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Nos ha pillado la noticia del Premio Nobel de Literatura a Han Kang –la autora de La vegetariana– en plena lectura de Desertar, la nueva novela de Mathias Enard. Hay una pregunta que vertebra los dos libros: ¿es posible escapar de la condición humana?
La idea de lo humano como un territorio del que es imposible desterrar la violencia, esa especie de onda sísmica que abarca y modula el comportamiento del hombre a lo largo de la historia.
Un soldado huye de la guerra. Vaga solo, sucio, hambriento por valles donde nadie pueda verle. Camina para cruzar la frontera y mientras intenta buscar refugio en una pequeña cabaña que su padre construyó en la montaña, un lugar donde quizá pueda sentirse apenas seguro, arropado por los recuerdos de la infancia y el calor de una hoguera. Es un desertor, el que ha reunido el valor de abandonar, decir basta, de enfrentarse al odio de los dos bandos en lucha. El desertor es alguien que ha decidido dejar de hacer daño y, sin embargo, es una de las figuras con más carga negativa de cualquier imaginario.
Frente a él, ante su miedo y su dolor, la naturaleza permanece impasible. Pájaros e insectos siguen su camino, el bosque habla su propio lenguaje: “La montaña ruge; un poco de viento dobla las cumbres, desciende hasta el valle y vibra entre los arbustos; el grito de las estrellas es glacial. No hay nubes, esta noche no lloverá”.
En La vegetariana, Kang propone una deserción aún más radical: el propósito de la protagonista de borrarse de lo humano, transformarse en un cuerpo leñoso y apartarse de las dinámicas de crueldad, explotación y sometimiento que sufre dentro de su sistema social. Uno de los rasgos de la obra de la autora coreana es esa especie de inevitabilidad de la violencia, tanto en el ámbito de la Historia como en el microcosmos de la familia, de cómo el abuso empapa cada pequeño resquicio.
Paralela a la historia del desertor, Enard nos cuenta cómo la hija de un matemático alemán antifascista recuerda la figura de su padre –al que define como “tozudo como un axioma”–, en la que están reflejados algunos momentos decisivos del siglo XX: prisionero en un campo de concentración nazi, tras la guerra su espsa fue al Oeste, donde inicia una carrera política, mientras él permanece fiel a la doctrina comunista y se queda en la República Democrática Alemana. Podemos leer las cartas que ambos se escribían, repletas de sentimiento amoroso, un intercambio de ideas y conflictos que nos hablan de un deseo de construir un pensamiento nuevo, poético y matemático, para huir de la violencia y la muerte.
Si ya conoces algo de la obra de Enard –por ejemplo Brújula, que ganó el Goncourt o el fantástico Habladles de batallas, de reyes y elefantes– Desertar supone un delicado y sutil acercamiento a cuestiones que hoy se antojan fundamentales y que ya se apuntaban en esas obras: la distancia entre el abandono y el compromiso, cómo escribir después de que la guerra haya entrado de nuevo en unas vidas –las nuestras– que se creían a salvo, la novela como territorio de exploración del mal.
La novela parece a veces un cantar de gesta, con voces narradoras que se mueven entre lo cercano y algún tipo de destino que parece ya saberlo todo de antemano: la voz de la atrocidad repetida. Y, como es habitual en el autor francés, una forma de contar la historia a través de la ficción que se convierte en un gozo por su erudición y sensibilidad poética.
Afincado desde hace algunos años en Barcelona, Enard ha estado estos días concediendo algunas entrevistas en las que ha reflexionado sobre la mentira de aquello del fin de la historia, sobre el capitalismo como un Godzilla voraz que nadie puede parar mientras destruye todo lo que encuentra a su paso. Esa idea es también la que está en el origen de La vegetariana: el hombre como un monstruo devorador que se come a sí mismo.
La idea de desertar es un impulso que aparece hoy en el horizonte. Leímos aquello llamado ‘La gran renuncia’ sobre cómo un montón de gente estaba abandonando trabajos, sobre todo en Estados Unidos. Volvemos la cara ante el aluvión de noticias que nos hablan de muertes que consideramos lejanas: “El año que hicimos scroll a un genocidio”, en palabras muy certeras de Ignacio Pato. La impotencia parece un combustible para esta dinámica. Estos libros nos hacen pensar sobre ello desde la literatura.
Bueno, no ha sido una semana de lecturas lo que se dice alegres, pero sí muy fructíferas. Desertar es nuestro libro de la semana. De La vegetariana –recién reeditado con su traducción española original– tenemos ejemplares de sobra, por si quieres.
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