La negación de la negación
Uwe Timm indaga en las razones por las que tantas personas pasaron del socialismo utópico al Holocausto y logra una de las mejores novelas alemanas de los últimos años
Un antropólogo estudia el rostro de un hombre en Alemania en 1932. ULLSTEIN BILD /GETTY IMAGES
A lo largo de las décadas de 1930 y 1940, un puñado de científicos alemanes concibió la posibilidad de intervenir en el orden social mediante la selección y manipulación de seres humanos; los practicantes de la eugenesia se beneficiaron de las fantasías raciales de los políticos nacionalsocialistas y su control de las poblaciones: con el apoyo explícito de Adolf Hitler, los eugenistas alemanes esterilizaron forzosamente a 275.000 personas, asesinaron a miles de enfermos mentales y personas con discapacidad, practicaron cientos de experimentos con prisioneros y ofrecieron la legitimación pseudocientífica para el exterminio de seis millones de judíos y casi un millón de miembros de la etnia romaní. No hubo hiato alguno en el tránsito entre la experimentación y el asesinato selectivo: a partir de 1940, los responsables de la investigación eugenésica en la prisión de Brandeburgo se hicieron cargo también de su cámara de gas, por ejemplo.
La nueva novela del escritor alemán Uwe Timm (Hamburgo, 1940) revisita el proyecto eugenésico con el pretexto de la investigación policiaca. Michael Hansen, un joven oficial de inteligencia estadounidense nacido en Alemania, regresa al país con las tropas de ocupación y recibe el encargo de entrevistar extensivamente a un discípulo de Alfred Ploetz, el médico que sentó las bases de la “higiene racial” alemana. Wagner (el discípulo) tiene una historia para contar y esta es, en primer lugar, la de cómo un puñado de jóvenes socialistas y pacifistas acabaron convirtiéndose en víctimas, pero también en victimarios; en segundo lugar, es la historia de cómo muchas de las utopías del siglo pasado devinieron distopías, y sus adherentes, asesinos.
La literatura de Timm (autor de casi dos docenas de libros y uno de los escritores alemanes más importantes de las últimas décadas) se erige sobre la certeza de que, como dice en Icaria, el siglo XX está recorrido por lo innombrable, pero también sobre la convicción de que eso innombrable debe ser nombrado. Ploetz fue un personaje real: nacido en Swinemünde en 1860, en su juventud leyó intensivamente a Ernst Haeckel y a Charles Darwin, fundó sociedades secretas de orientación socialista y utópica y estudió economía política y medicina. En 1895 publicó unos Fundamentos para una higiene racial y en 1904 creó la revista Archivo de la Biología Racial y Social, pero su momento llegó en 1933, cuando las autoridades nacionalsocialistas lo escogieron como parte de un comité de expertos que debía asesorar al Gobierno en materia de eugenesia y política racial; sus ideas al respecto eran conocidas desde la publicación de su obra más importante, La fuerza de nuestra raza (1895): la sociedad debía estar en condiciones de controlar la reproducción de sus miembros y el número de su descendencia, los nacidos con discapacidad física o mental tenían que ser “eliminados” y debía impedirse la reproducción de los sujetos “sin valor” y/o que constituyeran una carga; los judíos, individualistas y ajenos a la idea de patria, debían ser sometidos.
Mientras Hansen se abre paso con el Ejército estadounidense a través de las ruinas de las ciudades alemanas en abril de 1945 (lo que ofrece a Timm la oportunidad de narrar un paisaje que conoció bien), al tiempo que su protagonista se enamora, se desenamora, penetra en la historia, Icaria se pregunta cómo pudieron pasar Ploetz y las personas como él del socialismo utópico y el proyecto de una sociedad igualitaria sin propiedad privada ni guerras a la contribución en el Holocausto. La respuesta, parece decir la novela, radica en el fracaso de los proyectos utópicos de convivencia que tuvieron lugar en los años inmediatamente anteriores a la emergencia del fascismo, pero también en el tipo de pensamiento totalitario que anidaba en las grandes utopías, por ejemplo en el libro de Étienne Cabet Viaje a Icaria (1840) que Ploetz y sus compañeros escogieron en su juventud como libro de cabecera y manual de instrucciones.
Arnhelm Neusüss definió la utopía como “la negación de la negación”, por parte de la realidad existente, de que algo mejor sea posible. Max Horkheimer, por su parte, le atribuyó una doble condición, la de ser “la crítica de lo que es” y “la descripción de lo que debe ser”. Timm no renuncia a la necesidad de “un orden social justo y ‘verdadero”, que es lo propio de la utopía según Horkheimer; pero tampoco desconoce que los sueños terminan convirtiéndose, inevitablemente, en pesadillas. Cuando murió en 1940, ya definitivamente alejado del socialismo pacifista de su juventud, pero no del proyecto utópico de una transformación radical de la sociedad, Alfred Ploetz podía disfrutar de ver cómo sus ideas acerca de la “optimización” del sujeto como herramienta de la mejora social habían devenido política de Estado. La derrota militar del nacionalsocialismo sólo produjo un ligero desplazamiento, y lo que antes era potestad del Estado (esa “optimización”), ahora es el ámbito de acción de las tecnologías de la comunicación y las grandes empresas. No sólo por esto, Icaria es un libro necesario, además de una de las mejores novelas alemanas de los últimos años.
Icaria. Uwe Timm. Traducción de Paula Aguiriano Aizpurua. Alianza de Novelas, 2018. 400 páginas. 18 euros
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