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Quizá fue en su libro Diez maneras de amar a Lana del Rey en el que Luis Boullosa definió de forma más clara eso que denomina América Imaginada: un constructo cultural compuesto por películas de serie A-Z, canciones pop, novelas, novelitas y otros materiales nobles y de derribo. América –la del norte, se entiende– lo aprovecha todo, incluso sus rincones oscuros, para crear mitos, y esos relatos se extienden y se replican hasta potencialmente ocuparlo todo en todas partes. Un lugar construido para que nos quedemos a vivir.
David Lynch psicoanalizando América en Carretera perdida: Los Ángeles, un coche deslizándose en la noche hacia alguna parte, la luz de un flash en la oscuridad, un sentido de la amenaza y la violencia soterrada siempre a punto de aflorar. La idea expresada en Mullholand Drive de que la realidad y la pesadilla son indistinguibles y tal vez todo el relato esté surgiendo de la cabeza de un mendigo loco que aparece en el aparcamiento de un dinner: lo enajenado como discurso central.
“Sus ficciones son hijas de una LA que, como sospechaba Craig Rice, es un estado mental agitadísimo. Un bucle extraño o un espejismo de quien ha nacido o ha vivido en Los Ángeles y ha quedado cautivo por la manera embrollada, sin fronteras ni pasos de peatones, en que ficción y realidad acaban siendo un par de siamesas”, escribe Beatriz García Guirado refiriéndose a las novelas noir de James Ellroy.
García Guirado había explorado ese estado mental de lo norteamericano desde la ficción en obras como Los pies fríos, con personajes empapados en una estética del delirio, de la búsqueda laberíntica, la identidad y el absurdo. Su nuevo libro, La chica muerta favorita de todos, supone un viaje –literal y metafórico– al epicentro de una fuente mítica que parece inagotable: el caso de la Dalia Negra, el sobreexplotado feminicidio de Elizabeth Short, una chica de veintidós años cuyo cuerpo apareció descuartizado la mañana del 15 de enero de 1947 en un descampado de Los Ángeles.
En el caso –nunca resuelto– confluyen algunos de los rasgos más enfermizos de ese cuerpo social de la Norteamérica inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial: periodismo sensacionalista, corrupción policial, puritanismo, una sensación de impunidad frente al débil, Hollywood como una bombilla ultrapotente que atrae y destruye.
Beatriz le pregunta al cineasta John Brian King por cómo la Dalia ha marcado a Los Ángeles: “como metáfora, es una de las razones por las que la película Chinatown ha resonado durante tanto tiempo: Los Ángeles, como dice el cliché, es todo ostentación y glamour, pero por debajo es una cloaca de corrupción y crimen sexual. La Dalia Negra se ha convertido en una industria indecorosa ligada a libros que no se ajustan a la realidad y a viajes nostálgicos por la ciudad. Todo este asunto me parece repugnante y aburrido”.
Beatriz cae bajo el poderoso influjo de la figura de Short y decide viajar a Los Ángeles, acompañada de la fotógrafa Diana Rangel, para explorar las huellas del mito sobre el terreno. Y ocurre que el terreno es pantanoso y que el relato se escapa entre los dedos, tal vez porque esa es su naturaleza. Mientras escribe cartas que quizá nunca leerá a Larry Hasnich –periodista y uno de los investigadores más críticos con las teorías publicadas del asesinato–, entrevista a gente, visita lugares tan bizarros como el Museo de la Muerte, atraviesa barrios, recoge lo que otros –algunos muy célebres, como Ellroy– hombres escribieron sobre el caso.
El libro no formula ninguna teoría, no esperen los amantes de true crime una investigación al uso. Es más bien una constatación de la imposibilidad de acercarse a la verdad cuando del mito se trata, la búsqueda del origen de una necrocultura que continúa explotando los cuerpos y las identidades de las mujeres que fueron trituradas por una sociedad depredadora. García Guirado combina el periodismo, el libro de viajes y el ensayo social para guiarnos por esa oscuridad que sigue presente.
La chica muerta favorita de todos es nuestro libro de la semana.
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