Reflexiones socialistas y manual de narcisismo
Mientras que las memorias de Pedro Sánchez resultan áridas y escasas de pensamiento crítico, el ensayo de Alfonso Guerra es una aportación amena y digna de antención
Pedro Sánchez y Alfonso Guerra, vistos por Sciammarella.
"Puede sonar presuntuoso, pero me doy cuenta de que me crezco en las situaciones difíciles”. La frase pertenece a la hagiografía de Pedro Sánchez, firmada por él mismo y publicada esta misma semana. Presuntuoso suena, desde luego, pero mucho más todavía su confesión de que en volviendo a Ferraz tras su primer descalabro se le pasó por las mientes la famosa frase de Fray Luis de León “Decíamos ayer…”. Que se sepa, Sánchez no ha sufrido cárcel, ni exilio, ni privaciones de ninguna clase en su mínima travesía del desierto antes de llegar a la más alta magistratura del Estado. Además atribuye erróneamente la cita a San Juan de Cruz, lo que le ha provocado no pequeño cachondeo en las redes sociales.
Ha querido la casualidad, o quizá sea fruto de la astucia, que la publicación de la obra dictada por el presidente a la responsable de la España Global coincida en librerías con otra de Alfonso Guerra titulada La España en la que creo. No se trata de someter ambos textos a comparación, aunque en medida no pequeña afrontan relatos similares, ni he de sucumbir (solo levemente) a la tentación de tomarlos como pretexto para introducirme en el debate sobre el fondo. Babeliaes un suplemento dedicado a la crítica literaria y artística, por lo que las cuestiones que afectan al universo de la gobernanza pueden y deben dejarse para las páginas de opinión. Pero vaya por delante que mientras el libro de Sánchez carece prácticamente de interés para entender España, el de Guerra supone una aportación valiosa, no excepcional, pero sí digna de atención, al análisis del pasado, el presente y quizá también el futuro de nuestro país.
El libro del presidente parece dirigido únicamente a los militantes socialistas, los “dueños” del partido
En la introducción a su Manual de resistencia, el todavía presidente del Consejo de Ministros agradece a la “escritora, pensadora, política y amiga” Irene Lozano haber dado forma literaria a grabaciones de largas horas de conversación entre ellos dos. Si de literatura hablamos, hay que decir que esta no es desde luego la mejor obra de su autora, de quien recuerdo algunos artículos combativos en las páginas de los diarios. El libro es un verdadero ladrillo, aburrido hasta no poder más, pese al interés que suscita de antemano quien lo firma y el significado de los hechos a que se refiere. La llamada forma literaria se ve en él sustituida por una transcripción bien ordenada gramaticalmente, sin más brillantez ni entusiasmo que el que se desprende de los sentimientos de su protagonista. Es un texto huérfano de todo lo que se parezca a un pensamiento crítico, no digamos ya autocrítico, sobre el devenir de la socialdemocracia y la realidad de nuestro país. Parece más bien dirigido únicamente a los militantes socialistas, los “verdaderos dueños” del partido en opinión del firmante. Semejante consideración sobre la propiedad privada de las formaciones políticas es algo nuevo para mí, pero, como jamás he militado nunca en ninguna de ellas, es obvio que solo se debe a mi escaso conocimiento al respecto.
Se trata, en cualquier caso, de una afirmación un tanto lesiva para la autoestima de los millones de votantes del PSOE, que hasta ahora habían visto en ese partido el reflejo de un vínculo social más amplio que el que emana de su aparato. Los partidos son esenciales para la democracia y es preciso fortalecerlos, garantizar y proteger su actividad. Pero la endogamia feroz que tienden a practicar es no solo un peligro para su supervivencia, sino un engaño a sus electores. Felipe González fue presidente del Gobierno durante casi 14 años porque gobernó el partido desde su apelación a la sociedad. Querer gobernar a la sociedad solo desde el partido, en una democracia pluralista y diversa como la nuestra, constituye un intento narcisista condenado al fracaso.
No todo es desdeñable en el libro, por supuesto. Se pueden apreciar en él consideraciones varias que afectan al discurrir de estos mismos días. La definición de Ciudadanos como un partido instalado en el conflicto y las acusaciones de mentiroso a Albert Rivera arrojan luces añadidas respecto a la discusión actual entre ambos líderes. Pero lo más sorprendente y digno de atención es el relato que hace de sus conversaciones con el rey Felipe VI, develando el contenido de las mismas, no sabemos si con permiso del Monarca, con quien asegura que mantiene una relación más allá de lo institucional, cualquier cosa que eso signifique.
Alfonso Guerra presumió en público de que él sí había escrito su libro, sin especificar quién no lo había hecho. Aborda por su parte algunos temas casi idénticos que los narrados por su actual secretario general. Su descripción de las vicisitudes internas que auparon y descabalgaron, antes de volverle a aupar, a Sánchez al frente de su formación, y finalmente del Gobierno, es más comprensible y brillante que la que hace el propio protagonista. Digamos que más honesta también. Pero donde la pluma del otrora temido vicepresidente del Gobierno vence en su esgrima a la del actual gobernante es en el análisis, sin pelos en la lengua como suele decirse, de la cuestión catalana. Guerra hace una denuncia radical del nacionalismo xenófobo y golpista representado por el actual presidente de la Generalitat y algunos de sus secuaces. Propone además reformas muy concretas, necesarias en este país, que contrastan con el catálogo de buenas intenciones del manual del presidente. Entre ellas, la debatida reforma electoral, sobre la que Sánchez no dice ni pío, pese a haber figurado en los programas de casi todos los partidos, y desde luego en el del suyo.
Por último, el genio literario de Alfonso Guerra es bastante más avezado, y su libro, sin que se trate tampoco de una novela de aventuras, ha de interesar no solo a los militantes del partido, sino a un más amplio elenco de lectores, sin necesidad de que se sientan ni se hayan sentido nunca de izquierdas. Con la sinceridad que permiten los años, hace no pocas observaciones críticas, entre las que sobresale su afirmación de que “la clase dirigente es a veces más propicia a crear problemas que a resolverlos”. Para añadir después que los políticos promueven o se inventan situaciones complejas con el único fin de garantizar su subsistencia, so pretexto de querer resolverlas o de desviar la atención de las cuestiones que afectan verdaderamente a la ciudadanía. Pues eso.
La España en la que creo. Alfonso Guerra. La Esfera de los Libros, 2019. 249 páginas. 18,90 euros.
Manual de resistencia. Pedro Sánchez. Península, 2019. 320 páginas. 20,50 euros.
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