https://www.anagrama-ed.es/libro/argumentos/premio-anagrama-de-ensayo/9788433927378/A_614
Fue de esa comparación de donde surge la imagen del gran loro multicolor que cubre con su ala amarilla la portada y se muestra enteramente en la contraportada, una metáfora visual que sugiere que corremos el riesgo de olvidar el lenguaje humano, nuestra maravillosa capacidad para contarnos, para establecer una identidad narrativa que contemple e integre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, y busque un sentido a nuestra vida, dotándonos de una subjetividad siempre dinámica y en transformación. Corremos el riesgo, teme nuestra autora –que todavía se baña en el Mediterráneo en octubre mientras se pregunta: «¿Por qué no me quedo tranquilita en este paraíso amenazado sin meterme en estos berenjenales?»–, de que olvidemos cómo construir una identidad creativa y nos conformemos con imitar lo que nos dicen que somos o hemos de ser, que nos volvamos mera copia, que permanezcamos en la identidad adhesiva infantil, pegados a los eslóganes sociales, sin podernos desprender de ella, acríticos e irreflexivos, meros loros estocásticos, consumidores insaciables y fácilmente manipulables por cualquier populismo simplista.
Y se puso a pensar sobre esto, a contrastar su opinión con la de otros y a dialogar con ellos, y el camino la condujo hacia otra pregunta: ¿existe una naturaleza humana inmutable? Su respuesta, coherente con esas lecturas, fue que no. Pero sí que existen condiciones que nos hacen ser los humanos que hasta ahora hemos sido, aquellos que se hacen preguntas (o acaso, ¿los que se hacían preguntas?). Y esas condiciones están cambiando con la nueva socialización en un medio preferentemente digital, donde el lenguaje pierde su marca afectiva, donde los otros se usan como juguetes, ludificando las relaciones humanas, donde la necesidad de reconocimiento se satisface a distancia en el engañoso medio virtual.
Amigos y enemigos, polarización, disociación, empatía con los míos, con quienes me identifico en una gozosa fusión de identidad –parecida a la que se fomenta en las sectas–, y odio hacia los considerados enemigos, de los que me alejo, a los que desprecio sin contemplaciones, reduciendo así el mundo a una peligrosa pantalla en blanco y negro.
Tardó un tiempo nuestra autora en satisfacer su curiosidad, ya que los temas se sumaban, como podrán ver si se adentran en la lectura del libro al que, finalmente, puso punto y final y lo entregó a los lectores, deseosa de que el diálogo que había establecido con otros continuara vivo.
Cuando su trabajo recibió el Premio Anagrama de Ensayo 2024, le pareció un sueño figurar en la lista de autores que la habían formado desde su adolescencia, aquellos que había considerado maestros y que había leído con fruición; de ahí, quizás, el carácter de cuento, de relato, que impregna estas palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario