Mientras preparo el veneno
De todas la formas de morir involuntariamente, la química ha sido de las más usadas
De la cicuta al polonio...
De todas las formas de morir a manos ajenas, el envenenamiento es un continuo en la historia del mundo. Lo sabía Massiel cuando cantaba aquello de “yo tuve tres maridos y a los tres envenené con unas cuantas gotas de cianuro en el café“. Lo supo, a su modo, una británica llamada Mary Ann Cotton que en la mitad del siglo XIX eliminó al menos a 20 familiares con arsénico: ocho hijos, siete hijastros, tres maridos, un amante y su madre. Y lo sabe ahora mejor que nadie Adela Muñoz Páez, tanto por su condición de catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla como por ser autora del libro Historia del veneno. De la cicuta al polonio (Debate). Este, pura inmersión venenosa, además de seguir la historia de los tóxicos per se, describe las cuitas de los vivos en cada tiempo y lugar, y consigue dejar pegado a la silla al lector con su relato de ese afán ancestral por hacer desaparecer al prójimo. Y por razones varias, resumidas en tres: poder, dinero o amor. Instinto criminal también cuenta.
Ese anhelo por conseguir lo imposible llena estas páginas, en las que se repasan desde los venenos de Estado para ejecutar a los condenados (como la cicuta empleada con Sócrates, el curare de los indios descrito por el conquistador Francisco de Orellana o el cloruro potásico del tiempo de los ayatolás en Irán) hasta el cianuro del que se sirvió, al parecer, el matemático Alan Turing para suicidarse; el talio en manos del asesino Graham Young en los años sesenta, o el polonio último de alta tecnología que mató en 2006 en Londres a Alexander V. Litvinenko, exagente del KGB.
Vean a Sócrates en el momento de ser ejecutado, contado por Platón: “Sócrates se palpó también y dijo: ‘Cuando el veneno llegue al corazón será el fin’. Pronto empezó a ponerse frío de las caderas, y descubriendo entonces la cabeza, que ya se había tapado, dijo: ‘Critón, ahora me acuerdo que debo un gallo a Esculapio’. ‘Se pagará, no lo dudes –díjole Critón– ¿Quieres algo más…?’. Pero Sócrates ya no respondió…”.
Y por medio, entre uno y otro tiempo, desfilan ensaladas de asesinatos a la carta durante el Imperio romano; la proliferación de venenos en la corte del Rey Sol durante el siglo XVII (tan usados eran por nobles y plebeyos, que se instauró un tribunal especial para investigar su uso con fines criminales); las mil fórmulas secretas de los alquimistas o las pócimas de cientos de hechiceras medievales, herederas de las curanderas de la antigüedad, que luego serían cazadas y/o quemadas. Pero también hay aquí anillos último recurso atribuidos a los Borgia; mucho amor recurrente por el arsénico (el rey de los venenos), que además fue medicina contra la sífilis y aún lo es contra la enfermedad del sueño; el cianuro, que alcanzó su récord de empleo en las cámaras de gas durante la II Guerra Mundial exterminando a miles de personas en horas, o la estricnina, asequible, que usada con maña por amantes despechadas y criadas resentidas era herramienta fetén.
Mándragora, acónito, belladona, beleño, estramonio, opio, morfina... plantas, sustancias químicas y farmacológicas, pruebas, experimentos, nombres de grandes y pequeños investigadores encerrados en sus cocinas o laboratorios, escenas del crimen, situaciones descritas todas con fruición… Un festín. Y con parada en un siglo XX brutal de manos de la ciencia unida a distintos ismos: “Veinte siglos después de la muerte de Cleopatra, al final de otra guerra, el veneno puso fin a la vida de los vencidos, aunque de una forma mucho menos poética que la elegida por la reina egipcia”. Muchos nazis se suicidaron con ayuda.
También aparece en estas páginas la España más arcaica: “No abunda la literatura sobre envenenamientos y quizá eso tenga dos causas: que aquí se haya empleado más la navaja en la liga o la tranca en la esquina. Y no está tan arraigada la afición a la literatura recopilatoria de estos sucesos… aunque entre finales del XIX y primeros del XX aparecieron en El Caso asesinatos por envenenamiento que muestran un panorama de la España de la época bastante sórdido, con sirvientas resentidas, amantes despechadas, mujeres maltratadas…”.
