lunes, 11 de diciembre de 2017

A CADA MONTAÑA SU CONSIGNA || 'Una casa junto al tragadero', de Mariano Quirós: La maldición de la montaña | Babelia | EL PAÍS

'Una casa junto al tragadero', de Mariano Quirós: La maldición de la montaña | Babelia | EL PAÍS

La maldición de la montaña

Mariano Quirós publica 'Una casa junto al Tragadero', novela oscura pero más redonda imposible

La maldición de la montaña



Suele ocurrir que en las historias narradas desde la austeridad descriptiva, pobladas de seres igualmente austeros y reactivos a los semejantes que por azar los acompañan, sean poco aptas para encontrar en sus lectores solidaridad. Pero esta es una cuestión que en nada desmerece a tales historias, todo lo contrario. Incluso son este tipo de relatos los que llaman poderosamente la atención y sobre las cuales uno termina preguntándose qué es lo que nos ata a ellas. Esto es lo que me ocurre conUna casa junto al Tragadero, del escritor argentino Mariano Quirós, premio Tusquets de este año. Esto que consigno me pasó con la primera novela de Jesús Carrasco, Intemperie, árida, casi hasta el desasosiego, en su transcurrir. No afirmo que la novela de Quirós se equipare a la del escritor extremeño, pero sí que pertenecen a la misma familia literaria.
En Una casa junto al Tragadero, un hombre, el Mudo, narra una peripecia que transcurre en un terreno casi edénico si no fuera porque quienes lo pueblan nos resultan inquietantes sólo con su inesperada presencia. Del Mudo, todo lo sabemos por su relato en primera persona. Todo pasa por su mirada. Nunca sabremos qué es lo que nos informa y qué es lo que deforma. Ello no nos debe importar. Sólo nos vale su relato, quirúrgico, implacable y con instantes de sorprendente humanidad, en medio de tanta sequedad emocional. La novela comienza con su protagonista matando monos. Va con su escopeta y su perra India, no muy lejos de su casa austera, menos pobre que descuidada y deshumanizada. Casi al borde, fluye el río Tragadero, opaco y resbaladizo si alguien se apoya en su fondo barroso. Junto al Mudo convive Soria, otro que como él se asentó en ese lado del monte para encontrar la paz que no encontró en su lugar de origen. También debemos contar con Insúa, el dueño del único almacén del lugar. Por el Mudo también sabemos que llegan al monte unos ecologistas para impugnar su actividad como cazador. Y también por él sabemos que todo se complica como si hubiera caído una maldición en ese monte.
Algo ha hecho mal el Mudo, algo que su relato no omite, como robar a los ecologistas. Ese error le cuesta golpes y encierro. El edénico monte se convierte en un infierno, no sólo para él sino también para los ecologistas, que no saben cómo salir de una vez por todas de su omnívoro perímetro. Todo se parece a un círculo infernal, dantesco. Un paisaje aciago donde los únicos que lo salvan de la Caída son esos fantasmas o ángeles que se encuentra el Mudo. Algo nos dice que la vida en ese monte es un acabar donde se comenzó, y viceversa. Una relato que termina siendo una parábola.
Mariano Quirós ha escrito una novela oscura, con apenas espacios para la luz. Y sin embargo nos atrapa. Queremos saber qué esconde el Mudo en su interior, que no acabamos de saber si lo tiene o no. El Mudo sabe dibujar, sabe interpretar los signos de su entorno, los físicos y los humanos. Es consciente de su lucidez, que solo usa para sobrevivir y descifrar a los extraños. Tendría derecho a ejercer la violencia y sin embargo la reemplaza por una suerte de piedad. Mariano Quirós ha puesto en funcionamiento una maquinaria ficcional incontestable. Más redonda imposible.
Una casa junto al Tragadero. Mariano Quirós. Tusquets, 2017 232 páginas. 18 euros

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