martes, 30 de octubre de 2018

Eso que nunca termina de acabar | Babelia | EL PAÍS

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Eso que nunca termina de acabar

Una exposición hace memoria en São Paulo sobre lo ocurrido en Brasil durante la dictadura militar y recuerda cómo las libertades no deben jamás darse por hechas

Protesta de artistas contra la censura en 1968. A la derecha, con traje, el crítico Màrio Pedrosa.
Protesta de artistas contra la censura en 1968. A la derecha, con traje, el crítico Màrio Pedrosa. PICASA
En mayo de 1968 los estudiantes parisienses buscaban las playas bajo las aceras siguiendo el desafío de la Internacional Situacionista y terminaban por darse de bruces con la policía entrando en la Sorbona, profanado el pacto de inviolabilidad en las universidades. París ardía y, pese a que algunos argumentan que el mayo del 68 —a punto de cumplir cincuenta años— fue un bluf, un postureo avant la lettre, está claro que el mundo nunca volvería a ser como antes.
Pocos meses después, muy lejos, en Brasil, las cosas se ponían más negras si cabe tras cuatro años de una dictadura militar que duraría de 1964 a 1985. En diciembre de 1968 culminaban las agresiones a los derechos civiles con la proclamación del “Ato Institucional Nº 5” —conocido como “AI-5”—. Los brasileños asistían perplejos al establecimiento de la quinta de una serie de leyes lanzadas para recortar los derechos ciudadanos que perseguía acallar las voces críticas en el país, como la manifestación de los artistas en huelga de 72 horas contra la censura. En la cabecera —lo refleja la foto del Jornal do Brasil el 13 de febrero de 1968— aparecían unas mujeres decididas con sus minifaldas y a su derecha destacaba un hombre elegante, contraste visual con el joven en camiseta. Era el prestigioso crítico Mario Pedrosa, uno de los teóricos más importantes de América Latina y autor de la más radical historia del arte en Brasil.
Pese a las medidas represivas, no resultaba fácil acallar las voces de unos vanguardistas acostumbrados a revisar y reescribir el mundo desde una mirada irónica. Y se organizaban frente al AI-5 en la cárcel o en el exilio. Y aprendían a subvertir desde el camuflaje, al estilo del Teatro Oficina, que en la década de 1960 fue escenario del Tropicalismo, movimiento basado en el concepto de antropofagia como mezcla —nacido en la década de 1920— y del cual participarían músicos —Caetano Veloso y Gilberto Gil—, cineastas o artistas como Hélio Oiticica. Bajo su apariencia festiva se escondía una vehemente carga de profundidad resumida en el cartel de Oiticica: “Sea marginal, sea héroe”. El artista —y otros con él—, muy próximo a Mangueira, la favela de Río, proclamaba la marginalidad como forma de transgresión.
La muestra reflexiona sobre la represión y la resistencia, sobre cómo la censura regresa cuando menos se espera
Para hacer memoria sobre lo ocurrido en Brasil durante la dictadura militar y recordar cómo las libertades no deben jamás darse por hechas, Paulo Miyada ha comisariado en el Instituto Tomie Ohtake de São Paulo una exposición fascinante que habla de estas cosas y estos protagonistas. Todavía no ha terminado de acabar desvela el desarrollo de la producción artística y sus relaciones con la censura desde los primeros años de la dictadura y de las diferentes estrategias de protesta civil por parte de los artistas, desde Claudia Andujar hasta Cildo Meireles, Artur Barrio o Anna Bella Geiger… Esta última subvierte el mundo que se ve obligada a habitar a través del mapa. No en vano uno de sus Mapas elementales recurre a la canción Meu caro amigo de Chico Buarque: es la política como camuflaje a mitad de los setenta, cuando Buarque habla de lo negro que está todo en el país; protesta y chispa de insurrección.
La muestra reflexiona, así, sobre la represión y la resistencia, para no olvidar cómo la censura puede regresar cuando menos se espera y lo hace desde unos documentos que el comisario no convierte en “obras de arte” deseosas de un estatus de “producto vendible”. Aquí, incluso las “obras de arte” acaban de funcionar como testigos: vehículo para burlar la censura en aquellos países —pasados y futuros— en los cuales, y como cantaba Chico Buarque, el poder distrae a las gentes con el fútbol de los domingos.
'Todavía no ha terminado de acabar'. Instituto Tomie Ohtake. São Paulo. Hasta el 4 de noviembre.

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