Casos de señoras de su casa como Josefa Gómez (1896, en Murcia) y su amante, acusado de la muerte del marido de ella y de la criada con estricnina. María Parra, ya en el XX, que asesinó por celos a su marido con una mezcla de la misma sustancia y golpes propinados con la pata de una silla. La pareja formada por Ángeles Mancisidor y Ramón de los Santos, amores juveniles que el azar junta y luego separa, casa con terceros y vuelve a reunir años más tarde (él ya viudo, ella aburridamente casada). Y deciden, tan natural, quitarlo de en medio con arsénico. Ellos se casan felices. El crimen perfecto. Pero, dos años después, él entra en una comisaría y dice: “He matado al marido de mi mujer y vengo a entregarme”. O Faustina Tavira en Guadalajara, en 1957, quien usó raticida para eliminar a su marido, Manuel Santamaría. “El 30 de junio, Faustina prohibió a la criada que tomara café en el desayuno, diciéndole que a partir de entonces solo lo tomaría el matrimonio. La criada obedeció, afortunadamente para ella, pero Manuel se sintió indispuesto nada más tomarlo…”. Murió. Ella fue condenada. Estos son solo una pequeña muestra. “El matahormigas Diluvio, cuyo principio activo era el arsénico, o la estricnina para dar bolilla a los animales que merodeaban por las fincas fueron unos aliados inestimables”.
Se cuentan las peripecias de criadas asesinas: Teresa Gómez, en Valencia, que quiso eliminar a toda competidora; María Domínguez, en Huelva, que trabajaba en la casa de un militar y tenía con él relación íntima. Mató a la señora y a la nuera de la difunta. Fue ajusticiada luego con garrote vil.
O el récord de precocidad asesina en esta categoría, en manos de una niña de 12 años apenas, Piedad Martínez, que conmocionó al país cuando mató a cuatro de sus hermanos menores en un mes, en 1965. “Usó una mezcla de cianuro presente en los matarratas y abrillantadores de metales y DDT, un insecticida clorado”. La última condenada a muerte en España también fue sirvienta, Pilar Prades, de Castellón, en 1959. Envenenó a su señora, y lo intentó con dos personas más. Los detalles de su ejecución los contó Rafael Azcona en El verdugo y los filmó García-Berlanga.
El sueño del antídoto universal (el mitridatum) en cuyo hallazgo se empeñó Mitrídates VI, que pasó a la historia por ello, no se omite tampoco en este libro. Se convirtió él mismo en investigador y cobaya.
Esclavos y prisioneros para probar tenía de sobra. “Diseñó desde joven un plan para sobrevivir a los posibles envenenamientos: tomar cada día pequeñas cantidades de toxinas… un principio similar al que siglos después llevaría al desarrollo de las vacunas”, cuenta la autora. Mitrídates supo sacar partido a sus conocimientos usando distintas sustancias contra el enemigo. Entre ellas, una suerte de miel envenenada y nafta, cuyo uso descrito como “ríos de fuego” pasa por la primera referencia en la literatura a un arma de guerra química. Obtuvo un brebaje cuasi perfecto, sí (perfecto no existe), pero de nada le sirvió al rey químico porque sucedió que, cuando quiso morir, ningún veneno le sirvió y hubo de pedir a un familiar que lo degollase: “Murió con hierro el que con veneno no pudo”.
Dice Adela Muñoz, la autora, que ha dejado fuera los gases de guerra: cloro (I Guerra Mundial), gas mostaza (Rif), sarín (Irak), napalm y agente naranja (Vietnam), y los envenenamientos accidentales. “No solo los del Primer Mundo, como el de Seveso, con dioxina, en la Italia de los setenta, que dio lugar a una legislación más restrictiva en la construcción de fábricas; o en Minamata por mercurio, en la bahía japonesa homónima, en los cincuenta, que originó la prohibición de su uso, sino, sobre todo, los del Tercer Mundo, terribles y desatendidos, como el de Bhopal, en India, por isocianato de metilo, con casi 6.000 víctimas mortales. O los pozos envenenados por arsénico en Bangladesh, Chile, USA o China”.
