Una tarde en la biblioteca mauritana de Gemal
El intelectual y diplomático Ahmed Mahmoud cuenta con cerca de 10.000 libros y manuscritos en su casa de Nuakchot
Nuakchot
Una de las salas de la biblioteca de Gemal, en Nuakchot. Á. LUCAS
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Un viaje en el tiempo y el espacio dentro de una habitación. Millones de letras, grafías e imágenes de tinta sobre papel que trasladan a otras latitudes y épocas saharianas entre cómodas alfombras, elegante sillones, decenas de estanterías y una mesita baja con zumos, deliciosa leche de camella, cacahuetes con garrapiñada de jengibre y dátiles. Así recibe Ahmed Mahmoud Gemal a sus invitados en la biblioteca instalada en un salón de su casa de Nuakchot, la capital de Mauritania. Se cierra la puerta y te adentras en una atmósfera imponente y mágica. Como si los cerca de 10.000 libros, viejos manuscritos, mapas y objetos de artesanía que aguarda en apariencia desordenados infundieran una autoridad y un respeto a la Historia que igual que aturde por lo imposible de conocer cada detalle escondido, imanta para no querer salir de allí.
Entre los infinitos enseres dispuestos por los rincones se pueden tocar las puntas serradas de flechas para pescar encontradas entre las dunas del desierto, arena adentro, de cuando el océano inundaba el Sahara. Hay decenas de esculturas de dromedarios que recuerdan a los blancos brillantes como de ciencia ficción que se ven impetuosos en los horizontes del paisaje mauritano; o tobilleras anchas de metal con dos pesadas bolas en los extremos para complicar el movimiento de las niñas y que así estuvieran quietas y engordaran, que es como podían casarlas mejor… Monedas, sombreros, lámparas, cajitas, fotos, sellos... completan la colección de Gemal, que ha heredado este tesoro de sus antepasados. Cuenta que sus más preciados objetos son ejemplares del Corán, informes coloniales y manuscritos familiares de ventas, donaciones o derechos musulmanes caligrafiados por sus bisabuelos.
Sus más preciados objetos son ejemplares del Corán, informes coloniales y manuscritos familiares
Este inspector financiero y diplomático mauritano va ataviado con su derraa blanca y pasa la tarde sacando libros y objetos que ilustran las conversaciones de los asistentes. Aunque se sirve de una tablet en la que tiene apuntadas las referencias de los libros, apenas la consulta. Hay como una réplica de la biblioteca dentro de su mente y se mueve con parsimonia entre las estanterías. Va directo, casi sin dilación, al ejemplar que busca para mostrar, sobre todo, la historia de Mauritania, un país que duplica a España de tamaño pero con una población que apenas supera los cuatro millones de habitantes.
Ya antes de ser marcado con regla en la Conferencia de Berlín, la zona se dividía entre los moros blancos que procedían de Arabia y lucían el estatus más elevado; los moros bereberes, más morenos de piel; y los negros, antiguos esclavos africanos que todavía, desde el más bajo peldaño de la sociedad, luchan en movimientos sociales por hacerse iguales en derechos en el último país en abolir la esclavitud, en 1981.
Los libros ilustran que hay mayor riqueza cultural en el interior, en el desierto, donde ancestralmente han vivido los mauritanos
En ese trajín que se trae Gemal, la biblioteca da por fin respuesta a la dificultad de encontrar señales de identidad cultural mauritana en la capital, que está en la costa, o en Nuadibú, una ciudad centenaria colindante con el Sahara occidental que comenzó siendo puerto y ahora crece a la sombra de la pesca exacerbada de su costa atlántica. Los libros ilustran que hay mayor riqueza cultural en el interior, en el desierto, donde ancestralmente han vivido, de donde es y pertenece tradicionalmente la población mauritana. Donde las jaimas se montan y desmontan sin dejar rastro de presencia humana. En el interior es donde están las ciudades como Ouadane, por donde se paseaban los sabios astrónomos; como Chinguetti, patrimonio de la humanidad, y otras localidades como Oualata con dibujos blancos y azules en los marcos de las puertas, o maravillosas ventanas de ladrillos colocados en oblicuo. ¿Quién dijo que les haría más felices vivir en pisos en la costa?
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