[I/V]
El Teatro San Martín
Entre risas y lágrimas
Cumple 50 años y estrena nueva conducción, pero sufre por el ahogo financiero y por la decadencia de sus instalaciones
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Pablo Gorlero
LA NACION
Entre risas y lágrimas
Foto SEBASTIÁN DUFOUR
Cuarenta años atrás, quien esto escribe tenía que elegir cada semana entre estas tres propuestas de salida que le hacían sus padres: ir al cine, al teatro o al San Martín. Es decir, ir a ver los dibujitos en continuado, a las distintas salas que ofrecían obras infantiles o, todo en uno, al San Martín. La última opción, claro, era una salida más sofisticada y menos previsible. En el San Martín se podían ver las obras de Roberto Aulés, las de Liliana Paz, y clásicos cinematográficos infantiles como Crin blanca y El globo rojo , en la sala Lugones. Para los porteños que elegíamos seguido esa propuesta, el San Martín sigue siendo el ícono cultural por excelencia, el gigante con corazón de escenario que se rodea de librerías y cuevas discográficas. Es el sitio en el que comenzó la pasión de muchos teatristas, el lugar donde todos los actores quieren estar.
El San Martín es un dandi que este año cumplió 50, a lo largo de los cuales ha atesorado un legado espléndido. Hoy en día, algo maltrecho, hace esfuerzos por mantener esa apariencia señorial. Pero siempre ha sufrido de una dolencia persistente: la política.
Un edificio revolucionario
Allí donde había un enorme garaje, en un predio de 30.000 metros cuadrados de la avenida Corrientes, entre Paraná y Montevideo, se comenzó a construir en 1953 el edificio del teatro. La obra estuvo detenida más de tres años por cuestiones presupuestarias, pero pudo inaugurarse finalmente el 25 de mayo de 1960.
Muchos especialistas sostienen que en aquel momento no había teatro en el mundo con el refinamiento de este gran complejo. Su sala mayor, la Martín Coronado (nombre de uno de los pioneros de la dramaturgia argentina), era la más completa del mundo. El gran mérito de los arquitectos Mario Roberto Álvarez y Macedonio Oscar Ruiz fueron sus logros escenotécnicos. Se lanzaron al desafío de montar dos salas superpuestas con mecanismos escénicos impensados en los años 50 y una técnica de construcción de vanguardia. Para ello, se aprovecharon trabajos realizados años antes, para el trazado del subte B. Pero había que neutralizar cualquier ruido o vibración del exterior. Álvarez y Ruiz no sólo lo lograron, sino que dotaron a las salas Casacuberta y Martín Coronado de condiciones acústicas excelentes. Tal vez muchos espectadores no sean conscientes de esto, pero el San Martín es un gran pozo. La sala Cunill Cabanellas, la más pequeña (construida en 1979), está situada en el tercer subsuelo, donde en un principio había una confitería.
Cuando se inauguró el San Martín, con el espectáculo Más de un siglo de teatro argentino , en el que todos los grandes actores de la época representaban fragmentos de piezas nacionales, su director, Osvaldo Bonet, al advertir que la enorme sección central era levadiza, exclamó: "Yo ni loco trabajo en un pozo". De todos modos, lo hizo y nada malo ocurrió. El escenógrafo Luis Diego Pedreira se las había ingeniado para aprovechar al máximo cada una de las posibilidades que ofrecía esa sala, la Martín Coronado, con capacidad para 1049 espectadores. Era un desafío nada despreciable. Pedreira tenía a su disposición más y mejores artilugios que ningún otro escenógrafo antes que él. El escenario a la italiana de la sala mayor del San Martín tiene una extensa boca de medidas variables (entre 11 y 16 metros de ancho por siete de altura), con una impresionante sección central que puede desplazarse verticalmente, en forma total o parcial, mediante nueve ascensores que actúan simultánea o separadamente; un par de discos giratorios de nueve y diez metros de diámetro, respectivamente, y un foso levadizo para la orquesta.
