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Fernando Pessoa y sus setenta y pico heterónimos traduciendo cartas comerciales en una oficina de Lisboa. Konstantínos Kaváfis en otra de Alejandría, en la sede del Ministerio de Obras Públicas, destinado en la sección de Riegos. Wallace Stevens en la suya de Hartford, Connecticut, como abogado de una compañía de seguros; lo prefirió a impartir clases en Harvard. ¿Más oficinas? Una de correos, en Los Ángeles, en la que entregaban a Charles Bukowski las sacas para repartir. Poetas que heredaron: un montón. Hubo quien lo aprovechó para escribir, y quien lo aprovechó para inspirarse; aún resuenan en Cambridge las juergas universitarias de lord Byron. Arthur Rimbaud soñó con ser rentista —Carmen Jodra Davó, escritora y bibliotecaria, lo recordó en Las moras agraces— y acabó traficando con armas, aunque ya no escribía para entonces. Safo, Casia de Constantinopla, Wallada, Hildegarda de Bingen, Teresa de Jesús y Maryana Marrash fundaron espacios —conventos, salones literarios— donde escribir, leer y estudiar sin que las molestaran ni a ellas ni a otras mujeres con talento.
Poetas en colegios, en institutos, en universidades, en editoriales, en librerías, en bibliotecas. La dictadura franquista represalió a Ángela Figuera Aymerich quitándole su plaza como profesora, ganada por oposición durante la República; por justicia poética acabó trabajando en los bibliobuses que acercaban los libros a la ciudadanía de Madrid. En distintos momentos y en distintas circunstancias, Xosefa de Xovellanos y Maria Josepa Massanés fundaron escuelas femeninas: la de Xovellanos para niñas de familias pobres en Gijón, la de Massanés para la clase alta barcelonesa.
P.D.: Revisando nuestro catálogo, hay quien se dedica a la escritura, pero también a la comunicación, el diseño, la docencia, la gestión cultural y la gestión fiscal, la hostelería, la publicidad, la veterinaria o esa amalgama del sector del libro. En los próximos meses publicaremos libros de Sara Herrera Peralta, Almudena Vidorreta, Sara Torres, Laura Ramos, Carlos Pardo y Alana S. Portero, además de una traducción de Allen Ginsberg por Andrés Neuman. Gracias, talento y tiempo, por las fabulosas lecturas que vendrán.
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