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Al siguiente momento me estrechaba la mano sin reconocerme, diciendo:
–Feliz Año Nuevo, amigo.
Y no estaba borracho de alcohol, solo borracho de lo que le gustaba: montones de gente. Todos le conocían.
«Feliz Año Nuevo» decía, y a veces: «Feliz Navidad». Hacía eso siempre. En Navidad diría: «Feliz Día de Halloween».
Algunos antropólogos, como Rogan Taylor, ven una conexión entre la imagen del chamán y la versión contemporánea de Santa Claus, [...] como un hombre gordo vestido de rojo con detalles blancos, como la cabeza de la amanita, que viaja en un trineo tirado por renos y entra por la chimenea de las tiendas. Según Jerry y Julie Brown, los paralelos entre Santa Claus y los chamanes siberianos, que aún emplean vestimentas rituales rojas con detalles blancos, son muchos: los chamanes cuelgan hongos de las ramas de los pinos (como las decoraciones navideñas) para secarlos, recogen sus hongos en sacos y luego los reparten como regalos entre los miembros del clan que visitan.
Therese percibió su perfume por primera vez y, en lugar de contestar, se limitó a negar con la cabeza. Bajó la vista hacia la hoja en la que añadía concienzudamente las cifras necesarias y deseó con todas sus fuerzas que la mujer continuara hablando y le dijera: «¿Te alegras de haberme conocido? ¿Por qué no volvemos a vernos? ¿Por qué no comemos juntas hoy?». Su voz era tan indiferente que podría haberlo dicho sin el menor problema. Pero no hubo nada después del «¿verdad?». Nada que aliviara la vergüenza de haber sido reconocida como una vendedora novata, contratada para las aglomeraciones de Navidad, inexperta y susceptible de cometer errores.
[En la cena de Navidad de empresa:]
Todo empieza o todo acaba con Raúl saliendo de una lujosa sala repleta de luces de Navidad. En una mano lleva una minihamburguesa; en la otra, restos de un papel de regalo. «¿Tú te crees?», le dice a Pila. «¿Tú te crees? No sé ni para qué he venido. De verdad que no lo sé.» Raúl, camarero de desayunos y sindicalista a punto de jubilarse, atraviesa la amplia sala, ornamentada con un árbol de Navidad enorme rodeado de regalos huecos, regalos que forman parte del decorado. «Esto es un circo, y mañana otra vez con el látigo», con eso se despide del resto.
Los días sucesivos me desperté con esa misma sensación indefinida de cotidianidad, como si fuera la mañana siguiente a mi regreso. […] Similar a las mañanas en las que amaneces en habitaciones ajenas y crees que estás en tu propia cama hasta que te das cuenta de que la puerta se halla en otro lugar, no reconoces las sábanas y el cuarto es diferente. O como esas mañanas de la infancia que parecen pertenecer a días normales y de pronto resulta que es Navidad o tu cumpleaños.
–¿Marta Sánchez?
–Sí, la misma.
Es Navidad. El mensajero y yo preguntamos y respondemos a través del telefonillo, y él sube los tres pisos salvando de dos en dos los escalones. El corazón va a romperle la caja torácica. Tiene prisa por verme en persona o quizá haya dejado la furgoneta de reparto en una zona prohibida. El mensajero no puede esperar mucho de mí a estas horas de la mañana. Pero unas tetas siguen siendo unas tetas y puede que, además, sean unas tetas sugerentes a través del mañanero batín entreabierto.
Tom se preparó una copa sin hielo. Le temblaban las manos. Sin ir más lejos, el día anterior Dickie le había dicho:
–¿Piensas irte a casa para las navidades?
Se lo había preguntado como sin darle importancia, en mitad de la conversación, pero lo cierto era que Dickie sabía perfectamente que no pensaba irse a casa para las navidades. Es más, Tom no tenía casa, y eso Dickie lo sabía muy bien.
Hay años enteros en los que no pasa nada, en los que simplemente no nos es dado el mejor baño del verano (ni la mejor fiesta de cumpleaños, ni unas Navidades felices, ni un amor inmortal). Hay años con fiestas de cumpleaños de mierda, Navidades solitarias, libros mediocres y amores que solo servirán para guiarte hacia otros. […] No son años perdidos, la vida tiene una manera particular de derramarse y despilfarrarse cuando somos felices y de recogerse y esperar en la adversidad. Este año no ha habido «el mejor baño del verano», tal vez el año que viene haya dos.
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