sábado, 24 de octubre de 2009

descubriendo la esencia del verso olvidado


VISIONARIA. Biagioni buscó trascender la razón
Foto: Archivo

Rescate
Amelia Biagioni: la fiesta desplegada
La autora recorre la obra de la poeta santafesina, cuya original producción es ahora reunida por la editorial Adriana Hidalgo en Poesía completa
Noticias de ADN Cultura: Sábado 24 de octubre de 2009 | Publicado en edición impresa
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Por Ivonne Bordelois
Para La Nacion - Buenos Aires, 2009


"Todas las cosas están solas/ y están sordas y ciegas/ escuchando y mirando/ y aguardando/ a la otra/ que llegará hace tiempo/ a desplegar aquella fiesta." Acaso esta edición de la totalidad de la obra de Amelia Biagioni pueda considerarse un cumplimiento de ese despliegue presentido.

Como se ha dicho alguna vez, el destino de Biagioni (1916-2000), muy distinto del de Pizarnik y el de Orozco, es el de aquellos escritores conocidos que han sido olvidados. Una vida modesta y algo misteriosa la marginaba de los círculos porteños más brillantes. Y quizá también lo hacía su escritura que, sin ser en absoluto intelectual, se adentraba en mundos conceptuales, transmitiéndolos en fuertes y originales metáforas.

"La muerte no es la muerte/ es un salto cromático/ en la infinita metamorfosis." "El universo es un oscuro claro andante bosque/ donde todo movimiento es cacería." "Las estirpes/ del polvo al ángel/ devorándose comulgándose/ persiguen la persecución/ halcón azor amor neblí radar/ para alcanzarme límpidas a Mí/ que soy el Cazador." Detrás de Las cacerías, libro que pasó inadvertido en su curiosa novedad, salvo por un entusiasta y lúcido artículo de Enrique Pezzoni, se vislumbra el pensamiento cósmico de Teilhard de Chardin, que imagina el mundo girando en evolución perpetua, cada especie alumbrando a la siguiente en un crecimiento indetenible que conduce a la expansión de la conciencia universal. Este espectáculo es el que celebra Biagioni, con ese algo de radar y de láser que tiene la velocidad de su palabra.

Lo interesante es la ambivalencia del título mismo, Las cacerías (1976), que por un lado preside la indagación en la aventura cósmica y por otro parece referirse a los trágicos avatares de nuestra historia oficial por aquellos tiempos aciagos -si bien Biagioni desalentaba interpretaciones literales en ese sentido-. Ya en "Manifiesto", un poema muy anterior de El humo, en el inicio de la época militar, se escuchaba una proclama estremecedora: "Yo me resisto/ acosada por silbatos atroces/ a la fatalidad/ de encerrarme y perder la llave/ o de arrojarme al pozo.// Con toda la médula/ levanto, llevo, soy el miedo enorme/ y avanzo/ sin causa/ cantando entre ausentes". Pero en Las cacerías se encuentran irrupciones de una realidad demasiado similar a la que cercaba a tantos en aquellos siniestros días. Así en "Aviso": "Debes huir/ te buscan/ te están juzgando de perfil/ No siento culpa/ Te cazarán porque no sientes culpa". Y en "Puertas": "Tras la primera digo/ Socorro/ Me dan una coraza de latín/ la llama del valor/ y me llevan hasta la entrada/ de la intemperie/ donde la llama desaparece/ Tras la segunda/ transparente/ la amiga arcangélica lee/ la gaceta futura/ protegida de mi clamor/ por una cofia de pasado/ Tercera/ Un ojo/ con telaraña me disuade/ Cuarta/ Abierta. El amigo cónsul/ se excusa desolado entre coronas: /Ya lo ves/ he muerto". Y en "Retiro": "deme un pasaje fugitivo/ con destino invisible/ me lo dan para ayer".

Pero es en "La fugitiva" donde más desgarradoramente se lee lo inescapable de un destino de persecución: "Dónde en qué noche y maleza/ estoy corriendo/ pelo rojo despavorido/ ojo y nuca desbandados/ gritando rojamente/ soy la fugitiva/ por qué/ me persiguen sin tregua/ quiénes/ y huyo desnuda rota/ atravieso cruentas palabras/ pierdo los ojos/ no puedo más/ tropiezo/ me derrumbo". También se presencia la fatalidad de la autodestrucción: "Todo cae libremente en la emboscada/ la mariposa va a la red/ el trino prepara la honda/ y el rugido aconseja al rifle". Y en "La señalada", Biagioni se refleja en una suerte de reencarnación de Juana de Arco: "Para el juicio me vestirán/ con el pelo de la locura// En la plaza me apagarán/ con sordos, con ciegos, con llamas/ por haber espiado a Dios".

Hay algo de visionario en estos poemas, en el sentido de Rimbaud: un llamado a expresar lo que la razón no alcanza, que se queda "no sabiendo-toda ciencia trascendiendo". Pero, como Biagioni misma me lo señaló alguna vez, tales percepciones no provenían del voluntario desarreglo de todos los sentidos, como lo había predicado el poeta francés, sino de una connivencia espontánea con un espacio de lecturas y sueños muy acendradamente explorado por ella hasta las últimas consecuencias. Un espacio donde aparecían maestros, voces protectoras, una suerte de tercer ojo que indicaba tormentas o bonanzas, episodios de coincidencias milagrosas. La disponibilidad de Biagioni a este universo no la volvía rehén de un imaginario dudoso, sino que le permitía extraer, como de una montaña mágica, los materiales de una poesía diferente.

