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¿Qué queda de lo vivido? ¿Significa algo más allá de la propia experiencia, más allá de la acción original? Atesoramos fotografías, notas manuscritas, entradas de conciertos, con la idea de que en el futuro nos faciliten la evocación y la memoria como si pretendiéramos aniquilar el paso del tiempo, evitar la palabra pasado, asimilarnos a la figura de los grandes árboles que se quedan y permanecen y se mantienen en lo que parece lo eterno. Acumulamos elementos físicos y tangibles que nos proporcionen, cuando así lo deseemos y acudamos a ellos, una emoción derivada, diríamos que de segunda mano, generada en su día por el ser que fuimos y ya no somos. Recuperando la novedad de entonces, la comunión de entonces con el momento de entonces. Pero nada se vive del mismo modo.
Las primeras revistas, los primeros recitales. Las primeras antologías de poesía, las primeras plaquettes. Preparar un libro siempre es vivir. Y preparar un libro de libros ya publicados implica vivir el instante de la unión de todos ellos y, al tiempo, pasear por los momentos iniciales de la escritura, la composición, contemplando bajo la tiranía del microscopio la estructura, el giro del sentido, la intención del poema, que se comprende porque se recuerda, pero que quizá ya no se comparta con idéntica intensidad. Se repasa lo que se escribió, se vivisecciona, se analiza sin una pizca de piedad hacia nosotros mismos, sin el menor resto de compasión. Pensando que ahora lo haríamos mejor. La ambición, la ingenuidad, el entusiasmo, el deseo de publicar… Todo eso vuelve. Pero no como se vivió sino, como comentábamos, desde la curiosa perspectiva de la turista que, asomada a una terraza, cree verse a sí misma nadando contracorriente en el agua, consciente de que tiene los pies bien firmes sobre el suelo de su cuarto. A distancia. Sólida en su perspectiva actual y sabia en la experiencia de comprender que en realidad fue ella quien tuvo que forcejear en ese mar.
Con la constatación de que no se puede forzar la poesía porque la poesía reclama obediencia. Se presenta, exige su momento y toda la atención. Llega, se abre paso, se impone e insta a escuchar. Como una vocación religiosa que aparece o no aparece, y que, de hacerlo, deslumbra con la viveza de su fuego y, a través del mismo, abrasa. Ansiamos atrapar en toda su amplitud la grandeza de ese instante que ya se ha ido generando el siguiente porque persiste el movimiento, mudamos. De modo que, volviendo a la pregunta inicial, respondamos que lo que queda de lo vivido es lo que se ha escrito.
«El ser verdadero está oculto. La unidad y el bien, lo divino, no son visibles».
Con esta cita de María Zambrano se abre Las huidas, el volumen en el que Pilar Adón ha reunido sus poemas —casi treinta años, casi una decena de libros—, que llega hoy, 2 de octubre, a librerías y que ha servido como excusa para que te enviemos esta carta.
La tensión entre pensamiento y símbolo de la obra de Zambrano guía en cierto modo la poesía de Adón, en especial sus textos más recientes, que te invitamos a descubrir. Y además de leer a Adón, y además de leer a Zambrano, te recomendamos la espléndida entrevista que José Miguel Ullán le dedicó en su programa Tatuaje: se trataba de la primera que Zambrano concedía tras su regreso del exilio.
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