Ni del Victimato ni del Santo Reproche
‘En silla de pista’ es lo más parecido a unas memorias propiamente dichas que Miguel Ángel Aguilar va a escribir nunca
Adolfo Suárez y Miguel Ángel Aguilar, en 1995. J. M. PASTOR EFE
La maniobra escurridiza, la anécdota críptica, la frase suspendida en el aire y la cabriola próxima al absurdo son instrumentos que a menudo usa Miguel Ángel Aguilar para intrigar al oyente radiofónico y despertar la sospecha, el recelo o la pura imaginación. Por escrito es otra cosa, más socarrona, más intencionada, plagada de minas a veces, aunque apenas recurra a la propensión surrealista y la alusión castiza o el léxico taurófilo. Lo hace poco en este libro invenciblemente suyo y el más abiertamente autobiográfico. En silla de pista es lo más parecido que el autor va a escribir nunca a unas memorias propiamente dichas, a pesar de que haya dispersado episodios, historias y confidencias en otros títulos, algunos remotos, como El vértigo de la prensa, y otros de hace solo cuatro años, España contra pronóstico. En todos late la lealtad al pasado veraz, y alguna sosegada cólera contra algunos políticos y contra algunos medios.
La peripecia de un joven físico adicto al periodismo desde los años sesenta conduce hasta las emisiones televisivas de Tele 5 en los noventa, súbitamente suspendidas a petición de un mandamás del PP, Miguel Ángel Rodríguez. Por en medio han pasado dos intensas y breves temporadas en el periódico Madrid —hoy es muy activa la Fundación Diario Madrid—, y después a la cabeza de Diario 16, de donde es también lanzado por incordiar y malmeter, o por contar lo que sabe sin miedo a las consecuencias. Se le ocurrió llevar a la portada una intentona golpista abortada, un año antes del 23-F, y le costó el puesto. También la incomodidad en este periódico le hizo abandonar EL PAÍS en 1984, cuando había ingresado apenas cuatro años antes. Volvería en 1994 bajo la dirección de Jesús Ceberio para escribir columnas durante más de 20 años, hasta su cese en 2015 y la creación inmediata de una nueva aventura, el semanario Ahora, quizá rotulado así en honor de Manuel Chaves Nogales, director de un periódico con ese nombre en tiempos de la Segunda República.
Este recorrido es tan externo que no dice nada porque lo que vale es el desmenuzamiento del clima, la relevancia de la anécdota, la fijación de algunos centros de influencia periodística, como el club Blanco White, o la tertulia de la Taberna del Alabardero, con Luis Carandell y Manuel Gutiérrez Aragón, entre otros. Aunque nunca esté todo puesto en los libros, porque si no los libros se despanzurrarían caídos de las estanterías, Aguilar ha puesto en este mucho de lo que ha vivido desde la proximidad y la fricción profesional con el poder. Desde el Adolfo Suárez al que ni él ni nadie creyó en sus propósitos democráticos en 1976 hasta el Suárez ya en plena “travesía de la ingratitud” a mediados de los ochenta, el libro siembra cultura democrática para desconfiar de la virginidad de las empresas de medios —hoy, según él, “en manos de sus acreedores”— y, a la vez, para no renunciar a ellas como el mejor instrumento de perfeccionamiento democrático. Su música de fondo no es un himno al optimismo, pero nada lo acerca tampoco a la desquiciada neurosis del apocalíptico. Como dice en su mejor modo irónico, ni se suma al Victimato ni a la Cofradía del Santo Reproche.
En silla de pista. Miguel Ángel Aguilar. Planeta, 2018. 416 páginas. 20,50 euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario