Claudia Piñeiro y la remera
Reproducimos íntegro el discurso del comisario de BCNegra con motivo de la entrega del Premio Pepe Carvalho a la escritora argentina
Barcelona
Carlos Zanón y Claudia Piñeiro ayer por la tarde en Barcelona. QUIQUE GARCÍA EFE
Permítanme que les hable de una remera.
Una remera es una camiseta.
Nuestro Premio Carvalho, Claudia Piñeiro, nos explica algo de una remera en una de sus novelas, Las viudas de los jueves. Una de los personajes, una de las mujeres acaudaladas, que viven en esa Urbanización de Lujo de Altos de La Cañadas, Mariana, tiene una remera de spandex y piedritas brillantes. Antonia es su asistenta, la persona que trabaja para ella haciendo las tareas del hogar. En una de esas mañanas en las que Antonia vuelve después de haber llevado a la hija de los señores al colegio, y mientras Mariana sigue en la cama, ella recoge del suelo la ropa que llevó su señora la noche anterior. Y recoge la remera y esa remera tiene un pequeño agujero. La remera. “Señora ¿usted vio esto?” Cien dólares chamuscados por el cigarrillo de algún pelotudo. ¿”Quiere que trate de zurcirla?” pregunta Antonia a Mariana. “¿Alguna vez me viste usar algo zurcido?”. Esa respuesta pone contenta a Antonia. Porque cuando su señora dejaba de usar una prenda se la regalaba y, de repente, pensó que esa remera sería el regalo que haría a su hija por su cumpleaños. Un regalo de cien dólares menos un zurcido. La remera fue lavada y doblada. Fue puesta en el armario. Pasados unos días, Antonia fue a inspeccionar aquella prenda que, en breve, su señora le daría pero no la encontró en su sitio. Estaba fuera, doblada, junto a otra ropa en desuso o descolorida. Mariana pidió a Antonia que pusiera toda esa ropa en una bolsa. Al parecer a Nane Pérez Ayerra y otras distinguidos y comprometidas señoras de la Urbanización Altos de Las Cañadas habían decidido hacer un mercadillo, una feria americana para recaudar fondos para el comedor del colegio, un mercadillo exclusivamente para empleadas domésticas. Y la remera estaría disponible a buen precio. ¿Quién sabe? Igual regalada no, pero a buen precio esa remera aún podría ser de Antonia. Pero cuando la buscó en el mercadillo, no la encontró. Desistió y los siguientes días trató de olvidarse de la remera. Al fin y al cabo, una remera no le cambia la vida a nadie ¿no?
Y en esto llegó Halloween y los niños picaron a la puerta de los señores y Antonia abrió con la mano llena de caramelos. Allí tenía a cuatro niños y una de ellas, hija de Nane Pérez Ayerra, iba disfrazada de bruja, uñas plateadas, colmillos, hilo de pintura roja corriendo desde su boca y puesta la remera de las piedritas brillantes. Antonia contó que le faltaban cinco piedritas. Ya era una remera con un agujero y a la que faltaban cinco piedritas. Antonia pensó que en la próxima feria americana seguro que la volvían a poner a la venta y que valdría mucho menos, seguro que ésta vez podría comprarla.
La remera. Antonia. ¿Todo este desvío para la trama policial que vertebra novela La viuda de los jueves es necesario? No. ¿Hace avanzar, atrapa, gestiona los parámetros y códigos de una novela negra? No. Pero al menos ¿hay violencia? Sí, eso sí, mucha, toda.
Por cosas así amamos a Claudia Piñeiro porque pudiendo redactar libros escribe libros. Pudiendo limitarse a darnos un botiquín de primeros auxilios y un teléfono de emergencia, nos explica la historia de una remera, la mirada de Antonia, la crueldad inocente de una niña, la historia política de un sistema y un país. Eso y mucho más.
Claudia Piñeiro nunca nos da saldos. Su exigencia es máxima. Mira y ve. Entiende a la gente incluso a aquella a la que no comprende
Ella, la escritora, la literata, coge el balón en el aire, lo para, lo pisa y te dice: Esperá, voy a explicarte algo sobre una remera. Y te rompe la cabeza. Porque te dice, te acusa, te motiva, te implica, te define, te justifica, te condena y te avisa. Porque te explica, en unas pocas páginas qué es la desigualdad, qué es el resentimiento, qué es el cuarto de las escobas y qué el cuarto de recibir visitas. No hay moraleja ni moralina. Te pone un espejo en el camino mientras la novela sigue caminando. Y ahora ya no estamos tan seguros ¿Es innecesario para la trama? Quizás. ¿Es necesario para que el libro sea literario, importante, que descubre lo oculto? Por supuesto.