La segunda sala lleva el nombre de Juan José de los Santos Casacuberta, para muchos el primer actor de la escena argentina. Tiene capacidad para 566 personas y su conformación es semicircular, con un declive ideal. También aportó innovaciones, con el tablado levadizo que antecede a la sala y que puede ser escenario, piso de platea o foso de orquesta. El enorme escenario tiene 20 metros de ancho por cinco de altura y seis de profundidad. Por su parte, la sala Leopoldo Lugones, dedicada al cine, fue inaugurada el 4 de octubre de 1967, con la proyección de La pasión de Juana de Arco , de Carl T. Dreyer. Tiene capacidad para 233 espectadores y, desde sus comienzos hasta hoy, fue y es un templo del cine arte. Para su pantalla, el crítico Luciano Monteagudo programa películas de grandes maestros, como Chaplin, Griffith, Keaton, Visconti, Murnau, Kurosawa, Bergman, Truffaut, Godard, Herzog y Fassbinder.
Pero el San Martín no sólo ofrece arte y cultura en sus salas. Sus pasillos, su hall central, sus oficinas, sus archivos y sus talleres son núcleos creativos. Además, generan (o generaban) mucho trabajo. De los talleres de vestuario, zapatería y utilería surgieron varias generaciones de artesanos.
Los murales del San Martín son imponentes gigantes. El foyer de la Martín Coronado tiene un altorrelieve de cemento coloreado de siete metros de ancho y 2,80 de altura, titulado "Alegoría al teatro", obra del escultor José Fioravanti. En las paredes laterales de la sala se pueden ver las esculturas "El drama" y "La comedia", realizadas por Pablo Curatella Manes. Por su parte, en el hall de la sala Casacuberta, un gran mural de Luis Seoane ocupa 32 metros de ancho y 11 de altura. Es "El nacimiento del teatro argentino", una obra que no se debe dejar de contemplar.
Al atravesar las puertas vaivén, el mundo del San Martín saluda a los espectadores a través de su hall, que es algo así como un salón de fiestas. Allí cientos de artistas -bailarines, músicos clásicos y populares- han actuado en espectáculos de entrada libre y gratuita para darle sonido y movimiento a ese enorme ámbito, flanqueado por atractivas fotogalerías.
Las primeras décadas
Carmelo Tornello fue el primer director general del teatro. Las visitas del exterior no se hicieron esperar. La primera de ellas fue la de The Theatre Guild American Repertory Company, de Estados Unidos. Al año siguiente se presentó Vivien Leigh con The Old Vic Company, de Gran Bretaña, para hacer La dama de las camelias y Noche de reyes . Más adelante, llegarían John Gielgud e Irene Worth, The Brenda Bruce Company, la Comédie Française y Marcel Marceau.
En esa etapa, la Comedia Nacional, en la que trabajaban Eva Dongé, Gianni Lunadei, Alejandro Anderson y Rafael Rinaldi, se presentó varias veces en los escenarios del San Martín, debido al incendio del Teatro Nacional Cervantes, ocurrido en junio de 1960. Armando Discépolo montó Relojero , su propia obra, en la Martín Coronado. En 1962, y hasta 1967, Cirilo Grassi Díaz sucedió a Tornello. Después lo siguieron, entre otros, Máximo Mayor, César Magrini, Juan Carlos Muiño, Fernando Lanús, Osvaldo Bonet, Iris Marga y Emilio Villalba Welsh.
Una de las obras de mayor calidad artística representada en esos años fue la Yerma protagonizada por María Casares y dirigida por Margarita Xirgu. En el elenco estaban Alfredo Alcón, José María Vilches, Eva Franco y Thelma Biral. También hay que destacar, entre muchas otras propuestas de excelencia, Becket , de Anouilh, con Lautaro Murúa, Duilio Marzio, Norma Aleandro y Alicia Berdaxagar, dirigidos por Mario Rolla; Coriolano , con el memorable trabajo de Carlos Muñoz y La pucha , de Oscar Viale, con Norma Bacaicoa, Luis Brandoni y Julio De Grazia.
