sábado, 20 de noviembre de 2010

ECOS ANCESTRALES EN LAS PAMPAS ANDINAS . Pampas en Proa - lanacion.com


Muestras / Ponchos y platería
Pampas en Proa
Más de 500 piezas procedentes de colecciones públicas y privadas, reunidas en una exposición de valor histórico que revisa la cultura de un pueblo olvidado y muchas veces ignorado

Viernes 19 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Alicia de Arteaga
LA NACION

Se diría que las salas de Proa, con su memoria del siglo XIX, estuvieron esperando la llegada de este bosque de ponchos que inunda de color, de historia y de mensajes silenciosos las paredes de las viejas casas sureñas convertidas en sede de la Fundación por el milanés Beppe Caruso. Una curva sensual guía el recorrido expositivo que encuentra estricto remate en los ponchos de guarda pampa, emblema inconfundible, prenda de amor, de respeto y de poder, entre mapuches, pehuenches, tehuelches, pampas y ranqueles.

El largo trabajo de investigación y la pasión empeñados por la coleccionista Claudia Caraballo de Quentin constituyen el prólogo necesario de esta imponente reconstrucción de un tiempo y una cultura, presentes en la selección de 500 piezas de platería y ponchos del siglo XIX, expuestos por decisión de Adriana Rosenberg, presidenta de Proa, en las dos plantas de calidad museística.

"Honorable homenaje a un mundo tan cercano y casi desconocido, subestimado, muchas veces olvidado", justas palabras de Luis Fernando Benedit, responsable del diseño expositivo, de la arquitectura interior de Las pampas, arte y cultura en el siglo XIX. Hace mucho tiempo que Benedit mantiene un registro de las costumbres y los usos de nuestra tierra. Arquitecto y pintor, sus acuarelas acortan la distancia entre el rancho, el gaucho, la pulpería caricaturesca de Molina Campos y el arte contemporáneo. En esta oportunidad, la propuesta del diseño es resultado del diálogo fecundo y constante con Claudia Caraballo, directora general de la exposición, trabajadora incansable, decidida, desde hace tiempo, a rendir homenaje al indio de las pampas, sin traicionar ni la memoria ni los orígenes.

El eje motivador de la exposición tiene mucho que ver con trabajos recientes de Benedit, quien en sus últimas carbonillas retrata a los herederos -o desheredados-, descendientes de los caciques que en 1875 formaron "el malón grande", el último gran designio de los indios pampeanos.

Nadie mejor que Benedit, entonces, para darle un continente al contenido y presentar de manera "honorable" el testimonio de un pueblo con el soporte técnico en el montaje de Patricio López Méndez y el grupo Signo. Al recorrer las salas y demorarse en las vitrinas pintadas de gris cobalto, sorprende la austera y refinada elegancia de esta piezas de platería, facones, estribos, pavas, rastras, rebenques, enseres de la vida cotidiana que, en su simplicidad, toman distancia del oropel barroco y de la híbrida filigrana del modelo colonial.

Antecedente excluyente del proyecto de Caraballo de Quentin es el libro Platería de las pampas (Larivière, 2008), en cuyas páginas traza el mapa estético de la platería mapuche -equidistante de la platería colonial y virreinal- para convertirse en la expresión de un pueblo. La rueda casi fantasmal, que emula un parlamento deliberativo tocado por una luz cenital, remite al tiempo de caciques dueños de la tierra y de mujeres emperifolladas con sus ajuares festivos, siluetas recortadas contra el paisaje sin límite.

"Recuerdo que la casa más cercana era como un borrón en el horizonte. Esa distancia infinita se llamaba pampa." La cita es de Jorge Luis Borges, está extraída de una entrevista del New Yorker (1970) y prologa aquel primer libro de la coleccionista Claudia Caraballo de Quentin, profundizado hoy por el exhaustivo libro-catálogo que acompaña la exposición (ver recuadro).



El siglo XIX es el recorte histórico de esta narración visual a través de piezas que integran colecciones públicas y privadas. El Museo Etnográfico, el Histórico, el Gauchesco Ricardo Güiraledes, el Pampeano de Chascomús y la Fundación García Uriburu enriquecen con sus préstamos el acervo cedido por coleccionistas que aman lo que han atesorado con genuina pasión. Un coleccionismo de hallazgos y no de millones, de búsquedas y no de récords, en el que figuran los nombres de Ruth Corcuera, Matteo Goretti, Ricardo y Belén Paz, Pepe Pérez Gollán, los Eguiguren, Octavio Caraballo, Elena Olazábal de Hirsch, Mimí Bullrich, Marcos Bledel y los Casal, entre muchos otros.

