Coraje físico, cobardía moral
Geoffrey Parker publica una biografía de Carlos V en la que retrata tanto su capacidad para crear un imperio como su tendencia a la mentira y al crimen para mantenerlo
'El emperador Carlos V con un perro' (1533), de Tiziano, en el museo de El Prado. UIG / GETTY IMAGES
Al ver en los escaparates el nuevo librodel gran hispanista británico Geoffrey Parker, me hice a mí mismo una pregunta. Fue grande mi sorpresa cuando vi que esa pregunta se contenía en las primeras palabras de la nueva obra: “¿Necesita verdaderamente el mundo otro libro sobre Carlos V?”. Porque en la actualidad disponemos de centenares de biografías sobre el emperador en los más variados idiomas, y además este acervo se vio incrementado extraordinariamente con las conmemoraciones del quinto aniversario de su nacimiento, en torno por tanto al año 2000, no hace tanto diríamos. Y en las lenguas hispánicas contamos no sólo con los grandes clásicos, sino con traducciones de las biografías más recientes escritas por ingleses (John Lynch), franceses (Joseph Pérez), holandeses (Wim Blockmans) o austriacos (Alfred Kohler), además de la del máximo estudioso español, Manuel Fernández Álvarez, autor de la extensa y excelente Carlos V, el césar y el hombre (1999).
Sin embargo, Geoffrey Parker siempre puede decir algo nuevo, lo cual se deduce de una simple mirada a los apéndices de su obra, con un impresionante aparato crítico, con un repertorio (comentado) de fuentes y una bibliografía realmente exhaustiva, a lo que se añade su presencia física en muchos de los escenarios de los episodios carolinos. Aunque, justo es decirlo, tras la lectura del texto observamos muchas perspectivas novedosas y muchas aportaciones originales a temas secundarios, pero, como no podía ser de otro modo, su narración de los hechos (que se atiene a una ordenación estrictamente cronológica de los mismos, salvo en el capítulo dedicado a América) repite en líneas generales la construcción histórica ya conocida.
De esta manera, podemos reseñar su insistencia en algunos rasgos esenciales: la visión mesiánica del emperador como el brazo ejecutor de los designios de Dios en la Tierra, su consideración por muchos autores (y desde luego por Manuel Fernández Álvarez) como el gran defensor de la unidad política de la Europa cristiana (y por ello precursor de la Unión Europea) y a la vez como el responsable de una serie de políticas regionales resueltas de modo empírico (y por ello precursor de la Europa de las naciones), su empeño titánico en mantener incólume el imperio formado en parte por herencias, en parte por adquisiciones pacíficas, en parte por conquistas militares, realizadas especialmente en América por capitanes que actuaron en su nombre.
A continuación, la nueva biografía resalta tres grandes dificultades a las que hubo que enfrentarse: las revoluciones militar, religiosa y administrativa. Todas ellas tuvieron un coste elevado. La militar exigió mucho dinero, la religiosa requirió mucho tiempo, la administrativa (es decir el “rápido y sostenido incremento de las tareas de la Administración”) impuso mucha dedicación, aunque a veces se careció del suficiente tacto y equilibrio. Carlos V se inclinó a favor de los gestores españoles (es decir, a favor de una españolización de los altos cargos) en detrimento de los agentes de otras áreas del imperio, especialmente de Alemania.
Tal vez un error inevitable, aunque el emperador cometiera muchos otros que le son imputados por el hispanista británico. Por una parte, su irrefrenable tendencia a la persecución implacable de sus enemigos, por sus acciones inmediatas, pero también (en un ejercicio de rencor) por las pasadas, ya fuesen españoles (comuneros y agermanados), flamencos o alemanes, lo que le distanció de posibles aliados moderados. Además, la consecución de sus fines le llevó incluso al crimen político, como en el caso de los diplomáticos al servicio de Francia Antonio Rincón y Cesare Fregoso, asesinados alevosamente con pleno conocimiento del emperador (“un crimen de lo más infame”, como reza uno de los epígrafes de la obra). Del mismo modo se hace hincapié en su predisposición a la mentira si ello le permitía obtener réditos políticos o personales, sobre todo a través de un hecho poco conocido, el tratamiento infligido a su propia madre, la reina doña Juana, que vivió en un constante y deliberado engaño en su encierro de Tordesillas, donde el emperador procedía a hurtadillas a un saqueo de sus pertenencias, de todos sus objetos de valor, lo que lleva al autor a pronunciarse de modo contundente sobre su conducta: “El incuestionable coraje físico del emperador era totalmente compatible con una clara cobardía moral”. Del mismo modo, y en relación con el Nuevo Mundo, los aciertos señalados por Horst Pietschmann (“la construcción de un orden estatal en América”) y por otros autores (la aplicación de las Leyes Nuevas de 1542) se contraponen al trato vejatorio impuesto a Hernán Cortés y a la condena sin paliativos de los Pizarro. Finalmente, el historiador pone especial énfasis en lo que califica (tal vez algo exageradamente) como “el mayor fracaso de Carlos”, su imperialismo matrimonial e incluso incestuoso, utilizando a su propia familia para conseguir éxitos políticos (con actos que me han recordado la tragedia de la Lucía de Lammermoor de Walter Scott y de Gaetano Donizetti), pero desafiando así en cambio los funestos resultados de una endogamia llevada a su extremo.
En el balance final se trae a colación a Fernand Braudel, que vio al emperador como un jugador de ajedrez en una larga y difícil partida sobre el inmenso tablero internacional, y a Wim Blockmans, que pondera como logros el ejercicio del poder durante 40 años, el mantenimiento del imperio bajo el control de los Habsburgo o la contención del avance del luteranismo, aunque fuera a costa de legar una bancarrota a su sucesor o de iniciar el cierre intelectual de España a las corrientes más renovadoras del pensamiento europeo.
Aun discrepando de la calificación del dominio carolino como un “imperio imposible” (en realidad duró tres siglos, aunque fuera perdiendo piezas por el camino) y aun aceptando (ahora sí) la imposibilidad de una “biografía completa”, no deja de resultar admirable el colosal esfuerzo intelectual aquí desplegado por quien es sin duda uno de los más valiosos y prolíficos hispanistas de nuestros días.
Carlos V. Geoffrey Parker. Traducción de Victoria E. Gordo del Rey. Planeta, 2019. 990 páginas. 24,90 euros.
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