En noviembre de 1971, durante la presidencia de facto de Alejandro Agustín Lanusse, Kive Staiff asumió por primera vez la dirección general del teatro. Reemplazado durante el período peronista, retomó su puesto en 1976 y lo conservó durante toda la dictadura militar y bajo la presidencia de Raúl Alfonsín. Después pasó por la Cancillería y por la dirección del Teatro Colón, pero en 2000 regresó al San Martín.
En el documental que se acaba de lanzar en conmemoración de los 50 años del San Martín, muchos artistas dicen que fue un refugio para muchos actores perseguidos o señalados por la dictadura. Allí, en 1976, se estrenó Nada que ver , una contestataria pieza de Griselda Gambaro que dirigió Jorge Petraglia. "Desarrollamos un enorme trabajo teatral e ideológico", dijo Kive. Años después, en 1980, subió a escena un Hamlet con enfoque más libertario, en el que el príncipe de Dinamarca luchaba contra la dictadura de su tío. Los mensajes eran sutiles, pero significativos e intensos para la época. Entre tanta oscuridad, tanta muerte y tanto ocultamiento, el San Martín fue en los años de plomo un hálito de vida para los artistas.
"Tomé el personaje de Bernarda Alba como un símbolo de la dictadura. Sin cambiarle una sola letra al texto, el espectador se daba cuenta de que estábamos hablando del autoritarismo y del terror que producen las dictaduras", explicó tiempo atrás Alejandra Boero sobre su versión de La casa de Bernarda Alba , estrenada en 1977, con un elenco integrado por María Rosa Gallo, María Luisa Robledo, Elena Tasisto, Juana Hidalgo, Estela Molly, Graciela Araujo, Hilda Suárez, Alicia Berdaxagar y Rubi Monserrat.
"Yo no era progobierno militar. Hubo claros intentos de desplazarme, pero tuve buenos defensores. Siempre digo que, afortunadamente, el brigadier Osvaldo Cacciatore, un intendente con un sentido un poco feudalista en su manejo de la ciudad, me consideraba parte de su gente. De modo que fue un buen paraguas, una buena protección", dijo Kive Staiff a LA NACION.
Los elencos estables
Paradójicamente, en sentido contrario a lo que ocurría en el país, el San Martín tuvo sus momentos cumbre en los años 70. En la segunda mitad de esa década, Staiff creó los tres cuerpos centrales: el Ballet Contemporáneo, el Grupo de Titiriteros y el Elenco Estable. Mientras que este último cuerpo fue eliminado en 1989, los otros continúan funcionando. El Ballet Contemporáneo, actualmente dirigido por Mauricio Wainrot, tiene ya 33 años ininterrumpidos de vida. Oscar Aráiz dirigió su elenco de danza entre 1968 y 1971, la compañía estable continuó con la dirección de Ana María Stekleman hasta 1982. También pasaron por ese cargo Norma Binaghi, Lisu Brodsky y Alejandro Cervera.
En 1977, Staiff convocó al gran titiritero Ariel Bufano para montar David y Goliat , de Sim Schwarz. A partir de esa exitosa experiencia, junto con Adelaida Mangani, decidieron crear un elenco estable de titiriteros que contara con el apoyo económico y técnico necesario para desarrollar ese arte. Mangani dirige el grupo desde 1992, luego del fallecimiento de Bufano.
El elenco estable del San Martín estuvo conformado por una treintena de primerísimos actores, como Elena Tasisto, Walter Santa Ana, Osvaldo Terranova, Graciela Araujo, Juana Hidalgo, Pachi Armas, Fernando Labat, Jorge Mayor, Roberto Mosca, Roberto Carnaghi, Osvaldo Bonet, Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Alfonso De Grazia, Jorge Petraglia, Horacio Roca, Roberto Castro, Aldo Braga, Mario Alarcón, Patricia Gilmour, Oscar Martínez, Alberto Segado, Hugo Soto y Leopoldo Verona.
Aunque la proyección internacional del elenco estable del San Martín había comenzado años antes, se afianzó en 1982, cuando se realizó una gira por la Unión Soviética (otra paradoja política) con El reñidero , de Sercio de Cecco, y La casa de Bernarda Alba , de García Lorca. Un dato curioso: el elenco fue protagonista inesperado de los funerales de Leonid Brézhnev, el premier soviético, en Moscú.
Durante los años 90, el San Martín continuó con su tradición de excelencia y dio también espacio a grupos emergentes, como La Organización Negra, y nuevos realizadores, como Ricardo Bartís, Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Mauricio Kartún y Claudio Hochman. En 2000 el Gobierno de la Ciudad porteño creó el Complejo Teatral de Buenos Aires, una organización que fusionó artística y administrativamente las cinco salas teatrales de dependencia oficial, es decir, el San Martín, el Presidente Alvear, el Teatro de la Ribera, el Regio y el Sarmiento.Hoy, el CTBA no sólo brinda excelencia en sus propuestas culturales, sino que también edita libros y revistas, tiene un programa de televisión y otro de radio, entre tantos otros emprendimientos. Como una vivienda lacustre, está sostenida para que no la alcance la inundación. Sus hacedores tratan de sostener toda esa gran estructura de la mejor forma. A veces se puede, otras veces no. Depende de las autoridades conseguir que esta historia pueda proseguir.
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[II/V]
Editorial
Una cuestión de política cultural
Por Hugo Caligaris
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Da pena ver el San Martín así: los andamios desnudos en la entrada del teatro, por Corrientes, los cielorrasos descascarados, el Centro Cultural tapiado y pauperizado desde hace tiempo. Cumple 50 años, y está así. Tiene una historia gloriosa, y está así. Es "el" lugar de la cultura en Buenos Aires, posiblemente junto con el Colón, y está así. Las obras se prometen y se postergan, corren rumores de recortes. No alcanza la plata. El presupuesto cultural de la Ciudad, siempre suficiente para los grandes festivales de música popular, noches de librerías, de museos y de disquerías, que aseguran mucha repercusión en los medios, es insuficiente para devolverle el brillo al San Martín, que es la principal fuente cultural de todos los porteños con inquietudes, los ricos y los pobres. Es decir: hay dinero para todo, excepto para lo principal. Entonces, lo que se debería mostrar con orgullo se muestra con lástima: esa es la extraña lógica de la política cultural criolla. Con la nota de tapa de este número buscamos revertirla, en la modesta medida de esta revista. Y también rendirle homenaje al gran teatro argentino.
hcaligaris@lanacion.com.ar
[III/V]
Nota de tapa / Habla Kive Staiff
"Tengo más amigos que enemigos"
El director saliente está orgulloso por haberles dado lugar a grandes artistas y dice que se siente cansado "por la pelea cotidiana"
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
"Tengo más amigos que enemigos"
Foto Fernando Massobrio
Después de treinta años, la oficina de Kive Staiff en el San Martín es como su casa. Están sus cuadros, muchos objetos personales y docenas de premios. A un costado, algunas cajas. Ya está guardando, muy de a poco, algunas de sus pertenencias. Se lo ve triste. Por momentos se quiebra, no lo disimula. Y si quisiera hacerlo, no podría. Pero los silencios, luego de algunas preguntas, son largos. En pocos días se irá de ese lugar que, con orgullo, hizo a su modo.
-¿Hasta cuando sigue aquí, en su oficina, Kive?
