lunes, 12 de abril de 2010

ÁRIDOS EN LETRAS


| IMPRONTA. Desde el inicio, la guerra ocupa el paisaje en el primer libro de la consagrada escritora rumana.

CRITICAS DE LIBROS
La ganadora del último Nobel de Literatura nos introduce en un mundo árido

Domingo 11 de Abril de 2010 | Historias familiares que oscilan entre el horror , la belleza y la inocencia.
RELATOS
EN TIERRAS BAJAS
HERTA MÜLLER
(Punto de Lectura - BS.AS.)


La colección de relatos de la rumana Herta Müller arma un mundo insospechado, atrapado entre los ritmos naturales y la violencia ancestral. La voz infantil de niña asume un carácter autobiográfico. Devana historias familiares entre el horror y la inocencia. El discurso letánico está a medio camino entre el cuento infantil y la narración fantástica: los enunciados tienen ritmo y musicalidad. El impacto de la fábula reside, en gran medida, en el distanciamiento que establece la narradora con respecto a los personajes y con los hechos, aún con los más duros. La oración fúnebre es un cuento centrado en el padre muerto. Desde la primera página, la guerra ocupa el paisaje. Lo no dicho se desliza de manera subrepticia: "En todas las fotos parecía no saber nada más. Pero papá siempre sabía más"; "Tu padre tiene muchos muertos en la conciencia".

Herta Müller nos mantiene en ese umbral inquietante entre la pesadilla y la historia. Las familias de la narradora -abuelas, abuelos, madres, padres- están vinculadas a la tierra. Un mundo campesino y cruel donde los seres humanos obran con la ceguera de la naturaleza. En Mi familia, cada uno de los miembros tiene una marca que los degrada. Los lazos son inciertos y lo familiar encubre lo siniestro. El relato troncal -En tierras bajas- tiene el tiempo de una novela. Una ficción de aprendizaje armado desde una mirada despiadada y fatal. La muerte y la violencia acechan en todos los rincones de la casa y del campo, se ciernen sobre todas las criaturas. En ese mundo las mujeres con sus rosarios y los hombres brutales están atados al trabajo de la supervivencia. El abuelo con su martillo y el padre con su cuchillo son amenazantes.
Aunque no carecen de amor algunas escenas: la niña peinando el pelo del padre o escuchando los consejos. La abuela es la narradora, la dueña de los cuentos aunque está sumergida en ese mundo de durezas donde "las mujeres hablaban susurrando al encontrarse en la calle, y hundían aún más la cara en sus pañuelos huesudos y empezaban a parecerse entre sí". El ruido metálico de los rosarios marca los tiempos de todos. El pueblo es una "isla negra" donde crece el hambre y la desesperanza. Y "los niños tienen miedo de sus nueces y sus naranjas" mientras ven llegar la muerte de los que les rodean. Los textos como Los barrenderos o El parque negro adquieren las formas de prosas poemáticas y recrean esos climas rurales. Este libro nos enfrenta a esos raros casos en los que la literatura pone belleza en la aridez de un universo arrasado.
© LA GACETA [TUCUMÁN]

Perfil
Herta Müller nació en Rumania, en 1953. En tierras bajas, su primer libro, fue publicado en su país en una versión en la que se censuraron muchos de sus pasajes. Cuando apareció la versión completa en Alemania, el texto (que describe, desde la perspectiva de una niña, el clima de opresión y represión que se vive en una aldea durante la dictadura de Ceaucescu) fue prohibido en Rumania. En 1987, Müller se radicó en Alemania. El año pasado ganó el premio Nobel de Literatura. Otro de sus libros, traducido al castellano y que se puede conseguir en librerías, es El hombre es un gran faisán en el mundo.

Fragmento de En tierras bajas

Papá yacía en su ataúd en medio de la habitación. De las paredes colgaban tantas fotos que ya ni se veía la pared.

En una de ellas papá era la mitad de grande que la silla a la cual se aferraba.
Llevaba un vestido y sus piernas torcidas estaban llenas de pliegues adiposos. Su cabeza, sin pelo, tenía forma de pera.

En otra foto aparecía en traje de novio. Sólo se le veía la mitad del pecho. La otra mitad era un ramillete ajado de flores blancas que mamá tenía en la mano. Sus cabezas estaban tan cerca una de la otra que los lóbulos de sus orejas se tocaban.

En otra foto se veía a papá ante una valla, recto como un huso. Bajo sus zapatos altos había nieve. La nieve era tan blanca que papá quedaba en el vacío. Estaba saludando con la mano levantada sobre la cabeza. En el cuello de su chaqueta había unas runas.

En la foto de al lado papá llevaba una azada al hombro. Detrás de él, una planta de maíz se erguía hacia el cielo. Papá tenía un sombrero puesto. El sombrero daba una sombra ancha y ocultaba la cara de papá.

En la siguiente foto, papá iba sentado al volante de un camión. El camión estaba cargado de reses. Cada semana papá transportaba reses al matadero de la ciudad. Papá tenía una cara afilada, de rasgos duros.

En todas las fotos quedaba congelado en medio de un gesto. En todas las fotos parecía no saber nada más. Pero papá siempre sabía más. Por eso todas las fotos eran falsas. Y todas esas fotos falsas, con todas esas caras falsas, habían enfriado la habitación.
Carmen Perilli
Copyright 1998-2010 - La Gaceta - Todos los derechos reservados.

No hay comentarios: