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Juego de tronos en la Tierra Media
George R. R. Martin, Terry Pratchett o Brandon Sanderson son dignos herederos literarios de Tolkien
FOTO: Kit Harington (Jon Nieve) y Liam Cunningham (Lord Davos), durante el rodaje de 'Juego de tronos' en San Juan de Gaztelugatxe. / VÍDEO: Tráiler de la séptima temporada de la serie. EFE / HBO
A Tolkien no le interesaba en absoluto el mundo real. Aborrecía la política. Ni siquiera tenía televisión. Si tuvo un coche, y uno de segunda mano, fue porque a Edith se le metió entre ceja y ceja. Quién sabe, quizá el escritor de fantasía tenga suficiente con lo que sea que le pasa por la cabeza. Aunque la creación de otros mundos no está al alcance de cualquiera, ha habido hijos de Tolkien desde el principio de los tiempos. Contando ese principio como el momento en que El Señor de los Anillos aterrizó en librerías. Sin ir más lejos, Terry Pratchett admitió haberse dedicado a la escritura y a lo fantástico, haber creado su propia Tierra Media, la descacharrante Mundo Disco, porque a los 13 años leyó El Señor de los Anillos, y en un tiempo récord: 25 horas. Pero hay ejemplos más próximos en el tiempo, hay ejemplos con obra-mundo en marcha. Pensemos en George R. R. Martin, al que no le importa que le comparen con Tolkien, claro, “es un halago”, dice, pero que a menudo ha considerado que la obra de su predecesor es, quizá, demasiado maniquea: el Bien contra el Mal, todo blanco o negro. Algo con lo que la experta en Tolkien, Catherine McIlwaine, no está de acuerdo, porque, dice, “todo en Tolkien es más complejo de lo que parece, y Frodo volviendo a casa sabiendo que su vida jamás volverá a ser la misma es quizá el mejor ejemplo”.
A George R. R. Martin le parece un halago que le comparen con Tolkien, aunque considera que su obra es quizá demasiado maniquea
En cualquier caso, se diría que lo que comparten los hijos de Tolkien de nuestros días, el propio Martin, el hiperactivo Brandon Sanderson, el aplicado Patrick Rothfuss y el socarrón Joe Abercrombie —he aquí los más famosos de todos ellos—, es una evidente apuesta por el claroscuro. Pensemos, por ejemplo, en Juramentada (Nova), del prolifiquísimo Sanderson —en su página web hay barras de estado que cuantifican qué porcentaje de sus próximas, en plural, novelas, está acabado—, la tercera entrega de la musculosa decalogía —han leído bien: decalogía— El archivo de las tormentas: casi 1.200 páginas de apocalipsis épico fantástico —cruentas guerras, tormentas infinitas— pobladas de personajes en absoluto convencionales —hay incluso un asesino que llora cuando mata—, capaces de llevarte tan lejos, macabra y aventureramente, como te apetezca. Eso sí, todos aquellos que echen de menos espadas, dragones, anillos y todo tipo de otras costumbres made in Tolkien y no quieran esperar a que este verano Harper Collins edite el penúltimo inédito del genio de Oxford, algo llamado La caída de Gondolin, pueden echarle un vistazo a Beren y Lúthien (Minotauro), una de las historias fundacionales de El Silmarillion, uno de los mitos y leyendas de la Primera Edad del Mundo concebidos por Tolkien para su obra en marcha, que escribió a su regreso de la batalla del Somme (Francia) a finales de 1916, batalla en la que perdieron la vida demasiados de sus amigos.
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