-Hasta el 30 de noviembre. Se ha creado un consejo asesor de artes escénicas cuya presidencia voy a ejercer a partir de diciembre. Es una buena idea de Hernán Lombardi, en el sentido de elaborar una política cultural con todos los estamentos de la actividad que tiene la ciudad. No me parece nada mal, porque se fija un propósito, un horizonte, y hay que trabajar para unirlos en esa misma dirección.
-¿Qué significa el Teatro San Martín para usted?
-Y, mirá... Sintéticamente te tendría que decir: la vida.
-Eso es mucho...
-Sí, es mucho. Estoy vinculado al teatro desde hace 40 años. La primera vez llegue a fines de 1971; a mediados de 1973 me fui para ejercer el periodismo en el diario La Opinión , me volvieron a llamar en 1976, me tuve que ir en 1989 y volví a mi trabajo periodístico pero siempre vinculado con la actividad teatral, a través de la crítica. Es una experiencia vivida única y, sobre todo porque llegué a fines de 1971 con una especie de rabia de crítico de teatro: "Ahora voy a demostrar qué se debe hacer con un teatro público de Buenos Aires". Y en cierto sentido lo demostramos porque hubo un remezón, un gran movimiento sísmico desde el punto de vista ideológico en el primer repertorio, de 1972.
-¿Se acuerda de la primera obra que montó?
-Sí, fueron dos. Un enemigo del pueblo , de Ibsen, en la adaptación de Miller, en la Martín Coronado; y la otra fue Nada que ver , la primera obra que Griselda Gambaro hizo con nosotros, en la Casacuberta. Ernesto Bianco y Héctor Alterio estaban formidables en Un enemigo del pueblo . Por aquel entonces los fervores políticos jugaban un papel enorme, el público participaba con calentura política.
-¿Se arrepiente de algunas cosas en todo este tiempo?
-No, creo que no. Uno puede arrepentirse de haber elegido algún título que fue un desastre. Pero forma parte de la responsabilidad. Tuve grandes colaboradores y, juntos, creamos una institución en movimiento. Muy rápido dejamos de ser productores de teatro para convertirnos en una institución cultural. Yo mismo me sorprendo. El día a día a uno lo traga y cuando mirás para atrás, te preguntás: "¿Cómo llegamos hasta aquí?". Ésta es una institución que edita revistas, libros, produce un programa de televisión, otro de radio, edita discos, hace cursos diversos... Hemos convertido una sala que era confitería en una paradigmática, que es la Cunill Cabanellas. A veces me da la impresión de que hay gente que va a esa sala y a ninguna otra.
-¿Le duele el teatro?
-Y sí, me duele mucho... Me duele mucho cuando veo que deberíamos hacer más de lo que hacemos, y mejor. Aunque hay espectáculos que me producen una enorme satisfacción, me duele que no tengamos dinero, que nos falte un buen presupuesto, que la obra arquitectónica que tenemos por delante esté paralizada. Estamos con una marquesina a mitad de camino, con un proyecto de sala de ensayo para el ballet que finalmente no se consumó, problemas con la instalación sanitaria, problemas con la lluvia, problemas con el techo del Alvear y el de la sala Martín Coronado. Eso duele muchísimo, indudablemente.
-¿Y qué le dicen las autoridades cuando usted les comenta estas cosas?
-Bueno, alegan que no hay dinero...
-¿Y usted cómo reacciona ante eso?
-Tengo ganas de dar una piña. Es un tema recurrente en nosotros, en la dirección del teatro. No soy yo solo. Hay gente que está a mi lado y hemos constituido un equipo de trabajo muy interesante y muy apasionado.
-¿Y usted qué piensa? ¿Este gobierno no tiene recursos o es indiferente?