El siglo XIX marca un quiebre histórico y define un modelo de país, agroexportador y eurocentrado; más cerca en la formulación de su ADN de los salones parisinos, donde el italiano Giovanni Boldini pinta a la Giovinetta Errázuriz (ver recuadro), que del mundo cada vez más distante del desierto conquistado; el mundo perdido más allá de la calle ancha de Barracas, congelada en la visión iconográfica de Carlos Morel.

Atrás quedaban las luchas por la "frontera interior", el encuentro del indio y el blanco para muchos resumido en la visión, ¿maniquea?, de La vuelta del malón, de Angel Della Valle. En la pintura que forma parte del imaginario colectivo (Colección MNBA), los indios desaforados enarbolando flechas y lanzas escoltan a la cautiva ceñida al cuerpo de su captor que cruza la escena a galope corrido.

La muestra está organizada en cuatro módulos asociados a temas centrales de la cultura de las pampas: la mujer, el caballo, la organización social y política, el cacicato, la orfebrería y el adorno como símbolo de poder. Expresión cabal de la jerarquía, los ponchos tienen su propio lenguaje (ver recuadro) y expresan en la policromía de las guardas o en los modelos monocromáticos del poncho inglés -"descendido" de los barcos y manufacturado en talleres británicos para proteger al indio de las inclemencias del tiempo- la trama de una identidad. En la vitrina, el "trofeo" mayor son los ponchos de San Martín, Lucio V. Mansilla y el cacique Cafulcurá, esas piezas de museo representan tres mundos y tres visiones de la realidad en la Argentina del siglo XIX.

Ficha. Las pampas: arte y cultura en el siglo XIX , en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929), hasta el 9 de enero. Realizada gracias al aporte permanente de Tenaris-Organización Techint. Actividades educativas:
http://www.proa.org/esp/education.php

CON LA MIRADA EN EUROPA

Una casualidad quiso que el mismo día de la apertura de la muestra de Las Pampas en Proa, a miles de kilómetros, en Sotheby´s de Nueva York, un coleccionista pagara el récord de 6 millones de dólares por el Retrato de Giovinetta Errázuriz, hija de Josefina de Alvear, casada con don Matías Errázuriz, embajador de Chile en Buenos Aires, quien encargó a René Sergent el palacio, que es hoy Museo de Arte Decorativo. Madame Errázuriz encarna el gusto dominante de una época y la fascinación por París, los salones y los retratos. Ella misma fue retratada por Sorolla y el imponente cuadro está ubicado en la entrada del Palacio Errázuriz. Todo esto sucedía en el siglo XIX, el lapso de tiempo que la muestra de Proa pone en foco en un singular contrapunto, disparador inmediato de las cuestiones de identidad.

Años atrás, de visita en Buenos Aires, la psicoanalista francesa Françoise Dolto quedó sorprendida ante el número de argentinos que eran carne de diván. En tren de explicarlo, aludía a la necesidad de buscar las raíces, de saber si la identidad había quedado atrapada en algún barco o había que hilar más fino en la entretela de una cultura olvidada.

MUCHO MAS QUE UN CATALOGO
Por Carmen María Ramos


Arte de las pampas en el siglo XIX, de Claudia Caraballo de Quentin (Ediciones Larivière), acompaña la exhibición de Proa y refleja el valor de una cultura relegada o considerada, en el mejor de los casos, referente de un arte menor. La autora ofrece en este libro un amplio panorama de la producción artística de los pueblos originarios que habitaron la región pampeana y patagónica de la Argentina. La platería, el ajuar de la mujer, los objetos de uso doméstico y los textiles -entre los que se destacan los ponchos- son objeto de análisis e inéditos estudios técnicos de Raúl Mandrini, Carlos Aldunate del Solar, Sergio Caviglia, Ruth Corcuera y Graciela Suárez, con fotografías de José Luis Rodríguez, Michel Riehl y Fernando Urquijo. La obra, de 340 páginas, impulsa a una relectura de la originalidad creativa de los grandes cacicatos del siglo XIX, momento en que los diseños, los colores, la riqueza de los materiales, los objetos realizados en cuero, madera o piedra y el refinamiento en el manejo de la plata por parte de estos pueblos alcanzaron su máximo esplendor.
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Una cosmovisión compartida
Los tejidos pampas son valiosos testimonios culturales; en ellos se advierten registros de la tradición oral y diseños similares realizados por distintas comunidades

