Miles de flechas apuntando al cielo...
verticales o desplazadas por el viento,
apoyadas al modo de un efecto dominó,
milhojas creación de la cocina divina del Señor.
Chocolate... o dulce de leche,
vetas rojas, vetas verdes, vetas del tiempo,
tierras que sonríen en silencio sus saberes
de antiquísima data,
custodios extraños de la sabiduría andina,
visionarias de lo que fue pero también de lo que aún nadie conoce,
otrora lecho de océanos embravecidos,
ahora apaciguados por la LUZ de un SOL límpido,
que acaricia cada hoja con la pasión
de un amante despiadado pero al mismo tiempo,
con manos de seda que acarician a la piedra
para que no se sienta sola,
tampoco olvidada... menos omitida.
Todo está allí, al alcance de la mano,
pero permaneciendo oculta a los ojos humanos,
permite que se le admire desde fuera...
pero es inaccesible y sus crestas temerarias,
no habilitan a que se las moleste,
ya que están allí para indicar
la importancia eterna de la TIERRA,
el SOL y las extrañas noches de paso lunar,
donde miles de fantasmas aparecen cambiando
sus sombras cada minuto, confundiendo al visitante extraño,
para que el secreto jamás se rompa...
nunca se difunda, nunca se conozca,
allí vive el tiempo atado por el Ave Phoenix invisible,
que recorre las cumbres recordando que
"los hombres van y vienen, pero la TIERRA permanece".
El dispensador: homenaje a las tierras ocultas. Marzo 20, 2009.-
DEDICADO A: los corazones que aman sin hablar, con un simple chocolate.
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