domingo, 3 de junio de 2018

El hombre que inventó la Tierra Media | Babelia | EL PAÍS

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El hombre que inventó la Tierra Media

Oxford celebra con una ambiciosa exposición a J. R. R. Tolkien, académico y creador de mundos míticos cuya influencia no deja de crecer en la narrativa fantástica actual



Acuarela de Tolkien para 'El hobbit' en 1937.

Acuarela de Tolkien para 'El hobbit' en 1937. 



El estudiante cruza la calle empedrada. Lleva una pipa en el bolsillo de su chaqueta y un puñado de tabaco en una caja de latón en la que hay inscrito el siguiente lema —Player’s Good Leaf Navy Cut—, en su pequeño maletín, un desastrado maletín de cuero marrón, trotan sus cuadernos, viejos cuadernos de instituto que empezó a rellenar en la trinchera, y a los que ha llamado Lost Tales A y Lost Tales B —“Historias perdidas” A y B —, y un álbum de gran formato, en el que pinta acuarelas, fascinantemente abstractas, al que ha llamado The Book of Ishness. Lo más probable es que lleve chaleco bajo la americana, y que su corbata esté ligeramente desanudada. El lugar en el que cruza es la esquina de Turl Street, en Oxford. Quizá llegue tarde a alguna clase, porque aún no es el estudiante modelo que se convertirá algún día en profesor modelo, y sabio con doble vida —la del escritor fantástico, la del prestigioso académico—, aún está cortejando a la que será su mujer, la huidiza Edith, quien, sin saberlo él, se ha prometido con otro tipo, porque hace tanto que no se ven que cree que todas esas cartas que le escribe —por esa época no hace otra cosa que escribirlas, usa el papel de los exámenes que no entrega para escribirlas— no van en serio.
Poco podía imaginar entonces John, John Ronald Reuel Tolkien, a sus 21 años, es decir, en 1913, que 105 años más tarde, el par de cuadernos que trotaban en su maletín, el propio maletín, su caja de tabaco, sus cinco pipas, su álbum de acuarelas, y hasta el diminuto escritorio sobre el que cada noche se acodaría y escribiría y reescribiría su obra magna — El Señor de los Anillos— compartirían una misma habitación lejos de casa, aunque no demasiado lejos, porque la primera parada de la ambiciosa exposición, Tolkien: Creador de la Tierra Media(inaugurada ayer, abierta hasta el 28 de octubre), es Oxford. En concreto, la principal biblioteca de investigación de la Universidad de Oxford y una de las más antiguas de Europa: la Bodleian Library.
Mapa de la Tierra Media, anotado por Tolkien, reproducido en El señor de los anillos.ampliar foto
Mapa de la Tierra Media, anotado por Tolkien, reproducido en El señor de los anillos. THE TOLKIEN STATE
Como en una sala de disección, a la que se llega atravesando un pasillo en el que el visitante puede poner un pie en la mismísima Tierra Media, pues sobre el suelo se proyectan, alternativamente, tres de los mapas que el escritor dibujó, en la pequeña estancia en la que se reúne el material, se destruye y reconstruye la figura del autor de El Hobbit, se la muestra, en realidad, a partir de objetos que le pertenecieron, de fotografías, de bocetos, de acuarelas, de su propia obra en marcha. Así, pueden contemplarse los originales de los mapas, pero también los de las dos sobrecubiertas que Tolkien dibujó para la primera edición de El Hobbit, un par de auténticas obras de arte en acuarela, y los de las cartas que Papá Noel —Father Christmas— les escribía a sus hijos: con trazo tembloroso —“disculpad, es el Polo Norte, hace demasiado frío”, se justifica el presunto Papá Noel—, el escritor mantuvo, en la piel de Santa Claus, una divertidísima correspondencia con sus hijos durante años. Las cartas provenían de un lugar llamado simplemente Christmas House que estaba, claro, en el Polo Norte. En la primera de ellas, Santa escribe: “Querido John: He oído por ahí que le has preguntado a tu padre cómo soy y dónde vivo. Así que me he dibujado y te he dibujado mi casa para que lo veas. Cuida mucho de los dibujos. Salgo para Oxford en breve, con un montón de juguetes, y creo que hay alguno para ti. Espero llegar a tiempo”.
La muestra contiene cartas de admiradores como Iris Murdoch, Joni Mitchell o la hija del presidente Johnson
“Parecía tener tiempo para todo. Adoraba a sus cuatro hijos. Pasaba muchísimo tiempo con ellos. Y estudiaba sin parar para ser el mejor en su campo. Y, por las noches, escribía. Hasta las tantas. Le llevó 12 años completar El Señor de los Anillos. Pero El Señor de los Anillos es solo la punta del iceberg”. La que habla es Catherine McIlwaine, la comisaria de la exposición, que, después de Oxford, viajará a Nueva York y a París. No le falta razón. Tolkien tenía incluso tiempo para contestar las cartas que recibía. De hecho, la muestra se abre con un puñado de ellas, entre las que destaca la que le envió un tal Terence Pratchett —sí, Terry Pratchett— en 1967, cuando tenía 19 años, alabando El herrero de Wotton Major;y la que le envió la hija del presidente Lyndon B. Johnson desde la Casa Blanca —“¡Me ha encantado El Hobbit! ¡Voy a recomendárselo a todo el mundo!”—, Iris Murdoch —“ojalá pudiera escribírtela en élfico”—, o la del marido de Joni Mitchell, Chuck, que consistía básicamente en la letra de la canción que Joni acababa de escribir: “I think I understand”, inspirada en El Hobbit.
