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En días de pandemia dediqué a Raúl Zurita la «Z» de mi «Alfabeto III» (recogido en el libro Raku, de reciente publicación por Ediciones Furtivas).
Un poema (acróstico) que no dice nada más allá de mi fervor por Zurita, poeta de nuestra lengua toda, nacido en Santiago de Chile en el mismo año de mi nacimiento, en la exacta mitad del siglo XX.
¿Y de dónde surge mi fervor?
Él lo ha dicho: «La poesía es la primera víctima y la primera que se levanta de entre los muertos para decir que vienen nuevos días».
Purgatorio, Anteparaíso, Canto a su amor desaparecido, La vida nueva, INRI y ZURITA, entre otros libros, refrendan sus palabras.
Ha dicho: «Toda mi vida se podría sintetizar en una frase: “una desesperada esperanza”».
Esa desesperación, esa esperanza y el arrojo personal y la fe en que «algo tiene que emerger, algo tiene que cambiar…» le han llevado a empujar casi todos los limites y las convenciones impuestas a la poesía. No bastó haber inscrito (literalmente) sus versos en el cielo de New York y en las arenas del desierto de Atacama. Y logró al fin cumplir un sueño de juventud: la difícil performance del océano, en 2015.
Con apoyo de un equipo especial de creadores, tuvo lugar la acción de arte VERÁS. Durante toda una noche, hasta el amanecer, se proyectaron frases del poema «VERÁS CIELOS EN FUGA» en los enormes acantilados cercanos a Iquique, en la costa norte de Chile.
¿Qué más? «NI PENA NI MIEDO» había dejado estampado en el desierto de Atacama y en su mejilla (literal), la cicatriz hirviente cuya imagen sirviera de ilustración al libro.
Cierro esta invitación también con sus palabras:
«Si vivimos en un país [un mundo] que cada vez se parece más a una ficción —o a una parodia— le corresponde entonces a la literatura recuperar la vida. Tenemos que abrazarnos para cruzar la noche».
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