Todas las Emilias de Pardo Bazán
La historiadora Isabel Burdiel reconstruye la contradictoria personalidad de la gran autora del XIX en su vuelta a la biografía después de su celebrada 'Isabel II'
Valencia
Desde la izquierda, retrato de Emilia Pardo Bazán pintado por Sorolla en 1913, caricatura de Luis Bagaría y dos dibujos anónimos. HISPANIC SOCIETY OF AMERICA / MUSEO DEL PUEBLO DE ASTURIAS
Lo escribió casi todo: cuentos, libros de viajes, novelas, teatro, ensayo, crítica literaria, artículo periodístico. Y se atrevió con todo: montó tertulias, financió revistas, fue catedrática, se echó al monte carlista en la juventud y se hizo feminista radical en su madurez, se separó cuando ninguna aristócrata se atrevía y se acostó con quien quiso. Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851- Madrid, 1921) dijo lo que le dio la gana y pagó por ello. Tuvo amigos valiosos (Giner de los Ríos, Unamuno, Altamira) y enemigos igual de todopoderosos como Valera, Pereda y Clarín. Fue reaccionaria y moderna y, por eso mismo, fácil de fustigar y difícil de aprehender. Tan caleidoscópica que a veces ha cegado a Isabel Burdiel (Badajoz, 1958) en estos siete años que ha dedicado a rastrear la vida y la obra de la autora gallega. “En el momento en el que creía que la tenía colocada, se me descolocaba”, asiente la historiadora en su casa de Valencia, días antes de la publicación de su biografía sobre Emilia Pardo Bazán, editada por Taurus y la Fundación Juan March en su colección Españoles Eminentes.
“Tan ambivalente fue su personalidad pública que pudo aparecer a un tiempo como subversiva, conservadora y amante del orden, disconforme y guardiana de la ortodoxia, iconoclasta e icono momificado del régimen de la Restauración que tanto criticó”, escribe en la introducción.
Pardo Bazán se ganó su lugar en la literatura en varias ocasiones. Al principio, por introducir esa derivada del realismo que se llamó naturalismo, al que dedicó un controvertido libro, La cuestión palpitante, y al que se ajusta su novela La Tribuna, construida a partir de sus visitas a las cigarreras de la fábrica de tabacos de A Coruña. Un anticipo de las hechuras del nuevo periodismo. “Mi gran sorpresa ha sido descubrir a una escritora extraordinaria con capacidad para crear mundos que reverberan en la memoria. Yo creo que no tiene el reconocimiento que se merece por la aportación enorme que hizo a la novela”, sostiene Burdiel.
Su gran reconocimiento le llegaría con Los pazos de Ulloa (1886), la última crítica elogiosa de Clarín, convertido desde entonces en su “enemigo especial”. “La medida de su importancia la da la importancia de sus enemigos, pero si nos dedicamos a ver la misoginia brutal, que existió, nos quedamos solo con la mitad de la película, porque Pardo Bazán tuvo también muchísimos apoyos masculinos. No podemos exculpar a los misóginos diciendo que era la época”, advierte. El sexismo también se cebó sobre Isabel II, su anterior biografía —Premio Nacional de Historia en 2011—, aunque los personajes no compartan muchas más cosas que el género. “De manera distinta, eran dos mujeres poderosas y fueron objeto de befa en un contexto en el que la literatura era pensada en masculino y la monarquía, como institución, también”, compara.
Emilia Pardo Bazán fue hija única de un matrimonio de hidalgos gallegos, que jalearon su carrera literaria. Su padre, José Pardo, era un liberal que avivó la curiosidad y el afán de saber de su hija hasta el extremo de solicitar al Vaticano licencia para que accediese a lecturas prohibidas.
En 1868 se casó con José Quiroga y, de paso, con un carlismo furibundo que la llevó a escribir: “Fui, siguiendo un proceso lógico, hasta la conspiración; y a permitírmelo mi sexo, fuera hasta el campo de batalla”. Más adelante se alejaría de los tradicionalistas hasta acabar vilipendiada por ellos, aunque nunca heredó la tendencia liberal de su familia (y mucho menos sus hijos, que apoyaron el golpe fallido de Sanjurjo). No creía en el parlamentarismo ni en la democracia. “Su gran apuesta política es el feminismo. Defiende que es una opción política tan legítima como ser conservador, carlista o progresista”, sostiene Burdiel. Una feminista radical que alentó cuentos sobre la violencia de género y que usaba el término feminicidio. Una feminista que controló su carrera, se separó y se convirtió en dueña de su vida, como antes hicieron la filósofa Mary Wollstonecraft o la escritora Georges Sand. “Me he propuesto vivir exclusivamente del trabajo literario, sin recibir nada de mis padres”, contó en una carta.
El alma hasta las raíces
Una escritora con un mundo íntimo tan convulso como el público. Burdiel va de uno a otro a lo largo de 744 páginas. “Se siente escritora y está buscando a alguien con quien compartir pasiones y también intereses literarios”, señala la historiadora. Otra anomalía en una época en que las mujeres no tenían pasiones (en Insolación reivindica la sensualidad femenina).
Pardo Bazán intentó que Pérez Galdós fuese su Stuart Mill. Ella, que había traducido La esclavitud femenina (1891), título fundacional para el feminismo, admiraba la relación del filósofo con Harriet Taylor. “Galdós es el único que estuvo a su altura. Construyeron una relación muy bonita durante el tiempo que estuvieron juntos y luego se respetaron en la distancia siempre”.
Una relación entre iguales. Tan es así que la escritora le confesó su aventura con José Lázaro Galdiano, tan es así que hablaba del deseo de tú a tú: “¿Qué, no has sido feliz las últimas tardes? ¿No me dabas el alma hasta las últimas raíces?”. Compartían ardor, libros y lamentos por las manipulaciones de la Real Academia Española, que rechazó al autor de los Episodios Nacionales en una primera votación y orquestó una campaña para frustrar el acceso de Pardo Bazán. No se arredró ante eso ni ante nada: “Que murmure de mí el universo entero, pero que yo me sienta bien”.
EL CLUB DE LOS QUERIDOS ENEMIGOS
Juan Valera: “Quien ha inventado la tramoya y promovido la zalagarda para que el sexo femenino se inmortalice es la Pardo Bazán, muy bullebulle, aunque parece una sandía con patas”.
José María Pereda: “Por el ansia de llamar la atención es capaz de bailar en cueros vivos en la Puerta del Sol. Y si no, al tiempo”.
Manuel Murguía: “¡Una madre que no logra enternecernos cuando habla de su hijo!... Es lo que faltaba por ver”.
Marcelino Menéndez Pelayo: “La tal señora escribe bien, y si tuviese independencia y originalidad de pensamiento como tiene de estilo, sería una gran cosa (...) Tiene el gusto más depravado de la Tierra, se va a ciegas detrás de todo lo que reluce, no discierne lo bueno de lo malo...”.
Clarín: “¡Ser académica! ¿Para qué? Es como si se empeñara en ser guardia civila [sic] o de la policía secreta”.
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