-No puedo decir que es indiferente, al contrario. Pero es evidente que se requieren decisiones políticas para decidir qué hacer con el presupuesto para el Teatro San Martín. Me resulta difícil imaginármelo pero, bueno, también es cierto que debería haber una mayor conciencia del fenómeno cultural en la dirigencia política... y en la económica. No tenemos cultura de mecenazgos entre nosotros. Tenemos algunas empresas que nos acompañan, como el Banco Galicia, el Banco Ciudad, la Fundación YPF... Pero deberíamos tener mayores aportes de más sponsors . De todos modos, no podemos compensar las carencias de los presupuestos oficiales con las intervenciones de las instituciones privadas.
-¿Cuál es el ingreso que tiene el teatro por boletería?
-Es alto si tenemos una buena temporada activa. Creo que este año será así. Si hay más espectadores, nos va muy bien, pero tené en cuenta que cobramos una entrada muy barata. Estamos en 45 pesos cuando los teatros privados están tocando los 200. De manera que la vanagloria no es a través de la recaudación sino que debe darse a través del número de concurrentes al teatro, y ahí estamos en unos 600.000 o 700.000. Hemos tenido épocas en las que hemos llegado al millón, hace muchos años. Pero no me quejo, tenemos una buena receptividad en el público.
-¿Se ganó amigos y enemigos al mismo tiempo?
-Nooo... Tengo muchísimos más amigos que enemigos. Hay alguno que debe de andar por ahí rumiando la bronca de no haber trabajado acá como hubiera querido. Pero el San Martín siempre fue el lugar donde muchos artistas podían hacer determinado repertorio que, obviamente, ni en la televisión ni en el teatro comercial lo hubieran podido abordar. Hay actores que se pasan la vida sin haber hecho Shakespeare, lo que es terrible.
-El San Martín es el lugar por donde todos los actores quieren pasar...
-Es verdad, es así. Hubo un actor que se arrojó al piso a besar el escenario cuando por primera vez lo llamamos para actuar.
-¿Le hubiera gustado volver a tener un elenco estable?
-Absolutamente. Pero no hay condiciones económicas para hacerlo. En 1989 se disolvió el elenco pero se mantuvo la compañía de danza y la de títeres. Creo muchísimo en un elenco estable. Ya se sabe del riesgo de la burocratización, pero hay métodos y formas para combatir esa tendencia. Con entrenamientos, con maestros diferentes, el cambio de repertorio, el intercambio rápido de una obra hacia la otra, no te burocratizás.
-¿Se enoja cuando lo critican y le dicen que no se quiere mover del San Martín?
-No... Pero los he desmentido, porque la iniciativa de irme ha sido mía. Nadie me pidió la renuncia y a nadie se lo tiró por la ventana. Simplemente, no va más. Tal vez un poco de cansancio por la pelea cotidiana.
-¿Qué le quedó en el tintero con ganas de concretar?
-Son muchos años y me di muchos gustos. Sería injusto señalar algo. Me hubiera gustado hacer Troilo y Crésida , de Shakespeare. Cubrí casi todo el espectro de la actividad. Desde los clásicos hasta los contemporáneos.
-¿Qué va a hacer después del 30 de noviembre?
-Seré asesor... Cuando renuncie, asumirán Carlos Elía, como nuevo director general, y Alberto Ligaluppi, como nuevo director artístico. Yo me ocuparé de la presidencia de ese consejo asesor. Pero ya no me tendré que preocupar por la función de la noche.
-¿Y usted cree que se va a poder despegar de eso?
-No debiste hacer esa pregunta... Voy a hacer el esfuerzo, te lo prometo. A lo largo de los años, la relación con el personal se puede convertir en una relación amistosa, de amigos, de abrazarse. Desde el personal de administración hasta los técnicos y, bueno, eso cuenta muchísimo. Y, para qué ocultarlo, siempre está la curiosidad, de ver qué van a hacer con esto.
-Es muy doloroso saber que los oficios se han ido diluyendo aquí... Los talleres fueron diezmados.
-Ahí está lo que no hicimos: no preparamos gente nueva. Creo que una de las tareas fundamentales del complejo es crear sistemas de preparación y formación de personal técnico, utilero, zapatero, de sastrería. Son sectores en los que tenemos una situación crítica porque mucha gente se ha jubilado. Hay que preservar la artesanía que una obra demanda, cuidándola, sumando gente.