Esta edición de su Poesía completa, publicada por Adriana Hidalgo, precedida por un competente prólogo de Valeria Melchiorre, permite ver una trayectoria en donde avanza no sólo el estilo poético, sino también una reflexión sobre la esencia poética del universo y del lenguaje, que culmina en Región de fugas. En ese libro una energía especial alcanza audaces y eficaces neologismos verbales: "... me asalta me unifica me cunde/ me aconcava me fulge me arrodilla".

Aquí se rescatan, excluidos de antologías anteriores, poemas tan cruciales como "Odio", "La felicidad", "La soterrada", "Tigre", "La fugitiva", "Me propuse ser alguien", y podemos contemplar la totalidad de su camino: un ojo-eje avanzando en una suerte de tiniebla luminosa. Pero a lo largo de la poesía de Biagioni hay algunos aspectos que los comentadores han dejado en cierto modo a un lado: uno de ellos, curiosamente, es la figura del amor, o mejor dicho, del desencuentro del varón y la mujer, que a pesar del acerado pudor que recorre toda su obra y que en gran medida era también el sello de su persona, alcanza a veces acentos de ironía hiriente y de cierta ferocidad. Así, en "Torre del té": "Y a ti te olvido, hombre diminuto/ como un terroncito de fe/ porque temo que te arroje mi mano/ al misterio de mi taza de té". En los coros de "La rana", de Las cacerías, surge un espíritu lúdico y humorístico, con irreverentes invocaciones a los poderes de la virilidad: "A marido regalado/ no se le mira el príncipe". En "El amor", en cambio, aparece esta nota submarina: "Hombre mío sin bordes ven entero,/ ven hasta la muerte/ y lo que arranques,/ mi hondo sonido de la especie,/ arrójalo con júbilo a la sombra constante/ a la tiniebla original arrójame/ así, contigo" (El humo). Pero esta disponibilidad alcanza su precio en "Contracanto": "Y oigo tan sólo/ un lacerado caracol de soplo/ llevando una fiesta desmoronada/ El castillo, el asombro,/ a contraluna/ se recorta en el alma/ su misteriosa puerta lenta/ acrece resplandor en tu garganta.../ Hubo una vez un rey, un reino./ Nunca más".

Con Estaciones de Van Gogh entramos en uno de los libros predilectos de Biagioni, quien, mucho antes de las modas del hipotexto y el hipertexto, había encontrado un modo propio de ceñir su poesía a epígrafes construidos con cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo. Algunos de ellos son reveladores: "Nosotros, artistas en la sociedad actual, no somos más que cántaros quebrados". "En lugar de abandonarme a la desesperación, tomé la decisión de la melancolía activa."

Biagioni, maestra de oposiciones, se sabe y asume reina y desterrada, señalada y fugitiva, partiquina y coronada por leones, cazadora y cazada en el torbellino místico de la evolución, una con Van Gogh en el color y la desesperación, y una con el niño que come su hambre, presa de las garras de la poesía y a la vez niña riente de mil años; ella misma y siempre otra: "Soy futura y subo y giro/ y resplandezco en el primer día/ sobre el jardín final del tiempo". "Si alguien me llamara, me buscara/ preguntaría por una niña de mil años." "Pan olvidado, cómeme/ Vino perdido, bébeme." La notable cohesión poética de estos textos atestigua la vibrante unidad de la inimitable voz de Biagioni. Se experimenta en ellos su curiosa estirpe, esa rara mezcla de soledad y humor, ese nunca condescender al pañuelo romántico o al pequeño yo.

En sus primeros poemas, Biagioni es el efecto Botticelli en la poesía argentina: una transparencia atravesada de dulzura, que sabe detenerse justo antes del punto donde lo melodioso deviene meloso. Pero sus poemas van creciendo en experiencia, en desgarro, en un vuelo de lenguaje que no esquiva la dificultad, y atestiguan una forma de inteligencia musical que pudo deslumbrar a Alejandra Pizarnik.

Como me lo hizo notar el poeta Miros Scheuba, "La alfombra" -esa figura encerrada de perfil en el tejido-prisión- es un tema de Biagioni que parece coincidir con lo que dice Virginia Woolf:

Todo el mundo es una obra de arte; y nosotros somos parte de ella. Hamlet o un cuarteto de Beethoven son la verdad acerca de esta mixtura que llamamos el mundo. Pero no hay Shakespeare, no hay Beethoven; cierta y enfáticamente no hay Dios; somos nosotros las palabras, somos nosotros la música, somos nosotros la cosa misma. Y al ver esto, tengo un escalofrío.
Y la visión de la alfombra de Amelia Biagioni, donde acaso ella "al dorso de los nudos fulgure sin edad", ¿no nos remite, con una suerte de escalofrío, a ese entramado universal que tan maravillosamente invocaba Virginia Woolf?
© LA NACION

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La autora recorre la obra de la poeta santafesina, cuya original producción es ahora reunida por la editorial Adriana Hidalgo en Poesía completa

lanacion.com | ADN Cultura | S?do 24 de octubre de 2009


el dispensador dice: Argentina está llena de desconocidos intrascendentes que hicieron de nuestra cultura, una identificación trascendente... no hacen falta nombres, tampoco rostros, sólo caerte en sus páginas para descubrir cuanta mente, por Dios, cuanta mente... Octubre 25, 2009.-

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