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En el prólogo de Los sorias, la monumental novela del argentino Alberto Laiseca que acaba de publicar Barrett, Ricardo Piglia recoge una célebre frase del crítico británico Cyril Connolly que dice así: “Cuantos más libros leemos, mejor advertimos que la función genuina del escritor es producir una obra maestra y ninguna otra finalidad tiene la menor importancia”.
Ahí, Cyril, metiendo presión. Un utilitarista podría hacer una lectura equivocada de esa máxima y calificar como fracaso todo empeño literario que no alcance esa alta categoría. Creemos que más bien lo que late ahí es algo íntimo, más relacionado con el proceso que con el fin: el compromiso irrenunciable de quien escribe con su visión del mundo expresada a través del lenguaje, la inscripción en el sistema cultural de una huella radicalmente única que condense todo el potencial artístico de un individuo. Esa ambición. Luego, lo del éxito, ya si eso.
Anoche estuvo aquí Mircea Cărtărescu y el ambiente reflejaba la vibración de estar ante alguien que puede que haya escrito ya una obra maestra –creemos que Solenoide merece sin duda ese calificativo– y que es posible que lo vuelva a hacer. ¿Puede alguien en el agitado siglo XXI escribir varias obras maestras? No tenemos prisa por comprobarlo. Como dijo ayer en esa maravillosa hora de conversación –que pasó en un suspiro con Domingo Hernández y la traductora Marian Ochoa de Eribe–, refiriéndose al Dios lector al que alude en su última novela, Theodoros, “el lector no condena, lo que hace un lector es alegrarse, disfrutar, como quien recibe un regalo”.
Mirando en perspectiva esto que hacemos de traer hasta aquí a la gente que escribe, se puede decir que es también un regalo que nos hacemos entre todos. Un regalo sencillo: basta un medio de transporte, un rincón acogedor, tal vez un par de micrófonos. Y ahí está el cuerpo del escritor, la cabeza donde las historias confluyen y de donde nos vuelven convertidas en literatura, la parte final de ese proceso que pone en marcha los mecanismos de la imaginación, lo individual convertido en colectivo. Cada uno de esos momentos es único, y nos alegramos mucho de poder propiciarlos.
Antes de seguir con la literatura, te contamos que nos sumamos a la campaña de solidaridad con las librerías valencianas afectadas por la DANA. La idea parte del Gremio de Libreros (CEGAL) y consiste en la donación del 5% de todas las ventas que hagamos el Día de las Librerías, el próximo lunes, 11 de noviembre, tanto físicamente como en la tienda online. Si quieres colaborar con la iniciativa, es buen día para comprar esos libros a los que –ya sean obras maestras o no, y hay por aquí unas cuantas–, les tienes echado el ojo.
Libro de la semana
¿Ha llegado Los sorias, de Alberto Laiseca? Sí. ¿Hemos empezado a leerlo inmediatamente porque lo estábamos esperando con ganas ya que es la primera vez que se edita en España? Sí. ¿Hemos terminado de leer sus más de mil trescientas páginas? No. ¿Es nuestro libro de la semana? Sí.
Este libro tiene una historia detrás. Todos la tienen, pero la de Los sorias hace frontera con el mito. Laiseca la escribió tres veces: destruyó las dos primeras porque el resultado no estaba a la altura de su búsqueda. La tercera le ocupó más de diez años y la dio por terminada en 1982, aunque tardaría todavía quince en encontrar un editor, que hizo circular trescientos cincuenta ejemplares, una escasez que aumentó la resonancia de la leyenda.
Entre su punto final y el libro, algunos escritores como Piglia, César Aira o Fogwill tuvieron acceso al manuscrito, apilado en cuatro bloques de viejos folios “como si fueran guías de teléfonos”. También es célebre la historia de que Laiseca evitó milagrosamente un robo al tirón cuando transportaba el único original en una bolsa. Algunos dicen maletín, otros bolsa de rejilla, hay quien la visualiza como la típica de supermercado. Según quién lo cuente, o quién se lo escuchó contar al autor. Así funcionan los mitos.
En Los sorias se cuenta la historia de una guerra fría entre tres dictaduras: Soria –la Soria española, pero sin España–, Tecnocracia y la Unión Soviética. Es un libro acerca del poder, escrito bajo un estilo que el autor definió como “realismo delirante”. “La novela se construye desde el delirio, no tiene al delirio solo como tema (y en esto Laiseca se aleja de Arlt y se acerca a Bernhard y a Pynchon)”, dice Piglia. “La realidad es delirante —me dijo en una ocasión—. La realidad está muy bien y el delirio está muy bien, pero por separado no sirven. Si los juntamos, tenemos la verdadera realidad y el verdadero delirio”, escribe Cristian Vázquez en un valiosísimo artículo en Jot Down titulado Alberto Laiseca, el escritor máximo de la vida misma.
Cartarescu dijo ayer aquí: “No creo en la realidad. O mejor dicho, en esa línea divisoria entre realidad y ficción. O todo es realidad o todo es ficción. Es como la cinta de Moebius: parece tener dos caras, pero sólo tiene una. Aparecen juntas, y esta es la maravilla del mundo. No hay nada milagroso en el mundo, el milagro es que el mundo existe”. Dos canciones distintas, pero la misma música.
Casi nunca hacemos esto de subir a esa pequeña plataforma que es el Libro de la Semana algo que no hemos leído a fondo. Y cuando lo hacemos, lo decimos. Esta es una de esas ocasiones. Más que una recomendación, es el anuncio de un acontecimiento editorial: por su envergadura, por el atrevimiento, por el hueco que cubre. Porque tal vez se trate de esas obras maestras que corren el riesgo de quedar sepultadas.
“Son incontables los lectores que no han leído Los sorias y esa multitud de lectores futuros garantiza la persistencia de este libro; esta novela va hacia ella y su movimiento es lentísimo porque es el ritmo de la literatura”, escribe Piglia. “No le sobran lectores, pero los que le faltan son tantos que tiene asegurada una lectura interminable”, concluye.
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