-Usted quiere mucho a los actores. ¿Cómo son?
-Frágiles, y sólo viven en el escenario. Abajo del escenario, sus vidas son apenas un tránsito para la función de mañana.
-Entonces, ¿cuando no están en el escenario son complicados?
-No diría eso, pero aparecen algunas personalidades.
-Prefiere verlos en su papel...
-En algunos casos, sí. Pero, por otro lado, son frágiles y hay que ayudarlos
-¿Cuáles son los actores que usted ve como los futuros Alfredo Alcón, Ernesto Bianco o Elena Tasisto?
-¡Qué compromiso! Sergio Surraco podría ser uno de ellos. Malena Solda también. Me hacés dar nombres y eso me resulta muy difícil.
-¿Qué montaje del San Martín recuerda como histórico y difícil de superar?
-Inexorablemente te digo El enemigo del pueblo , con Ernesto Bianco y Héctor Alterio; y Las troyanas , con María Rosa Gallo. También La ópera de tres centavos , de Brecht y Weill, que hizo Daniel Suárez Marzal; y las versiones que hicimos de La gaviota y de Tres hermanas , de Chéjov. Me resulta inolvidable también el comienzo de En casa, en Kabul , que dirigió Carlos Gandolfo. Ese comienzo, un monólogo de 75 minutos, de Elena Tasisto, es difícil de olvidar.
-¿Como se vive el retiro? ¿Con ansiedad o congoja?
-Con serenidad... con alguna lágrima, pero comprendiendo, al mismo tiempo, que la vida sigue.
ADNSTAIFFEntre Ríos, 1927
Estudió Ciencias Económicas en la UBA, pero se dedicó desde muy joven al periodismo cultural. Trabajó en el diario La Opinión y en las revistas Confirmado y Análisis, entre otras.
Es autor de libros de ensayos sobre August Strindberg, Armando Discépolo y Tadeusz Kantor. Fue director del Teatro San Martín en tres períodos: 1971-1973, 1976-1989 y 1998-2010.
También actuó como productor teatral independiente. Produjo, entre otras, las puestas de Final de partida, de Samuel Beckett, La dama boba, de Lope de Vega, y El zoo de cristal, de Tennessee Williams.
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[IV/V]
Diez años de caída en picada
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Tal vez la crisis sea una oportunidad de crecimiento, pero tiene un peso muy fuerte en el presente del San Martín. El propio director saliente, Kive Staiff, admite que hubo achicamiento de personal y que el complejo teatral ha perdido en los últimos tiempos más de un centenar de miembros. Ni siquiera fue posible festejar el medio siglo de vida como es debido, ya que todo el presupuesto fue destinado a la reapertura del Teatro Colón. Los andamios siguen vistiendo su fachada, las filtraciones en las salas no cesan, el desmantelamiento de los talleres propios es insostenible y el dinero nunca llega. Entretanto, la congoja es notoria en el personal del edificio. "La escasez del presupuesto es nuestra marca en el orillo. Eso nos restringe en la actividad básica y nos impide incrementar la actividad -afirma Staiff-. Antes hacíamos giras por el exterior. Llegamos a la Unión Soviética y recibíamos propuestas interetantísimas de grandes figuras, como Tadeusz Kantor y Pina Bausch. Uno puede hacer milagros, pero hasta cierto punto. Llegado el momento, si no están los diez pesos en el bolsillo no se puede cambiar ni siquiera una lamparita". La caída presupuestaria fue creciendo desde principios de siglo. Se repiten los presupuestos, sin tomar en cuenta la inflación anual. Hoy el Ejecutivo porteño espera que la Legislatura apruebe dos proyectos que pueden ayudar, uno sobre la venta de inmuebles para afrontar la restauración del edificio y otro sobre la autarquía.Hay cambios estructurales: eso puede ser esperanzador. Pero las respuestas tardan y las soluciones no se concretan. En el fondo, lo que más duele es la indiferencia.
