Un brillante aturdimiento
‘Crudo‘’ no es sólo una novela, es un toque de atención, un espejo-antídoto contra el peligroso aturdimiento de la sociedad
Valla electrificada del campo de concentración de Auschwitz. MONDADORI / GETTY IMAGES
Dice Chris Kraus, autora de Amo a Dick,escritora cuya forma de vida es en sí misma una exploración literario-artística de lo que significa estar viva en un mundo que ha sido muchas cosas antes y será muchas más después, que para entender el presente no hay que escribir sobre él sino desde él. Y eso es precisamente lo que hace Olivia Laingen su primera novela. Laing toma un puñado de días de distintos meses de 2017 — pequeños flashes de mayo a septiembre—, y viaja entre ellos —ahora está justo aquí, y luego un poco más allá, y después, otra vez aquí: el tiempo es un titular tras otro, a veces un tarrito de miel, Roma, Instagram, ensayos que comparan los excesos sexuales de las novelas del Marqués de Sade con la vida en una oficina—, diluyéndose en un continuum interruptus que actualiza el flujo de conciencia con el que James Joyce edificó, delicioso delirio mediante, el Ulises, y Virginia Woolf, con autoexploración existencial, Las olas.
En su fascinante y brillante osadía, Crudo propone un ansioso flujo de conciencia para el siglo XXI —sí, se siente ansiedad al leer a Laing, pero no es el libro quien la genera, es el efecto espejo: es nuestra vida hoy—, y es uno en el que, decíamos, el tiempo no existe, en el que todo son llamadas de atención, es el mundo queriendo que estemos pendiente de él sin descanso, que olvidemos quiénes somos, que nos dejemos llevar por el placer de, precisamente, olvidar quiénes somos. ¿Ocurre algo en Crudo? Ocurre todo. Kathy, mezcla de mujeres, o mujer caleidoscópica capaz de contener una pequeña colección de todas las mujeres que la propia Laing, o la propia Kathy Acker —cuyo fantasma está por todas partes—, podrían ser o haber sido, está primero a punto de casarse, y luego ya está casada, y en algún momento pasa por Roma, y por la casa de campo de una amiga, pasea por Nueva York, está en algún tipo de jardín con su ya para entonces marido, Ian, mero atrezo en un mundo en el que se vive estando en todas partes y en todas a la vez.
La ubicuidad del presente esconde la revelación de la novela y la verdadera intención del momento: el aturdimiento. Adicta a los “chutes de indignación de las diez de la mañana, de las tres de la tarde y de las siete de la noche”, la humanidad es más maleable que nunca. Nadie está viviendo su vida, sólo la está viendo pasar, en mitad de un aluvión de información innecesaria e imparable que busca su lugar (y es siempre uno privilegiado) y lo ocupa, restándole, cada día, tiempo a tu tiempo. En ese sentido, Crudo no es sólo una novela, es un toque de atención, un espejo-antídoto contra el peligroso aturdimiento, que ya ha sido usado antes y con horripilantes resultados —“fue lo que hicieron los nazis, hacer creer a la gente que todo se movía demasiado deprisa (…) y que, por más desagradable y finalmente aterrador y espantoso que resultara todo, era imposible hacer nada al respecto”—. Si Crudono es el libro del año, debería estar entre ellos. Nada, por el momento, se ha acercado tanto y tan bien al monstruoso presente.
Crudo. Olivia Laing. Traducción de Albert Fuentes. Alpha Decay, 2019. 128 páginas. 17,50 euros.
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