LA GACETA LITERARIA
Herta Nobel Müller
Domingo 18 de Octubre de 2009 | La autora de los libros inhallables.
Ella no figuraba, ni remotamente, entre los "favoritos" a obtener elmáximo galardón de la literatura mundial. Sin embargo, su prosaluchadora es el reflejo de su resistencia contra la tiranía deCeaucescu, su batalla contra la censura rumana y su pelea por hallaruna editorial para sus primeros libros y, en consencuencia, paraencontrar a sus lectores. Así lo refleja Niederungen (Bajezas), que trajo consigo hace más de dos décadas a la Argentina.
La semana pasada, la Academia Sueca sorprendió, una vez más, con su elección de la ganadora del Nobel de Literatura. Al igual que el año pasado, cuando el premio fue para el francés Jean-Marie Le Clézio, el galardonado tampoco fue esta vez para las candidaturas de los favoritos históricos: los norteamericanos Philip Roth, Thomas Pynchon, Joyce Carol Oates, el japonés Haruki Murakami, el israelí Amos Oz, el italiano Claudio Magris o los latinoamericanos Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. La escritora alemana de origen rumano Herta Müller se llevó el máximo premio literario del mundo con una obra que, fundamentalmente, describe el horror de la dictadura del rumano Nicolae Ceaucescu. La propia autora se encargó de confirmarlo apenas recibió la noticia desde Estocolmo. "Viví más de 30 años en una dictadura; cada mañana, con el miedo de no existir más por la noche. Todo lo que he escrito tiene que ver con eso", afirmó la escritora de 56 años.
En las librerías de Tucumán los títulos de Müller son inhallables y en el resto del país encontrar alguno no resulta empresa sencilla. Pronto, la inercia del Nobel colocará en los anaqueles locales reediciones de sus libros traducidos al castellano, pero por ahora éstos parecen estar marcados por la dificultad de encontrar a sus lectores, lo que caracterizó a sus primeros intentos literarios. El primero de ellos, Niederungen, tardó cuatro años en conseguir una editorial que lo publicara, después de amputaciones impuestas por la censura rumana. La novela, en la que se describen las barreras que monta la intolerancia, encontró su público y el reconocimiento de la crítica en Alemania, lo que llevó a su autora a adoptarla finalmente como país de residencia desde 1987.
En esta página, ofrecemos una semblanza hecha por una de las pocas argentinas que conoció a la escritora durante una inadvertida visita a Buenos Aires en 1987. Ofrecemos también fragmentos de dos de sus libros más célebres, hoy agotados en sus versiones en castellano. LA DIRECCION
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HERTA MÜLLER
El retrato del infiernoDomingo 18 de Octubre de 2009 | Por Gabriela Massuh. Para LA GACETA, Buenos Aires.
Sería a fines de 1986 o 1987. El director de la Feria del Libro de Frankfurt nos anuncia que Herta Müller viene a Buenos Aires, en marzo, a nuestra Feria. Nos pide que le organicemos un programa, cualquier cosa dice, contacto con escritores, lectura de poemas, ustedes ya sabrán qué hacer, nos tranquiliza. En aquella época no existía Internet, de manera que la ignorancia no podía transvestirse a través del Google. Sabíamos muy poco de esta enigmática escritora rumana exiliada en Alemania que finalmente recaló entre nosotros con sus enormes ojos claros y una especie de mutismo cerril poco dispuesto a establecer una comunicación que no fuera a través de la palabra escrita e impresa. Algo habremos organizado, sin pena ni gloria, porque el único recuerdo tangible que tengo de Herta Müller es el de una tarde calurosa en mi departamento de Buenos Aires, ella parada frente a mi biblioteca junto a Peter Weidhaas (director de la Feria de Frankfurt). Los dos me dan la espalda y emiten comentarios hilarantes por lo bajo, se ríen, como si yo hubiese dispuesto allí los libros sólo para impresionarlos. En el recuerdo siento vergüenza, no porque hubiese realmente algo de qué avergonzarse, sino porque no había contado por anticipado con el abismo que había entre el mundo que yo representaba (la Argentina de Alfonsín) y el de aquella mujer cuyos libros yo cometía el pecado de ignorar.
Siempre me pregunté por qué Herta Müller habría querido venir a Buenos Aires. Será por las dictaduras, pensé después. Por la de Ceaucescu en Rumania y la nuestra, la que nos había hecho mundialmente famosos. Antes de irse, la pequeña escritora de Rumania con la que no logré intercambiar más palabras que el saludo, me entregó Niederungen (Bajezas), el único libro que por aquel entonces había aparecido en Alemania. Durante meses el libro permaneció sobre mi escritorio en el mismo lugar en el que ella lo había dejado. Yo no tenía intención de leerlo, más bien quería olvidarme de ella, de Weidhaas y de todas las ferias del libro del mundo hasta que una tarde, obligada a permanecer en mi escritorio por las inclemencias del tiempo o de algún atolladero, empecé a leerlo. Y entendí.