Preguntada por otro tipo de tóxicos que no incluye, los químicos que han invadido nuestra alimentación, y de los que se ocupa otro libro reciente (Nuestro veneno cotidiano, editado por Península) de la francesa Marie-Monique Robin, dice: “Me preocupan no solo los venenos cotidianos, sino la información alarmista sobre ellos. Soy ardiente defensora del papel que la química juega en nuestras vidas, pero es evidente, es arma de doble filo. Somos los químicos y ciudadanos los que tenemos la responsabilidad de controlar sus efectos adversos”, asegura. Señala un dato incuestionable: la esperanza de vida se ha multiplicado por casi tres debido a los fármacos con los que contamos.
Además, la vida es más dulce.“A quien habla mal de la química le pido que imagine un dolor de muelas en el XIX sin más calmante que los opiáceos o una fractura abierta sin más anestésicos que el cianuro. Sin contar con que la mayor causa de muerte sigue siendo la transmisión de enfermedades por agua no potable: un poco de cloro bien usado cambiaría drásticamente la esperanza de vida en África y muchos países asiáticos”, indica. “Yo creo que un hombre debe morir en paz”, dijo Sócrates minutos antes de hacerlo contra su voluntad. Y de esta, de la voluntad, se ocupa el capítulo final, de la “buena muerte” y la eutanasia activa, a través de casos como el de Ramón Sampedro. Ahí la química también cuenta.
‘Historia del veneno. De la cicuta al polonio’, de Adela Muñoz Páez, está editado en Debate.
el dispensador dice: el hombre se ha ocupado en destilar tóxicos para cumplir determinaciones propias o de terceros (reyes, virreyes, príncipes, duques, condes, papas, obispos, monjes, poderosos de cualquier índole y factor) con el objeto de eliminar, dominar o degradar a prójimos "molestos", sea por sus ideas, sea por sus ideologías, sea por sus principios o sus convicciones, ángulos reñidos con las visiones miserables del poder, en cada era, en cada época... erradamente se atribuye al medioevo el culto a los venenos y sus derivados alquímicos, sin embargo poco tiene que ver la alquimia con ellos, asumiendo quien suscribe que hay tóxicos que son mucho peores a cualquiera de los venenos conocidos... La palabra alquimia procede del árabe al-kīmiyaˀ (الكيمياء) o al-khīmiyaˀ (الخيمياء), que podría estar formada por el artículo al- y la palabra griega khumeia (χυμεία), que significa ‘echar juntos’, ‘verter juntos’, ‘soldar’, ‘alear’, etcétera (de khumatos, ‘lo que se vierte’, ‘lingote’, o del persa kimia, ‘oro’). Un decreto de Diocleciano, escrito en griego sobre el año 300, ordenaba quemar «los antiguos escritos de los egipcios, que trataban sobre el arte de fabricar oro y plata»[1] la khēmia transmutación. La palabra árabe kīmiyaˀ, sin el artículo, ha dado lugar a ‘química’ en castellano y otras lenguas, y al-kīmiyaˀ significa, en árabe moderno, ‘la química’. A decir verdad, poco tiene que ver la alquimia con el oro y mucho menos con los venenos... antes bien, como ciencia madre de la química, sí estuvo vinculada al estudio filosófico de los portales tangibles que dan lugar al paso de las dimensiones... por caso, en un tiempo los oráculos empleaban el oricalco, y posteriormente a la desaparición cataclísmica de la Atlántida y la Lemuria, el oro se convirtió en eje de los estudios imprescindibles para hallar los ángulos llave de las geometrías filosofales. Detrás de la caza de brujas impulsada por las perversidades eclesiásticas, muchos textos y por ende, muchos conocimientos se transformaron en cenizas volátiles de quemas intencionadas en peores ignorancias. Léase... los conocimientos esenciales se perdieron y las tergiversaciones dieron lugar a que ciertos documentos fuesen a parar a bibliotecas monásticas, que aún los acogen y facilitan el sostenimiento de las patrañas comunes a las historias de las brujas y sus ridículas escobas. ¿Dónde comienza la ciencia de la alquimia?... todas las evidencias conducen a los ángulos más antiguos de civilizaciones humanas desaparecidas, cuyos legados y sus herencias fueron pasando de mano en mano, deformándose hasta conformar una maraña casi impenetrable, que de hecho facilita la manipulación de la historia "oficial" de las cosas. La transmutación de las almas así como la de los elementos ha movilizado al ser humano desde que "alguien" enseñó el sentido de los portales atemporales y de las ventanas dimensionales... sin embargo hay tóxicos mucho más letales que cualquiera de los venenos naturales conocidos o por conocer. ¿Cuáles son ellos?: dícese de aquellos agentes tóxicos que anidan en el alma consumiendo a los espíritus...
