martes, 19 de febrero de 2019

El perseguidor de la luz | Babelia | EL PAÍS

El perseguidor de la luz | Babelia | EL PAÍS

EL LIBRO DE LA SEMANA

El perseguidor de la luz

En esta novela original y valiente, el checo Jan Nemec explora en el extremismo de un espíritu creativo a partir de la biografía del fotógrafo Frantisek Drtikol

Fotografía de Franz JaromÝr Funke Franticek Drtiko.
Fotografía de Franz JaromÝr Funke Franticek Drtiko. GETTY IMAGES
Esta poderosa novela presenta dos características singulares. La primera afecta a la figura del narrador, que utiliza la segunda y la tercera personas entremezcladas, un efecto expresivo muy infrecuente, sobre todo teniendo en cuenta que la segunda persona es la más difícil de trabajar. La segunda característica es que estamos ante una novela partida en dos (juventud y madurez), separada por un intermezzo(la guerra de 1914-1918). La intención de la novela es clara: contar la vida de un hombre entregado a una vocación que determina su dedicación en esta vida y contar la vida de un hombre que, en su deseo de ser, busca el absoluto.
Frantisek Drtikol, el héroe de esta narración, existió en la realidad; fue un fotógrafo de fama mundial en su época, la primera mitad del siglo XX. Jan Nemecno lo ha elegido por narrar su biografía, sino porque su personalidad encajaba perfectamente en la intención del autor, que no ha pretendido contar la vida de Drtikol, sino que la ha utilizado a su favor sin complejos ni cortapisas. No se trata, pues, de una biografía novelada, sino de la novela de un personaje que existió, sometido aquí al dictado creativo de la imaginación novelesca del autor, porque no es la realidad o verdad de Drtikol lo que interesa a Nemec, sino lo que podemos llamar el espíritu creador del artista, una representación de la vocación de un espíritu libre y extremo.
La primera parte de la novela abarca la infancia y juventud del joven Drtikol, un muchacho nacido en el seno de una modesta familia en un pueblo minero; dotado de una sensibilidad muy particular, le encanta dibujar. Al chico lo suele enviar su abuela a un sótano a por patatas y en el sótano hay un respiradero por el que entra la claridad; al incidir sobre las patatas, los brotes de éstas se alzan hacia la luz, hasta alcanzar el interior del respiradero; ninguno termina su viaje hacia la claridad, pero “había algo aterrador en ello, en ese esfuerzo ciego por alcanzar la luz, que le hacía incapaz de apartarse de él”.
La fascinación por la luz llevará a este chico a estudiar fotografía, primero con un fotógrafo local, después en una academia en Múnich, donde hace vida de estudiante de escasos recursos con sus compañeros. La novela, a su vez, va adquiriendo un aire decididamente visual, y el despliegue de conocimientos fotográficos, que se carga de un vocabulario específico de difícil acceso para un profano, adquiere esa misteriosa fascinación que logran, por ejemplo, los buenos relatos del mar en las secciones en las que el autor describe morosa e implacablemente aparejos y elementos cuyos nombres propios son ajenos a los conocimientos del lector, pero lo seducen sin una queja.
Finalmente, Drtikol inaugura su propio estudio en Praga con un socio. Su primer éxito es un álbum de fotografías de la ciudad. Por entonces aparece en su vida Eliska, de la que se enamora; pero se enamora como lo hace un soñador que aspira a alcanzar la luz, esa luz que trata de dominar y dirigir con sus aparatos fotográficos, y eso provoca una confusión de pasiones: poseer el secreto de la luz y poseer el amor. Aquí es donde se parte la novela en dos por medio de un intermezzo en el que se cuenta el transcurso de la guerra por medio de una serie de cartas de exigencia de amor no correspondido. Un acierto muy sugerente.
En la segunda parte, nuestro héroe es ya un fotógrafo consagrado. La fotografía pasa a segundo plano, no porque la abandone, sino porque en ese camino al absoluto que toda ambición suprema conlleva debe dejar paso al hombre que busca la luz. Ahora la luz no es un símbolo, sino su realidad: el hombre que se busca a sí mismo. La ambición ahora la dirige hacia la luz interior, la búsqueda de su sentido en la vida, y, como es natural, entra en una fase de espiritualidad. Pero es un hijo del siglo, y así como su trabajo artístico entronca con las vanguardias, su alma conecta con los movimientos de la época: las religiones, el espiritismo, el ocultismo, la teosofía y, finalmente, el misticismo; todo lo cual son pasos sucesivos de la búsqueda, pero resultan insuficientes; será sólo en el budismo donde empiece a encontrar un espacio adecuado a sus necesidades espirituales y de realización personal. En la vida real, Drtikol fue un introductor del budismo en Occidente.
Antes de este final habremos conocido el matrimonio del personaje con una primera bailarina checa. Ocupa una parte importante de la segunda mitad de la novela y conviene notar que se encuentra en este lugar porque, aparte de la adecuada temporalidad, lo que plantea muy bien es un clásico: el amor entre dos seres entregados a dos vocaciones artísticas distintas y la imposibilidad de conjugarlas, e incide en la soledad esencial del artista. Esta segunda parte, al tratar ideas, adquiere a veces un tinte ensayístico que quizá sea lo único reprochable.
Jan Nemec es un escritor checo de 38 años. Pertenece a ese conjunto de novelistas que proceden del este de Europa, que plantean conflictos de gran calado y siguen dictando lecciones de valentía y originalidad en esta época de realismo repetitivo, narcisismo y muy escaso riesgo narrativo.
Una historia de la luz. Jan Nemec. Traducción de Elena Buixaderas. Errata Naturae, 2019. 496 páginas. 24,50 euros

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