Lo que se leía allí era la historia de un pueblo de campesinos de origen alemán en tierra ajena y socializada. Nada, salvo una ancestral rigidez teutónica, les pertenece. Lo que allí había era una suerte de indignación poética que se había hecho carne a través del odio y del encono. No debe haber retrato más descarnado de una minoría étnica bajo el protectorado de un estado dictatorial donde el agobio interior es idéntico al que genera un estado que se mira el ombligo. Sin referirse a la ocupación nazi, al gobierno de Caeaucescu o a las aporías de la política, la niña que narra cuenta un infierno. De aquella prosa alucinada recuerdo ahora el testimonio de la madre de la autora que ahora cito de memoria: "el día de nuestro casamiento tu padre me esperó comiendo cerezas cuyos carozos escupía en el suelo de la habitación; desde entonces supe que me iba a moler a palos sistemáticamente."
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Gabriela Massuh - Escritora tucumana, doctora en Letras de la Universidad alemana de Nüremberg, directora cultural del Instituto Goethe de Buenos Aires.Copyright 1998-2009 - La Gaceta - Todos los derechos reservados.
HERTA MÜLLER
El bacheDomingo 18 de Octubre de 2009 | Por Herta Müller.
En torno al monumento a los caídos han crecido rosas. Forman un matorral tan espeso que asfixian la hierba. Son flores blancas y menudas, enrolladas como papel. Y crujen. Está amaneciendo. Pronto será de día. Cada mañana, cuando recorre en solitario la carretera que lleva al molino, Windisch cuenta qué día es. Frente al monumento a los caídos cuenta los años. Detrás de él, junto al primer álamo donde su bicicleta cae siempre en el mismo bache, cuenta los días. Por la tarde, cuando cierra el molino, Windisch vuelve a contar los días y los años.
Ve de lejos las pequeñas rosas blancas, el monumento a los caídos y el álamo. Y los días de niebla tiene el blanco de las rosas y el blanco de la piedra muy pegados a él cuando pasa pedaleando por en medio. La cara se le humedece y él pedalea hasta llegar. Dos veces se quedó en pura espina el matorral de rosas, y la mala hierba, debajo, parecía aherrumbrada. Dos veces se quedó el álamo tan pelado que su madera estuvo a punto de resquebrajarse. Dos veces hubo nieve en los caminos.
Windisch cuenta dos años frente al monumento a los caídos, y doscientos veintiún días en el bache, junto al álamo. Cada día, al ser remecido por el bache, Windisch piensa: «El final está aquí». Desde que se propuso emigrar ve el final en todos los rincones del pueblo. Y el tiempo detenido para los que quieren quedarse. Y Windisch ve que el guardián nocturno se quedará ahí hasta más allá del final.
(*) Fragmento del libro "El hombre es un gran faisán en el mundo", publicado en castellano por Siruela, en 1992.Copyright 1998-2009 - La Gaceta - Todos los derechos reservados.
HERTA MÜLLER
La bestia del corazónDomingo 18 de Octubre de 2009 | Por Herta Müller
Cuando callamos, nos tornamos desagradables, dijo Edgar. Cuando hablamos, nos tornamos ridículos.
Llevábamos demasiado rato en el suelo, delante de las fotos. Se me habían dormido las piernas de estar sentada.
Con las palabras en la boca aplastamos tantas cosas como con los pies sobre la hierba. Pero también con el silencio.
Edgar guardó silencio.
Aún no puedo imaginarme una tumba. Sólo un cinturón, una ventana, una nuez y una soga. Cada muerte es para mí como un saco.
Si te oyen decir eso, dijo Edgar, te tomarían por loca.
Y cuando pienso en ello, tengo la sensación de que cada muerto deja tras de sí un saco repleto de palabras. Siempre me acuden a la mente el barbero y la tijera de manicura, porque los muertos ya no los necesitan. Y también se me ocurre que los muertos ya nunca más perderán un botón.
Tal vez intuyen cosas distintas a nosotros, dijo Edgar, quizás intuyen que el dictador es un error.
Poseían la prueba, pues también nosotros éramos un error para nosotros mismos. Porque en este país nos veíamos obligados a andar, comer, dormir y amar con miedo hasta que volvíamos a necesitar al peluquero y la tijera de la manicura.
Alguien que sólo por el hecho de andar, comer, dormir y amar hace cementerios, dijo Edgar, es un error aún mayor que nosotros. Es un error para todos, un error dominante.
La hierba despunta sobre la cabeza. Cuando hablamos queda segada. Pero también cuando callamos. Y entonces, la segunda y la tercera hierba crecen a su antojo. Y pese a todo, somos afortunados.
(*) Fragmento de la novela "La bestia del corazón", de 1994, publicada en castellano por Mondadori en 1997.Copyright 1998-2009 - La Gaceta - Todos los derechos reservados.
el dispensador dice: pasas tu vida transcurriendo tus días desapercibidos hasta que te das cuenta que alguien te está observando y encima, ese mismo alguien, te tiene en cuenta con una especial consideración para proponerte un premio... pero la vida en sí misma lo es. Alcanza con hacer lo que uno siente de manera legítima, sin producir a daños ni aflicciones a otros, brindando tu mano de manera genuina, sin pedir nada a cambio. Bien por Herta Müeller. Los premios son circunstancias, pero las obras, aquello que se hace, permanece para siempre aún cuando se consuma en hogueras... Octubre 18, 2009.-