por mencionar sólo algunos de aquellos modelos que son utilizados por ciertas almas para dominar o esclavizar o victimizar o exterminar a otras, apoderándose de sus esfuerzos o bien, diezmando sus voluntades, consumiendo sus esperanzas o bien, devorando sus ilusiones, al efecto de tomar por asalto y para beneficio propio, logros obtenidos legítimamente por terceros. Los venenos descritos en la breve lista, enseñan lo peor de las conductas humanas traducidas a miserias ejercidas en la creencia que "la vida todo lo justifica"... Específicamente, no hay nada peor que un "alma tóxica". Justamente, los venenos del alma son los que quiebran las esencias contenidas en la piedra filosofal, de allí que los espíritus mentores hayan tomado distancia de la humanidad utilitaria, no regresando nunca más... a sabiendas que ofrecer y dar la llave de los portales a los oráculos o a los ventanales de los santuarios, puede derivar (de hecho sucedió) en el fin de las existencias expuestas a las paradojas de la creación. Los evangelios dejan un claro mensaje al respecto:
Ese anhelo por conseguir lo imposible llena estas páginas, en las que se repasan desde los venenos de Estado para ejecutar a los condenados (como la cicuta empleada con Sócrates, el curare de los indios descrito por el conquistador Francisco de Orellana o el cloruro potásico del tiempo de los ayatolás en Irán) hasta el cianuro del que se sirvió, al parecer, el matemático Alan Turing para suicidarse; el talio en manos del asesino Graham Young en los años sesenta, o el polonio último de alta tecnología que mató en 2006 en Londres a Alexander V. Litvinenko, exagente del KGB.
Vean a Sócrates en el momento de ser ejecutado, contado por Platón: “Sócrates se palpó también y dijo: ‘Cuando el veneno llegue al corazón será el fin’. Pronto empezó a ponerse frío de las caderas, y descubriendo entonces la cabeza, que ya se había tapado, dijo: ‘Critón, ahora me acuerdo que debo un gallo a Esculapio’. ‘Se pagará, no lo dudes –díjole Critón– ¿Quieres algo más…?’. Pero Sócrates ya no respondió…”.
Y por medio, entre uno y otro tiempo, desfilan ensaladas de asesinatos a la carta durante el Imperio romano; la proliferación de venenos en la corte del Rey Sol durante el siglo XVII (tan usados eran por nobles y plebeyos, que se instauró un tribunal especial para investigar su uso con fines criminales); las mil fórmulas secretas de los alquimistas o las pócimas de cientos de hechiceras medievales, herederas de las curanderas de la antigüedad, que luego serían cazadas y/o quemadas. Pero también hay aquí anillos último recurso atribuidos a los Borgia; mucho amor recurrente por el arsénico (el rey de los venenos), que además fue medicina contra la sífilis y aún lo es contra la enfermedad del sueño; el cianuro, que alcanzó su récord de empleo en las cámaras de gas durante la II Guerra Mundial exterminando a miles de personas en horas, o la estricnina, asequible, que usada con maña por amantes despechadas y criadas resentidas era herramienta fetén.
Mándragora, acónito, belladona, beleño, estramonio, opio, morfina... plantas, sustancias químicas y farmacológicas, pruebas, experimentos, nombres de grandes y pequeños investigadores encerrados en sus cocinas o laboratorios, escenas del crimen, situaciones descritas todas con fruición… Un festín. Y con parada en un siglo XX brutal de manos de la ciencia unida a distintos ismos: “Veinte siglos después de la muerte de Cleopatra, al final de otra guerra, el veneno puso fin a la vida de los vencidos, aunque de una forma mucho menos poética que la elegida por la reina egipcia”. Muchos nazis se suicidaron con ayuda.
También aparece en estas páginas la España más arcaica: “No abunda la literatura sobre envenenamientos y quizá eso tenga dos causas: que aquí se haya empleado más la navaja en la liga o la tranca en la esquina. Y no está tan arraigada la afición a la literatura recopilatoria de estos sucesos… aunque entre finales del XIX y primeros del XX aparecieron en El Caso asesinatos por envenenamiento que muestran un panorama de la España de la época bastante sórdido, con sirvientas resentidas, amantes despechadas, mujeres maltratadas…”.
Casos de señoras de su casa como Josefa Gómez (1896, en Murcia) y su amante, acusado de la muerte del marido de ella y de la criada con estricnina. María Parra, ya en el XX, que asesinó por celos a su marido con una mezcla de la misma sustancia y golpes propinados con la pata de una silla. La pareja formada por Ángeles Mancisidor y Ramón de los Santos, amores juveniles que el azar junta y luego separa, casa con terceros y vuelve a reunir años más tarde (él ya viudo, ella aburridamente casada). Y deciden, tan natural, quitarlo de en medio con arsénico. Ellos se casan felices. El crimen perfecto. Pero, dos años después, él entra en una comisaría y dice: “He matado al marido de mi mujer y vengo a entregarme”. O Faustina Tavira en Guadalajara, en 1957, quien usó raticida para eliminar a su marido, Manuel Santamaría. “El 30 de junio, Faustina prohibió a la criada que tomara café en el desayuno, diciéndole que a partir de entonces solo lo tomaría el matrimonio. La criada obedeció, afortunadamente para ella, pero Manuel se sintió indispuesto nada más tomarlo…”. Murió. Ella fue condenada. Estos son solo una pequeña muestra. “El matahormigas Diluvio, cuyo principio activo era el arsénico, o la estricnina para dar bolilla a los animales que merodeaban por las fincas fueron unos aliados inestimables”.
Se cuentan las peripecias de criadas asesinas: Teresa Gómez, en Valencia, que quiso eliminar a toda competidora; María Domínguez, en Huelva, que trabajaba en la casa de un militar y tenía con él relación íntima. Mató a la señora y a la nuera de la difunta. Fue ajusticiada luego con garrote vil.
O el récord de precocidad asesina en esta categoría, en manos de una niña de 12 años apenas, Piedad Martínez, que conmocionó al país cuando mató a cuatro de sus hermanos menores en un mes, en 1965. “Usó una mezcla de cianuro presente en los matarratas y abrillantadores de metales y DDT, un insecticida clorado”. La última condenada a muerte en España también fue sirvienta, Pilar Prades, de Castellón, en 1959. Envenenó a su señora, y lo intentó con dos personas más. Los detalles de su ejecución los contó Rafael Azcona en El verdugo y los filmó García-Berlanga.
El sueño del antídoto universal (el mitridatum) en cuyo hallazgo se empeñó Mitrídates VI, que pasó a la historia por ello, no se omite tampoco en este libro. Se convirtió él mismo en investigador y cobaya.
Esclavos y prisioneros para probar tenía de sobra. “Diseñó desde joven un plan para sobrevivir a los posibles envenenamientos: tomar cada día pequeñas cantidades de toxinas… un principio similar al que siglos después llevaría al desarrollo de las vacunas”, cuenta la autora. Mitrídates supo sacar partido a sus conocimientos usando distintas sustancias contra el enemigo. Entre ellas, una suerte de miel envenenada y nafta, cuyo uso descrito como “ríos de fuego” pasa por la primera referencia en la literatura a un arma de guerra química. Obtuvo un brebaje cuasi perfecto, sí (perfecto no existe), pero de nada le sirvió al rey químico porque sucedió que, cuando quiso morir, ningún veneno le sirvió y hubo de pedir a un familiar que lo degollase: “Murió con hierro el que con veneno no pudo”.
Dice Adela Muñoz, la autora, que ha dejado fuera los gases de guerra: cloro (I Guerra Mundial), gas mostaza (Rif), sarín (Irak), napalm y agente naranja (Vietnam), y los envenenamientos accidentales. “No solo los del Primer Mundo, como el de Seveso, con dioxina, en la Italia de los setenta, que dio lugar a una legislación más restrictiva en la construcción de fábricas; o en Minamata por mercurio, en la bahía japonesa homónima, en los cincuenta, que originó la prohibición de su uso, sino, sobre todo, los del Tercer Mundo, terribles y desatendidos, como el de Bhopal, en India, por isocianato de metilo, con casi 6.000 víctimas mortales. O los pozos envenenados por arsénico en Bangladesh, Chile, USA o China”.
Preguntada por otro tipo de tóxicos que no incluye, los químicos que han invadido nuestra alimentación, y de los que se ocupa otro libro reciente (Nuestro veneno cotidiano, editado por Península) de la francesa Marie-Monique Robin, dice: “Me preocupan no solo los venenos cotidianos, sino la información alarmista sobre ellos. Soy ardiente defensora del papel que la química juega en nuestras vidas, pero es evidente, es arma de doble filo. Somos los químicos y ciudadanos los que tenemos la responsabilidad de controlar sus efectos adversos”, asegura. Señala un dato incuestionable: la esperanza de vida se ha multiplicado por casi tres debido a los fármacos con los que contamos.
Además, la vida es más dulce.“A quien habla mal de la química le pido que imagine un dolor de muelas en el XIX sin más calmante que los opiáceos o una fractura abierta sin más anestésicos que el cianuro. Sin contar con que la mayor causa de muerte sigue siendo la transmisión de enfermedades por agua no potable: un poco de cloro bien usado cambiaría drásticamente la esperanza de vida en África y muchos países asiáticos”, indica. “Yo creo que un hombre debe morir en paz”, dijo Sócrates minutos antes de hacerlo contra su voluntad. Y de esta, de la voluntad, se ocupa el capítulo final, de la “buena muerte” y la eutanasia activa, a través de casos como el de Ramón Sampedro. Ahí la química también cuenta.
‘Historia del veneno. De la cicuta al polonio’, de Adela Muñoz Páez, está editado en Debate.
el dispensador dice: el hombre se ha ocupado en destilar tóxicos para cumplir determinaciones propias o de terceros (reyes, virreyes, príncipes, duques, condes, papas, obispos, monjes, poderosos de cualquier índole y factor) con el objeto de eliminar, dominar o degradar a prójimos "molestos", sea por sus ideas, sea por sus ideologías, sea por sus principios o sus convicciones, ángulos reñidos con las visiones miserables del poder, en cada era, en cada época... erradamente se atribuye al medioevo el culto a los venenos y sus derivados alquímicos, sin embargo poco tiene que ver la alquimia con ellos, asumiendo quien suscribe que hay tóxicos que son mucho peores a cualquiera de los venenos conocidos... La palabra alquimia procede del árabe al-kīmiyaˀ (الكيمياء) o al-khīmiyaˀ (الخيمياء), que podría estar formada por el artículo al- y la palabra griega khumeia (χυμεία), que significa ‘echar juntos’, ‘verter juntos’, ‘soldar’, ‘alear’, etcétera (de khumatos, ‘lo que se vierte’, ‘lingote’, o del persa kimia, ‘oro’). Un decreto de Diocleciano, escrito en griego sobre el año 300, ordenaba quemar «los antiguos escritos de los egipcios, que trataban sobre el arte de fabricar oro y plata»[1] la khēmia transmutación. La palabra árabe kīmiyaˀ, sin el artículo, ha dado lugar a ‘química’ en castellano y otras lenguas, y al-kīmiyaˀ significa, en árabe moderno, ‘la química’. A decir verdad, poco tiene que ver la alquimia con el oro y mucho menos con los venenos... antes bien, como ciencia madre de la química, sí estuvo vinculada al estudio filosófico de los portales tangibles que dan lugar al paso de las dimensiones... por caso, en un tiempo los oráculos empleaban el oricalco, y posteriormente a la desaparición cataclísmica de la Atlántida y la Lemuria, el oro se convirtió en eje de los estudios imprescindibles para hallar los ángulos llave de las geometrías filosofales. Detrás de la caza de brujas impulsada por las perversidades eclesiásticas, muchos textos y por ende, muchos conocimientos se transformaron en cenizas volátiles de quemas intencionadas en peores ignorancias. Léase... los conocimientos esenciales se perdieron y las tergiversaciones dieron lugar a que ciertos documentos fuesen a parar a bibliotecas monásticas, que aún los acogen y facilitan el sostenimiento de las patrañas comunes a las historias de las brujas y sus ridículas escobas. ¿Dónde comienza la ciencia de la alquimia?... todas las evidencias conducen a los ángulos más antiguos de civilizaciones humanas desaparecidas, cuyos legados y sus herencias fueron pasando de mano en mano, deformándose hasta conformar una maraña casi impenetrable, que de hecho facilita la manipulación de la historia "oficial" de las cosas. La transmutación de las almas así como la de los elementos ha movilizado al ser humano desde que "alguien" enseñó el sentido de los portales atemporales y de las ventanas dimensionales... sin embargo hay tóxicos mucho más letales que cualquiera de los venenos naturales conocidos o por conocer. ¿Cuáles son ellos?: dícese de aquellos agentes tóxicos que anidan en el alma consumiendo a los espíritus...
