sábado, 25 de octubre de 2025

Las brujas: mujeres sabias, mujeres públicas, peligrosas, diabólicas By Ángeles Cruzado

https://www.academia.edu/23893598/Las_brujas_mujeres_sabias_mujeres_p%C3%BAblicas_peligrosas_diab%C3%B3licas?nav_from=b925cbbb-8727-4433-ae32-826f5c9076d2 Desde hace más de veinte siglos, las principales tradiciones mitológicas y religiosas han construido una imagen de la mujer como ser inferior al hombre, fuente de pecado y causante de todos los males. Podemos pensar en Pandora, cuya curiosidad supuso la perdición del género humano, o en Eva, la primera pecadora; por su culpa actualmente debemos trabajar y parir a los hijos con dolor. Ellas fueron las primeras, pero no las únicas, pues a lo largo de la Historia muchas mujeres han sido perseguidas y acusadas de provocar un grave daño al género humano… al menos, en opinión de sus verdugos. Una figura femenina que, todavía hoy, continúa asociándose con el terror y la maldad es la de la bruja, esa vieja fea y grotesca que viaja por los aires sobre una escoba, prepara peligrosas pócimas con extraños ingredientes en un caldero, y aterroriza a niños y niñas desde las páginas de los cuentos infantiles. El término "bruja", actualmente definido por la Real Academia Española de la Lengua como "mujer que, según la opinión vulgar, tiene pacto con el diablo y, por ello, poderes extraordinarios" o "mujer fea y vieja", no siempre ha tenido connotaciones tan negativas. De hecho, el indoeuropeo weik significaba "portadora de conocimiento" y el actual término inglés witch deriva de la raíz wicca, que designa a curanderas, hechiceras y parteras. Según Manuela Dunn Mascetti, las witch fueron los primeros médicos y "sólo con la aparición del patriarcado" dicho término "adquirió las connotaciones negativas que aún posee en la actualidad" (Dunn Mascetti, 1998: 63, nota a pie). En la Antigüedad clásica, se relacionaba a las brujas con el culto a Hécate, diosa de las plantas venenosas, que podían ser empleadas tanto para curar como para matar. Se trataba de una divinidad triple, que era representaba con tres cabezas (de serpiente, de caballo y de perro) o con tres cuerpos. En esa misma época, se creía en la existencia de mujeres que podían transformarse a sí mismas o a otras personas en animales, volar durante la noche y volverse incorpóreas para penetrar en los lugares más recónditos; además de fabricar hechizos o filtros amorosos, provocar enfermedades y catástrofes naturales. También se les atribuía la elaboración de venenos, así como de sustancias embellecedoras, y se acudía a ellas para que mediaran en asuntos amorosos. Dichas mujeres se reunían de noche para celebrar la "cena de Hécate", en la que compartían sus conocimientos de brujería y sus poderes mágicos, con la protección de la diosa. Diversos autores clásicos tratan el tema de la hechicería y la magia como algo natural y cotidiano. Teócrito nos narra cómo Simeta se vale de sus poderes para conseguir el amor de Delfis. Petronio, en El Satiricón, relata los conjuros de la bruja Enotea, así como el modo en que ésta lee el futuro. Apuleyo, en El asno de oro, introduce el personaje de Pánfila, que se convierte en lechuza con la ayuda de ungüentos mágicos que ella misma prepara. Esta bruja, demás de transformar a unos animales en otros, es capaz de convertir en tinieblas la luz del día. En Las metamorfosis de Ovidio aparece la bruja Medea, quien, además de realizar otros actos maravillosos, logra detener el envejecimiento. A otra famosa hechicera la encontramos en las páginas de La Odisea, de Homero. Circe habitaba en la isla de Ea, donde preparaba pociones mágicas a base de hierbas, cuyas propiedades probaba con los náufragos que llegaban a su costa. De hecho, en Grecia y Roma, este tipo de prácticas mágicas no estaban prohibidas ni condenadas, siempre que se utilizasen con un fin benéfico y diesen respuesta a una necesidad del pueblo. Sólo eran perseguidas si causaban algún daño, como sucedió en Roma en el año 331 a. C., cuando 170 hechiceras fueron condenadas por haber envenenado con sus pócimas a cientos de personas. Hasta el siglo III d. C., la muerte en la hoguera era la pena que correspondía a quien utilizase la magia o el encantamiento para terminar con la vida de sus víctimas. En el siglo IV, al imponerse el cristianismo, la hechicería comenzó a ser vista como una manifestación pagana y, más tarde, se la relacionó con el culto al diablo. La Iglesia empleó todos los medios de que disponía para erradicarla: sucesivamente, destruyó los templos paganos (S. IV); prohibió la adivinación y el empleo de amuletos (S. IV); castigó la práctica de la magia y la creencia en supersticiones (S. VI); y excomulgó a los astrólogos (S. VII). Las antiguas creencias paganas fueron objeto de reinterpretación y, de este modo, "la nueva religión, por vía de sus autoridades, procedió de modo parecido a como antes había procedido el Paganismo con las creencias cristianas: las alteró algo, para convertirlas mejor en pura representación del mal" (Caro Baroja, 2003: 73). ...

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