Borges y la Teoría de los Mundos Paralelos
En 'El jardín de los senderos que se bifurcan', Borges anticipa la incertidumbre del entorno combinando literatura con la forma más prestigiosa de conocimiento, es decir, la ciencia
El escritor Jorge Luis Borges ALICIA DAMICO
Jorge Luis Borges manejó la capacidad anticipatoria de la literatura con el magisterio propio de un hombre de ciencia. Por algo así, es el autor favorito de los científicos.
Uno de los ejemplos más destacables de su espíritu profético, en lo que a desarrollo científico se refiere, lo tenemos en el relato titulado El jardín de los senderos que se bifurcan, fechado en 1941 y donde Borges se anticipa con lucidez extrema a la idea de los universos paralelos que se multiplican.
Resulta curioso comprobar cómo, en el citado relato, el autor argentino nos muestra la manera en la que dos opciones, con un mismo origen, se pueden desarrollar a la vez alrededor de ese mismo origen y en un futuro próximo, de tal forma que dos realidades opuestas llegarían a existir de manera simultánea. Con su relato, lo que consigue Borges es mostrarnos que se puede estar y no estar al mismo tiempo, convirtiendo ambas opciones, la del estar y la del no estar, en probabilidad cósmica.
En El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges anticiparía la incertidumbre del entorno combinando la literatura con la forma más prestigiosa de conocimiento, es decir, con la ciencia. Lo consigue recorriendo un laberinto temporal, una composición imaginaria en la que se hace necesario enfrentarse a varias encrucijadas a la vez; alternativas que dejan de ser alternativas cuando se opta simultáneamente por todas a un mismo tiempo, creando así diversos tiempos que se multiplican y bifurcan pues, tal y como nos dice Borges, todos los desenlaces ocurren y cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones.
LA PROFECÍA CIBERNÉTICA
Aunque vivió en la penumbra de su ceguera, nunca dejaría de verse a sí mismo como un modesto Alonso Quijano que no se atreve a ser Quijote. Por decirlo a su manera, Borges fue un hombre cuerdo que inventó un desorden de mundos desde su lugar en el orden del universo.
Sobre todo lo demás, concibió el arte de la fabulación como extensión mágica del ser humano; y el laberinto como símbolo evidente de perplejidad infinita. Tal vez por ello, su obra es una extensión laberíntica de nuestro inconsciente donde no falta la inversión alquímica y donde tampoco faltan simetrías que nos muestran a Torquemada como el reverso de Cristo.
Actualmente, su dimensión literaria ha sobrepasado los límites de la literatura y su obra nos sirve de puente con la era cibernética. Antes de la llegada de Internet, su espíritu profético sintonizó con las nuevas tecnologías de nuestra era, anticipándonos una biblioteca infinita.
Con tal acción, en apariencia contradictoria, Borges se va a adelantar unos años a la denominada Interpretación de los Muchos Mundos, más conocida como la Teoría de los Mundos Paralelos, una hipótesis de la Física Cuántica desarrollada por el físico norteamericano Hugh Everett que la introdujo en 1957 y que, para entendernos, nos viene a decir que una misma partícula se puede encontrar en infinidad de lugares al mismo tiempo.
Porque cada vez que tiene lugar un suceso cuántico, el universo se va a dividir en dos universos paralelos y opuestos entre sí, de tal manera que mientras en uno ocurre el suceso, en el otro va a ocurrir lo contrario. Con estas cosas, los sucesos cuánticos suceden y no suceden a la vez, en función del grado de su probabilidad. Por eso resulta ejemplar el relato de El jardín de los senderos que se Bifurcan cuya lectura nos resulta tan inquietante como enigmática.
Hay un momento en el que el mismo relato profetiza su culminación cuando, en uno de los diálogos, se hace referencia a la obra de Ts'ui Pên, astrólogo chino y personaje borgiano que se había propuesto emprender la aventura de dos tareas descabelladas. Por un lado, la de construir un invisible laberinto de tiempo, estrictamente infinito y, por el otro, escribir una novela laberíntica y por consiguiente también infinita y que llevaría por título El jardín de los senderos que se bifurcan; un libro en el cual todos los desenlaces ocurren pues cada uno de ellos es el punto de partida de otras bifurcaciones.
“Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan”, asegura Yu Tsun bisnieto de Ts'ui Pên, espía y protagonista del relato borgiano. Llegados aquí, no es posible imaginar dos obras pues laberinto infinito y libro infinito constituyen un mismo objeto en el desenlace borgiano.
Y para terminar, unas palabras anecdóticas acerca de Hugh Everett, ateo convencido de la no existencia de Dios tanto como de la existencia de universos paralelos y que murió empeñado en demostrar que, una vez muerto, viviría para siempre en los laberintos de otra rama cuántica, lejos ya de su cuerpo inerte. Tal vez por ello, su última voluntad fue tan bizarra que sus cenizas terminaron en el cubo de la basura.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento
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