Contra la juventud feliz
Elisa Levi trasciende la literatura ‘millennial’ con su primera novela, un retrato generacional de jóvenes tardíos sin raíces
Viandantes en una calle de Tokio. MARTIN BUREAU AFP / GETTY IMAGES
Tanto la promoción de Perdida en un bol de cereales, el libro de poemas con el que Elisa Levi (Madrid, 1994) se dio a conocer hace tres años, como la de Por qué lloran las ciudades, novela que nos ocupa, insisten en una lectura en clave millennial: juventud y una posible subversión en tono menor. Imagino la alegría del editor que descubriera el talento de Levi para sintonizar con un target del mercado y, a la vez, dejar pequeñas las etiquetas “juvenil”, “popular”; o, por el contrario, “serio” y “adulto”. La juventud es la materia que nutre la literatura de Levi, pero desde su primer libro de poemas la autora nada entre dos aguas: la juventud contada desde adentro, con su solipsismo, y con la distancia de una inteligencia autocrítica.
Por qué lloran las ciudades toma el modelo de un relato arquetípico: Ada, la narradora, viaja a Japón para participar en el entierro de Denis, su amigo, su hermano electivo, su gemelo espiritual. Este viaje supondrá un encuentro con sus propios miedos familiares según se adentra en la crónica de los últimos días de su amigo y su suicidio por amor.
Ada llena cuadernos con escritura en un presente que señala su obsesiva búsqueda de la ataraxia (con la ayuda de varios lexatines). Su estilo es urgente y con chispazos líricos. A veces, las repeticiones (los tics de la narradora, su cuerpo problemático) remarcan su inadecuación en el mundo. En otros momentos se intercalan poemas, y el cuaderno del viaje y el cuaderno de poemas confluyen en un artefacto que homenajea una tradición japonesa híbrida (pensemos en Sendas de Oku),pero desde dentro de la forma novela. Porque no son los poemas de Levi, una poeta, por cierto, extremadamente sutil, sino los oportunos poemas de la narradora, Ada, y cumplen la función de objetivar la carga emocional que ésta se niega: “Y me veo en la necesidad (…) de tener que elegir entre / tu recuerdo / y el recuerdo del dolor que me has causado”.
En Por qué lloran las ciudades es constante la necesidad de verter un vacío en fórmulas narrativas preexistentes, en una tradición hecha de libros, canciones y películas. De hallar una forma de sentir “presentable”, ya que por dentro persiste la “obsesión por dejar atrás nuestros yos tóxicos y malheridos”. Esa huida y esa búsqueda “se nos nota en la forma de vestir”, escribe la narradora. Es decir, la “pose” es a la vez lo profundo, el síntoma de una enfermedad llamada juventud y de una identidad obsesionada con pensarse grabada por una cámara, remedando la secuencia de una película. Y en este sentido también Japón funciona como exacto correlato de ese minimalismo emocional, tan narcisista: los escenarios son tratados con un estilo esquemático, sin apenas detalles descriptivos. Porque “a Tokio le doy vergüenza ajena”, sentencia la narradora.
Por qué lloran las ciudades es una novela primeriza con imperfecciones que la autora sabe convertir en virtudes, pues todo parece vivir y ser sentido por primera vez. A la vez, con este retrato generacional de jóvenes tardíos sin raíces, huérfanos o abandonados, tímidos exiliados en países extranjeros, que odian, aman y temen a sus familias, Levi trasciende la literatura millennial y entona un non serviam de estirpe romántica que se emparenta con el fatalismo generacional de un Werther o el “desorden y dolor precoz” de Thomas Mann, tradición que Levi revive con intensidad e inteligencia.
Por qué lloran las ciudades. Elisa Levi. Temas de Hoy, 2019. 160 páginas. 16,90 euros.
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