[V/V]
En busca del público joven
El nuevo director artístico, Alberto Ligaluppi, dice que el teatro tendrá una programación más abierta
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Pampeano de origen, cordobés de adopción, Alberto Ligaluppi es uno de los nombres más respetados del federalismo teatral. Tal vez los porteños hayan comenzado a familiarizarse con su figura desde que, el año pasado, asumió la codirección del Festival Internacional de Teatro, junto con Rubén Szuchmacher.
Desde muy joven se desempeñó como director teatral, docente y artista plástico en San Luis. Después vivió muchos años en Nueva York, donde se consolidó como curador de arte y productor. En los años 80, se radicó en Córdoba. Allí se desempeñó como director de Cultura del Instituto Goethe y fue artífice del Festival Latinoamericano de Teatro. Todo ese bagaje de conocimientos sobre el engranaje de las industrias culturales lo llevaron a ser el principal candidato a suceder a Kive Staiff en la dirección artística del Complejo Teatral de Buenos Aires, cargo que le confirmaron a fines de agosto (la dirección general es de Carlos Elía).
De inmediato se puso a armar la programación para el año que viene. "Será mixta. Parte es idea de Kive y otra parte, mía. Pero te diría que ya tenemos la programación completa, que será anunciada a mediados de diciembre. En esa programación se verá claramente que somos dos. Pienso que la marca Kive quedará por muchos años. Incluso pasaré yo y quedará. Estuvo aquí muchos años para hacer que esta estructura funcionara. Hay que agradecerle que le haya dado una forma que, de algún modo, vamos a modificar. Fue muy emblemático en este teatro. Me parece muy interesante el afecto y el respeto que le tienen sus empleados", explica Ligaluppi.
-¿Cuál será la impronta Ligaluppi?
-El Complejo Teatral debe recuperar al público menor de 40 años. Esa es una de las cosas en las que estoy trabajando. También debemos darle mucha fuerza a la temporada internacional. En su momento, el San Martín tenía una temporada internacional de la que todos aprendíamos mucho. No había que esperar dos años a un festival para poder ver a Pina Bausch o a Philippe Genty. Hay muchas puestas que pasan cerca de la Argentina y no encuentran aquí lugar donde montarlas. El San Martín tendrá ese lugar. Tendremos una mayor mirada hacia América latina. Probablemente Guillermo Calderón, de Chile, venga a dirigir, y tejimos una interesante red de trabajo con Brasil para intercambiar espectáculos. También afianzamos las coproducciones con España y Francia.
-¿Cuáles son las cosas más urgentes para modificar?
-Las modificaciones van a ser muy lentas. Trataremos de tener una programación más amplia. Muchos directores de todas las edades que no habían estado en el San Martín estarán ahora. Ése puede ser un giroimportante. Abriremos la puerta a más directores. También me interesan los perfiles educativos. Habrá un proceso artesanal, donde todos los meses un grupo de creativos recorrerán los procesos de cada puesta, para armar un montaje final colectivo.
-¿Y le va a dar el presupuesto para todo eso?
-Imagino que no será fácil, pero soy muy luchador.
-¿Qué pasara con el desmantelamiento paulatino que sufrieron los talleres de vestuario y escenografía, por ejemplo?
-Ahí también es donde se verán los grandes cambios...
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el dispensador dice: todo aquello que hace a la cultura de la sociedad debe ser rescatado y respetado. Los años de negar lo evidente nos han llevado por mal camino y eso no debe ser aceptado ya que hace al mañana necesario de nuestros hijos y nietos, herederos reales de destellos del pasado cercano. Cuando se pierde el norte cultural, detrás se licúa la sociedad y sus valores. Noviembre 28, 2010.-