Nota de tapa / Una cuestión práctica
Mil páginas para nada pesadas
El autor de este texto es un joven escritor indio, de 33 años, cuya única novela publicada, Ningún Dios a la vista , entusiasmó a Salman Rushdie
Viernes 5 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Altaf Tyrewala
En 2006, cuando se publicó Juegos sagrados , de Vikram Chandra, hice bromas poco inspiradas sobre las gigantescas dimensiones de la novela. Estoy esperando la versión con rueditas, decía cuando me preguntaban si había leído el libro. Con casi mil páginas, la novela de Chandra era la más gorda producida por un escritor indio en el transcurso de los últimos años. Y también se había pagado por ella un anticipo acorde a su tamaño. Teniendo en cuenta las dimensiones, el dinero y el enorme despliegue publicitario, la condenada cosa se había vuelto ilegible aun antes de llegar a las librerías. Juegos sagrados consiguió trascender el alboroto promocional que lo rodeaba, y alcanzó prominencia a través de las reseñas críticas, los premios y la inclusión en prestigiosas listas de libros de todo el mundo. Era uno de esos raros libros que se había ganado sus galones.
Yo persistí en mi rechazo a leer la novela. Por ser un escritor que vivía y trabajaba en Bombay, había establecido una regla: si un libro no podía llevarse en los atestados trenes suburbanos de la ciudad durante una hora pico, ese libro no merecía que yo lo leyera. Era puro esnobismo autodestructivo de clase media, que me impedía disfrutar de cientos de obras maestras, pero cualquiera que haya soportado el horror de esos diarios viajes en tren sabe que uno no puede encogerse lo suficiente en el rápido de las 6 a Virar.
¿Para quién escribió Juegos sagrados Chandra? ¿Pensó Chandra en la manera en que los lectores de todo el mundo podrían llevar el libro durante el día, en qué posición podrían adoptar mientras intentaban leerlo, y en lo que podría ocurrir si uno de esos lectores dejaba caer accidentalmente el volumen de mil páginas sobre los pobres pies de alguien? Mi falta de disposición para abordar la lectura de Juegos sagrados era un síntoma de un malestar más grande. En los últimos años, había descubierto una disminución de mi deseo de leer en general. Como las librerías independientes habían sido desplazadas por las gigantescas cadenas corporativas, ya no se podía salir a la caza de libros debido a la profusión del material de lectura publicado. Impresiona tener miles y miles de libros juntos bajo el techo de un único comercio. Pero el exceso también conduce a la parálisis. Suele ser más fácil elegir entre A, B y C que entre el alfabeto completo. Era un círculo vicioso: yo estaba intentando escribir mi segunda novela mientras crecía mi impaciencia con respecto a los libros en general. Llegó un momento en el que ya no podía entrar en una librería sin gemir ante los innumerables anaqueles de "basura" disponible para que Su Alteza el Idiota Resentido la hiciera picadillo.
Si Juegos sagrados no hubiera sido un verdadero ladrillo, yo habría encontrado alguna otra excusa para no leer el libro. El problema no era este libro ni cualquier otro, sino la manera en que mi imaginación había devaluado los libros en general. Lo que necesitaba era alguna manera de lograr que los libros volvieran a ser valiosos para mí, una manera de contrarrestar la contaminación que la profusión de las cadenas de librerías había infligido a los libros y rescatar la experiencia de la lectura del ruido producido por la imponente corporalidad de un libro. Dada mi letanía de quejas, yo mismo podría haber inventado el libro electrónico.
He estado usando uno de esos chiches durante un mes, y ya puedo darme cuenta de que ha empezado a renegociar mi asimilación del material escrito. Este es el primer mes de mi vida adulta en que no he comprado libros en papel. En mi casa, donde habría una pila de volúmenes correspondientes a mi lista actual de (no) lectura, ahora hay un artefacto plástico del tamaño de un delgado libro de tapa blanda que contiene diez libros descargados, y que tiene la capacidad de contener cientos de libros más. Solamente por su capacidad de reducir el desorden y el abarrotamiento, mi esposa se ha convertido en una agradecida devota del libro electrónico. Yo todavía sigo siendo escéptico. Muchos de los libros en los que he deseado zambullirme durante años no están disponibles todavía en formato digital. La tecnología del libro electrónico aún es nueva, y el depósito de libros que esperan ser digitalizados es inabarcablemente vasto. Podrían pasar décadas antes de que la hiperactiva producción de libros de la humanidad sea convertida en bits. Ya no busco libros, sino títulos digitalizados descargables que pueda leer en mi lector electrónico. Dada la limitada posibilidad de elección, todavía disfruto de la búsqueda y celebro con fruición cada descubrimiento.
Una evaluación más confiable de los hábitos de lectura electrónica y de sus efectos se producirá dentro de meses, años. ¿Las tiendas de libros electrónicos podrán ser inmunes a la profusión de las cadenas de librerías? ¿El libro electrónico podrá superar nuestra creciente incapacidad de concentrarnos? Es inevitable que la facilidad existente para descargar títulos acabe por devaluar los libros, de la misma manera que la digitalización ha devaluado también la música y las películas. No hay manera de prever cómo funcionarán las cosas a largo plazo. Por ahora, en todo caso, el libro electrónico está cumpliendo satisfactoriamente su tarea: han logrado que los escritores hastiados como yo vuelvan a leer... y no cualquier libro viejo, sino el elefantino e intimidante Juegos sagrados .
Insumió menos de un minuto descargar Juegos sagrados en mi lector electrónico. Cuando empecé leer la novela, su número de páginas -932, para ser preciso- quedó reducido a un concepto, a una nota al pie de la que yo casi no era consciente mientras pasaba las páginas del libro con un simple clic. No había ningún jalón que marcara en qué punto del libro me encontraba, ni tampoco ninguna acumulación material que indicara cuánto había leído y cuánto me quedaba por leer. Sólo existía la página... y cada página se desplegaba como un hecho en sí mismo. Ya es demasiado tarde para hacer una reseña erudita sobre la muy analizada novela de Chandra. Usualmente digo lo mismo de cada libro que me atrapa, pero probablemente esta vez lo digo más en serio: Juegos sagrados es quizás el mejor libro que he leído.
© LA NACION y The Wyllie Agency
Traducción: Mirta Rosenberg
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