Claudia Piñeiro, una de los nuestros ya antes pero ahora un poco más, porque llevará asociada su nombre a uno de los ciudadanos barceloneses de ficción más famosos. Y creemos que hacen buen tándem. Al igual que al creador de Pepe Carvalho, MVM, Claudia Piñeiro no sólo es una de las mejores escritoras de su país en activo y del habla hispana sino un referente ético y cultural, que emana desde la mayor modestia, aquella que no es falsa ni sirve de barniz al ego, desde la autoridad moral de alguien que tiene unas convicciones firmes. Y las defiende y trata de convencer. De alguien que escucha y no se detiene. Su lucha por los derechos de las mujeres, de los ciudadanos, de la libertad y la democracia, hacen que en su país y fuera de él, le preguntemos de todo y por todo. Como se hacía con MVM. Necesitamos la sensatez, el sentido común, la pausa y la acción, la brújula más que el mapa. Necesitamos que Claudia nos explique, se explique. Nos escuche y la escuchemos. Necesitamos que se escriba y necesitamos leerla.
Leer a Claudia Piñeiro es oírla respirar. Esperarla en un café o en casa y que, al llegar, te explique qué le ha pasado, qué ha estado a punto de pasarle
Leer a Claudia Piñeiro es oírla respirar. Esperarla en un café o en casa y que, al llegar, te explique qué le ha pasado, qué ha estado a punto de pasarle. Escribe con una falsa naturalidad que esconde una facilidad pasmosa para explicar, esconder el conejo en la chistera, administrar los tempos, compensar los ingredientes del guiso y hacer sencillo lo difícil. Piñeiro gusta y llega a diferentes públicos, fuera de su país, en ese español de Buenos Aires. No impone ni quiere deslumbrar, su estilo es transparente pero hay tanta magia, tanta que no necesita abalorios ni remeras de cien dólares. Dosifica la información, relee a Patricia Higsmith y Ruth Rendell, tanto como a Manuel Puig, traza con línea clara argumentos y personajes, un coro trágico y cómico a la vez, la vida y la muerte física, económica y social escritas, tienen mucho de escenografia y símbolo, y nos escribe novelas, cuentos, obras de teatro manejando el suspense con San Alfred Hitchcock que estás en los cines, ya deudor de él desde su primera novela – El secreto de las rubias remite a El enemigo de las rubias-, inédita, erótica, finalista de La sonrisa vertical, que no le dio el trofeo, pero le hizo tomar la decisión -como todo en ella, siempre escribiendo sola y en los talleres de Guillermo Sacomanno y Enrique Medina- de dejar su trabajo de contable, contadora y pasar a escribir. La leyenda cuenta que lo decidió cuando iba a hacer una auditoria de tornillos de una empresa de compresores de aire. No se puede ser más poética, Claudia, no nos digas que es ficción porque no importa.
Claudia Piñeiro, escritora, Premio Carvalho, convierte el fin de todo que es la muerte en un principio de novela
Piñeiro es importante porque su calidad literaria es indiscutible llegando a diferentes estratos de público sin bajar o variar el nivel. Nadie se siente mal o fuera en un libro de Piñeiro. Claudia Piñeiro es generosa y entusiasta. No te pedirás que vayas a su fiesta pero si vas sentirás que estás invitado. Tuya. Las viudas de los jueves. Betibú. Elena sabe. Pero también todas aquellas novelas en las que se aleja del género porque el género nunca puede ser una cárcel sino un tinte con el que teñir lo que explicas. Claudia Piñeiro nunca nos da saldos. Su exigencia es máxima. Mira y ve. Entiende a la gente incluso a aquella a la que no comprende. Tiene una mirada eficaz y persuasiva, una cadencia de montaje cinematográfico enfrentado a los personajes a retos y abismos que los transforman y delatan ante la comunidad justiciera unas veces, injusta otras. El crimen como la plaza donde convergen las fuerzas sociales, personales y políticas todas violentas sino pueden expresarse y encauzadas. Uno, al leer a nuestro actual Premio Carvalho, sale cada día de casa, toma el bus, el metro o va andando; hace la misma ruta o una distinta, no importa. Más pronto o más tarde, al salir de un callejón o a la vuelta de la esquina, en el fondo de una pileta o bajo un árbol, Claudia Piñeiro se encuentra con la muerte como si la convocara. Y entonces ha de explicarla, ha de consolarse, del modo en que la consolaban de niña cuando le decían: “nena, tú no te vas a morir”. Lo cual, en su caso ya es cierto. Entre otras cosas porque Claudia Piñeiro, escritora, Premio Carvalho, convierte el fin de todo que es la muerte en un principio de novela.
Gracias, Claudia por dejar de contar clavos y pasar a contar historias.
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