Viernes 19 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Ruth Corcuera

Una representación del mundo, de los límites entre el bien y el mal, del mensaje de las estrellas, del tiempo y del color, atraviesa los tejidos pampas del siglo XIX. El fondo común del estilo andino, desarrollado en múltiples colores y diseños es, así, la base de una cotidianidad que convive con un ideal de trascendencia. Los mapuches desplazaron a otros grupos étnicos, como los tehuelches. Sin embargo, en ambas comunidades y en prendas distintas hay diseños similares, atribuibles a una concepción del espacio dividido en cuatro grandes zonas, concomitante con una posible "cosmovisión compartida". Por su parte, los pueblos ágrafos utilizaron diseños y colores para perpetuar la tradición oral que daba identidad al grupo. Es decir, darles imagen a esas palabras que no están escritas. La reiteración de motivos posee el mismo objetivo que la música en las sociedades arcaicas: la reiteración refuerza la invocación. Todas son, finalmente, piezas de un lenguaje que busca conmover a los dioses y lograr el equilibrio cósmico. Las grecas en tejidos, en la pintura de los quillangos tehuelches y en los cueros de caballos responde a rogativas, donde también se advierten referencias a las genealogías de ciertos grupos o a jefes tribales. El poder está inscripto en distintos soportes, y ocupa un rol central: la etnografía señala la necesidad de ostentar prestigio a través de los textiles. Las cuatro diagonales en triángulo, propias del cuadrado mapuche que representa a la tierra, es el espacio donde juegan las fuerzas del mal que acechan las bases del bien. Diseños y colores oscilan entre niveles mágico-religiosos y empírico-naturales. Los tejedores mapuches acuden a sus antiguas tradiciones y las trasladan a textiles en los cuales la naturaleza posee elementos sobrenaturales. La simplicidad y el buen estado de conservación del instrumental con el que se realizaban estos textiles evidencia que, con instrumentos sencillos, era posible lograr técnicas complejas, y eso mismo caracteriza a esta cultura textil prehispánica, ejemplo de laboriosidad. La urdimbre es, así, el eje dominante: una técnica que, según estudios, acompaña a la región desde hace cinco mil años. Por eso, ponchos y otros tejidos actúan como un registro de la vida de estos pueblos.
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el dispensador dice: "cada comarca tiene su tejido"... "cada comarca tiene su alfarería"... y dichas frases contienen una visión cosmogónica precisa, diferenciadora de las culturas de las llanuras y también de las andinas, buenas conocedoras de sus terruños, de sus ciclos, de sus necesidades, de sus tiempos. El poncho define una relación entre el hombre y su entorno, un vínculo que no siempre lo entiende el mundo occidental cuando se echa uno encima, porque las culturas europeas suelen andar tras los apuros y justamente el poncho es un arma contra ellos (afanes ligeros), sus atropellos y también de los desprecios. Mucho dicen sus fibras, otro tanto sus colores, pero mucho más expresan las manos que los diseñan, las arrugas que los piensan... tomando el tiempo adecuado para elaborar algo que es mucho más que una vestimenta. ¿Cómo entenderlo?, el poncho es parte de un legado ancestral, mitológico y legendario, y quien se lo pone, aún no sabiéndolo, será protegido por miradas de otros tiempos, esperanzas focalizadas en distintos cielos, adoradoras de la naturaleza íntima, intensa, inmensa, en una consubstanciación que va más allá del tejido, más allá de sus fibras, e incluso más allá de su mentor... no hay frío que los traspase, no hay agua que lo sacuda, el poncho es eco de soledades, fragancia de caballo, bosta y pradera, lejanías sin distancias, cercanías sin presencias, silencios sin banderas. No hay mejor lanza que una guitarra, no hay mejor daga que la mirada... Hoy los ponchos trascienden las fronteras americanas e invaden el mundo de las comodidades, circulando por culturas lejanas que poco saben de los aires pampeanos y sus espíritus liberados, que menos conocen a las brisas andinas y sus ánimas ambulantes... sin embargo los ponchos llevan consigo, en su esencia, ondas, vibraciones de eternidad que protegen a quien lo lleva con gentileza. Ofreciendo una protección que va más allá del cuerpo, introduciéndose en su alma... pero los ponchos NO se heredan, cuando el alma parte el mismo se entierra. Legado perdido en la noche de los tiempos de estos lares, nunca respetado por los conquistadores. Sucede igual con la alfarería... la tinaja que se quiebra debe ser enterrada para la eternidad y nunca molestada... de allí que los cuerpos de los nativos americanos fuesen siempre cuidadosamente protegidos por tinajas y ponchos en una unión definitiva entre fibra y tierra, envolviendo el espíritu. No tienes idea lo que significa el sueño bajo un poncho... Finalmente, lo que de la tierra sale, a la tierra vuelve. Noviembre 20, 2010.-

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