo habilita a quienes no reciben dicha gracia, sostener todo lo atinente que
mueve las esferas para que ese momento, la vida, sea posible. Sin esa condición. No hay vida. Si la vida se entromete en esa condición, el orden debe
ser restablecido desde la nada. Otra vez. Como la primera".
En este momento el hilo de luz que unía las mentes se había vuelto intenso, pero otro más amplio, como si se tratase de un aura magnífica, luminosa, brillante, algo así como una campana de luz, los estaba incluyendo a los tres. Ahora, a una distancia relativamente cercana, un cuarto personaje, una cuarta entidad, los observa en silencio, pero atento a lo que estaba aconteciendo.
Entre tanto los tres espectadores y comentaristas del caos cósmico recientemente visible, Hakavitz, Tepeu y Gukumatz, con sus rostros enfrentados, sin tocarse, firmes tal estatuas del más fino mármol, están alcanzando un punto de comunión de tal envergadura que el aire en su alrededor se había tornado denso, pero al mismo tiempo etéreo, puro, trascendente.
Los tres saben que sus pensamientos armónicos han generado una comunión de almas que estaba recibiendo la gracia y los dones del conjunto.
De un conjunto que forma el todo pero que muy pocos conocen.
En ese momento, cuando los tres son uno en la campana de la luz, el cuarto personaje se traslada con su pensamiento y de pronto queda también repentinamente incluido en el capullo y todos son apenas uno.
En ese instante el capullo se torna en algo tangible, tocable. Ya no sólo es visible. Ahora tiene entidad propia. Es como un pétalo único lleno de energía eléctrica diferente a la que se percibe en el medio ambiente.
Tollen, el nombre del maestro, espectador lejano y ahora cercano, había transformado la escena en una masa de energía inconmensurable.
Envolviendo a todos en un todo, dice: "mis queridos, mis amados, lo que Ustedes sienten y dicen revela los actos de amor universal de todos los tiempos. Por ello, para que nuestro transcurrir sea posible vale aquello que hace a la eterna simiente".
Y agrega: "en todas las culturas, en todos los tiempos, en todos los espacios, en todas las dimensiones de este Universo, vale el pensamiento que une a todos aquellos que transcurrimos en cualquier parte del espectro, en el visible y
en el invisible. Cuando aún era de noche, cuando no había día, cuando aún no había luz, se reunieron, se convocaron las almas, allá en Teotihuacán*".
Y continúa: "mis amados..., entonces las almas se expresaron y en busca de sostener la armonía del conjunto, dijeron, ¿quién de nosotros, quién de vosotros, quién de todos, qué de cada uno, qué de cada cuál, tomará sobre sí, se hará cargo, de que haya días, de que haya luz, de que haya espacio ocupable para unos mientras otros sostienen los parámetros de la vida y la muerte, la luz y las tinieblas?. ¿Quién estará en la luz?. ¿Quién cuidará el equilibrio de las fuerzas?. ¿Quién estará en las tinieblas?. ¿Quién sustentará la armonía del espectro visible?. ¿Quién mis amados?".
Mientras todo esto sucedía el capullo era ya una masa incandescente.
No se veía nada hacia adentro.
En ese momento esa masa de pensamientos energizada y convertida en una
burbuja de luz se despega del suelo.
Sin embargo no se proyecta sobre el medio circundante.
No genera sombras.
Es una masa coherente de energía lumínica cercana a un ultravioleta visible.
Continúa elevándose y en una fracción de espacio-tiempo desaparece justo al tiempo que los satélites comienzan a atisbarse detrás de las escarpadas laderas del desfiladero contiguo.
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