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El rapto de las sirenas
En el Canto XII de la Odisea, Ulises, de regreso a Ítaca, se encuentra con unas sirenas de voz mágica que atraen a los hombres y los condenan a la fatalidad. Ulises ya sabía que esto ocurriría: Circe le había advertido de que, en el camino, se toparían con esos seres monstruosos que no han dejado a nadie con vida, que con su canto han seducido a marineros hasta estrellar sus barcos contra las rocas. Entonces Ulises ordena a su tripulación que se tape los oídos con cera de abeja para que no pueda escuchar el canto y él mismo se ata al mástil del barco para poderlo hacer sin morir en el intento. Hay quien ha leído este episodio como una alegoría de la resistencia y el autocontrol, en una lucha calculada contra la tentación. Pero puede que se trate de un sueño imposible, una mentira de final feliz que nos aventura al riesgo innecesario: ¿y si ese viajero de Paul Murray no hubiera seguido la música? ¿Es el deseo, esas ganas de perseguir la música, algo bueno o algo malo? ¿Y si en vez de controlar la tentación fuéramos capaces de reprimirla? ¿O es que no hay premio ni pasión de vida si no hay nada que perder?
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