Entre las cartas, fotografías de finales de los sesenta, con pintadas contra la guerra de Vietnam en las que se leía Bilbo Baggins Lives, y chapas fluorescentes —Support your local Hobbit, Gandalf for President—, además de una misiva de un niño de 12 años llamado Sam que le preguntaba por qué había llamado a uno de sus personajes como él: sí, exactamente como él (nombre y apellido).
Tolkien, en el Jardín Botánico de Oxford en 1973.
Tolkien, en el Jardín Botánico de Oxford en 1973. THE TOLKIEN TRUST
Pero todo eso no tiene nada que ver con el personaje. Con el niño Tolkien, que perdió a su padre a los cuatro años. Que pasó un verano en Sudáfrica —el verano en el que casi lo mata una tarántula: la niñera consiguió succionar el veneno a tiempo—, que lo primero que escribió fue una carta chejoviana, una minicarta —“querido papá, te echo de menos, tengo ganas de verte— que metió en un minisobre en el que sólo se lee Dear Daddy from Ronald —su padre no hubiese llegado a recibirla de todas formas, ya estaba muerto cuando la escribió pero nadie lo sabía aún—. Que pasó después cuatro años idílicos en la campiña inglesa —donde probó a inventar su primera lengua— y se trasladó finalmente a Birmingham, con su madre y su hermano. Que su madre lo fue todo para él hasta los 12: ella les enseñó a leer y a escribir —la majestuosa letra de Tolkien es, como puede comprobarse, la letra de su madre: hay una carta de ella en la exposición que lo demuestra—, y que a los 12, cuando murió, y quedó huérfano, la sustituyó por la Iglesia —ella se aseguró de que amasen el catolicismo por encima de todo— y por su amor adolescente, que acabó siendo su mujer y la madre de sus hijos: Edith Mary Bratt.
“Pasaba mucho tiempo con sus hijos, estudiaba sin parar y escribía por las noches”, dice la comisaria
Junto a las fotografías de universidad, en la que posa con cerca de una veintena de muertos —fueron muchos los amigos que perdieron la vida durante la Primera Guerra Mundial—, hay una pequeña cartera que sólo contiene dos imágenes. Son dos fotografías de Edith. La cartera está ajada. “Era lo único que llevaba encima en la trinchera”, recuerda Catherine. “A veces tengo la sensación de que si hizo todo lo que hizo fue porque se sentía culpable por seguir vivo”, añade. Con todo eso se refiere a su doble vida, porque Tolkien nunca dejó de crear. Empezó a trabajar en la Tierra Media, y su famoso Silmarillion en el campamento militar. “Se aburría, y se puso a escribir”, dice.
Acuarela de Tolkien para la primera edición de 'El Hobbit' (1973).ampliar foto
Acuarela de Tolkien para la primera edición de 'El Hobbit' (1973). THE TOLKIEN STATE LIMITED
Lo que sigue es la historia de un éxito inesperado, el de El Hobbit, del que se exponen páginas originales, procedentes de los manuscritos que Tolkien vendió a una universidad norteamericana, y la del intento de escribir una secuela —a Tolkien, conocido en su época universitaria como Tollers: así fue como le llamó siempre su querido C. S. Lewis, a quien Tolkien llamaba Jack, ambos compartían una pasión desmedida por las sagas nórdicas y cada uno a su manera intentó crear su propia saga nórdica británica— que se convirtió en algo más que un supuesto libro infantil.
También hay originales de El Señor de los Anillos, que Tolkien escribió y reescribió durante años —la terminó cinco años antes de que viera la luz en 1954—, y que se nutría de su obra en marcha desde la trinchera El Silmarillion. Hizo frente a la escasez de papel de dos guerras mundiales y, cuando descubrió los lápices de colores —que pueblan el pequeño y malogrado escritorio en el que trabajaba, centro de la muestra en la que se incluye un mapa en 3D obra de la madrileña Factum Foundation—, abandonó la acuarela. Eso sí, la emprendió con las páginas de los periódicos. Le encantaba hacer crucigramas y deconstruirlos, convertirlos en tableros de ajedrez en dos dimensiones y cosas por el estilo. Los cinco o seis que decoran una de las paredes de la sala no están allí por casualidad. Son una pieza más, tan importante como el resto, de ese misterio llamado Tolkien. El tipo que se mudaba, cada noche, a partir de las diez, cuando los niños se habían acostado, a su propio mundo, a la Tierra Media.

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