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“Con esto cesó la plática, y don Quijote se fue a reposar la siesta, y la duquesa pidió a Sancho que, si no tenía mucha gana de dormir, viniese a pasar la tarde con ella y con sus doncellas en una muy fresca sala. Sancho respondió que, aunque era verdad que tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas las siestas del verano, que, por servir a su bondad, él procuraría con todas sus fuerzas no dormir aquel día ninguna, y vendría obediente a su mandado, y fuese”. –Miguel de Cervantes.
Aunque parece que en estos tiempos la obscena inventiva de la regresía ha dado en dotar de un nuevo sentido a la voz “sanchista”, en la materia tocante al asunto siestas expuesto en el párrafo anterior nos declaramos abiertamente sanchistas, o al menos medio sanchistas, que el correr acelerado de la vida del siglo XXI ya hace que dos horas, o dos y media si me apuras, se declaren como alto despropósito y atentado a la excesiva fama de la vigilia productiva.
Que de esas vamos a poner tres horas de sesteo quieras dedicar un cuarto de la primera de ellas a tener un libro entre las manos, a pasar morosamente páginas mirando a ver dónde acaba el capítulo, por voluntad de sopesar la posibilidad de llegar a esa meta volante y redondear, y así, dado el caso, cerrar el dicho volumen sin remordimiento ni marcapáginas alguno… pues eso que ganas, porque es sabido que quien bien lee y bien duerme no ofende a los preceptos de la literatura ni a los sabios que la fizieron.
Bueno, basta ya. Leímos el otro día la manera en la que Manuel Arroyo-Stephens había editado El Quijote para la Biblioteca Clásica –la obsesión por la legibilidad, que el libro como objeto acompañe y no estorbe a ese flujo de maravillas– y nos hemos traído a casa la magnífica edición de la Biblioteca Castro, con texto a cargo de Domingo Ynduráin, y estamos embebidos de ese ritmo y de la potencialidad de esta novela como (también) lectura veraniega.
Seguramente hay muchas formas de leer El Quijote y una de ellas pudiera ser leerlo como si el autor fuera Kiko Veneno trasplantado al siglo XVII. Nos lo imaginamos perfectamente.
El caso es que ese esfuerzo ímprobo que hace Sancho por quedarse platicando con la duquesa y sus doncellas bien merece la pena. Con esa idea nos vamos a quedar aquí todo el verano que ahora empieza (el día está un poco de verano gallego, pero bueno): una muy fresca sala en medio de la parrilla granítica de la ciudad para que –ya subiendo al 7,95 el volumen de la dúctil metáfora libresca– vengas a conversar con los libros que aquí conservamos y exponemos.
Puedes compatibilizar tan loable propósito con echar una cabezada larga, eso sí. En verano abrimos de 10 a 14h y de 18 a 21h, de lunes a viernes. Los sábados, cerramos por la tarde.
Lo que pasa en Corsarias
Decíamos lo de conversar con los libros porque hacerlo con los autores en ese programa que llamamos Encuentros Corsarios está a punto de quedar aplazado hasta el verano. Te queda una última oportunidad, y no una cualquiera: mañana, sábado 29, a las doce de la mañana, viene Rodrigo Cortés al fresco de la sombreada Plaza de San Boal a firmar ejemplares de Cuentos telúricos, su nuevo libro, una colección de cuentos de feroz inventiva.
Han sido casi un centenar (97) de actividades en los seis primeros meses del año, que se dice pronto. El calendario del último trimestre está ya apretadísimo y durante el verano iremos desvelando algunos nombres en nuestras redes, te mantenemos al tanto.
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