- la soberbia
- el desprecio
- la mentira
- la envidia
- la intención oculta (segunda intención)
- la burla
- el disimulo
- la traición
- el atropello
- el ninguneo
- la manipulación
- el empecinamiento
- la negligencia
- la impericia
- la avaricia
- la angurria
- la lujuria
- la ansiedad,
por mencionar sólo algunos de aquellos modelos que son utilizados por ciertas almas para dominar o esclavizar o victimizar o exterminar a otras, apoderándose de sus esfuerzos o bien, diezmando sus voluntades, consumiendo sus esperanzas o bien, devorando sus ilusiones, al efecto de tomar por asalto y para beneficio propio, logros obtenidos legítimamente por terceros. Los venenos descritos en la breve lista, enseñan lo peor de las conductas humanas traducidas a miserias ejercidas en la creencia que "la vida todo lo justifica"... Específicamente, no hay nada peor que un "alma tóxica". Justamente, los venenos del alma son los que quiebran las esencias contenidas en la piedra filosofal, de allí que los espíritus mentores hayan tomado distancia de la humanidad utilitaria, no regresando nunca más... a sabiendas que ofrecer y dar la llave de los portales a los oráculos o a los ventanales de los santuarios, puede derivar (de hecho sucedió) en el fin de las existencias expuestas a las paradojas de la creación. Los evangelios dejan un claro mensaje al respecto:
- Evangelio: Marcos 16,15-18
"Convertíos y creced en el Evangelio"
Entonces Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; 18 podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
por las dudas, vale considerar que los venenos naturales suelen tener sus antídotos... en cambio de ello, los venenos del alma sólo pueden ser neutralizados mediante un espíritu enaltecido en sí mismo a través de la FE genuina y de la oración cierta. De no ser así, ninguna alquimia será suficiente para salvar a la víctima propiciatoria de algún interés espurio, disfrazado de ficticias amabilidades y/o burlescas cordialidades, arlequinescos afectos que sirven para destrozar los puentes colgantes entre las miradas, falsos abrazos que antes que destacar afectos, los oxidan hasta derruirlos.
¿Cuál es el veneno que distingue a estos tiempos?... indudablemente, la humanidad ha perdido el sentido y el valor de cada palabra, haciéndola un arma que expresa intolerancia, negando lo evidente y desmereciendo y hasta anulando las perspectivas y sus sentidos. La palabra tiene capacidad para lastimar, herir, dañar o arrasar... así como también, lo tiene para diseñar, construir, proyectar y sostener, proteger y curar... dependiendo ello de la intencionalidad y sus fuerzas. El hombre recibe su gracia bajo el signo del agua... si ésta está contaminada con odios y miedos... la gracia se desdibujará hasta esfumarse, llevándose consigo el valor de los dones, consumiéndose los talentos y sus destinos. Y el primer baño que recibe el alma en su camino hacia los tiempos respirables, no es otro que el baño de madre... y como toda "fuente"... si el sentimiento que la mueve no es puro... la resultante conllevará la carga. Y esos venenos, aunque no lo parezca, suelen portarse durante todo el tiempo en que transcurre la huella y su sombra... Abril 30, 2012.-