El Templo del Cielo de Beijing, experiencia religiosa
El Templo del Cielo de Beijing (Tiāntán 天坛) es uno de los lugares más enigmáticos y mágicos que existen en toda China. Los emperadores chinos, rodeados de su séquito, acudían a este lugar a ponerse en contacto directo con el Cielo y a pedir por una buena cosecha, idea de riqueza, grandiosidad y poder.
Artículo de César Rancés
El Templo del Cielo de Beijing es uno de los lugares más enigmáticos y mágicos que existen en toda China. Su visita nos lleva por un viaje donde la numerología, los símbolos y los sonidos misteriosos continúan fascinando a propios y extraños. Los emperadores chinos, rodeados de su séquito, acudían a este lugar a ponerse en contacto directo con el Cielo y a pedir por una buena cosecha, idea de riqueza, grandiosidad y poder.
El Templo del Cielo de Beijing, Tiāntán o 天坛 en idioma chino, máximo representante de la arquitectura de la dinastía Ming (1368-1644), es uno de los grandes símbolos y centros turísticos de la capital china. Considerado por algunos artistas como el único lugar de China donde se puede hablar directamente al Cielo, el templo fue musa de multitud de obras literarias y de miles de piezas artísticas.
El templo, ubicado en el interior del parque del mismo nombre, se encuentra en el barrio pequinés de Chongwen, al sur de la ciudad y a tan sólo tres kilómetros de la famosa plaza Tian’anmen. Su construcción comenzó durante el reinado Yongle (1403-1424), finalizó en el año 1420 y cubre una extensión de 273 hectáreas rodeadas por un gran muro de seis metros de altura y cuatro entradas según los puntos cardinales.
El templo era el lugar donde los emperadores —considerados hijos directos del Cielo— de las dinastías Ming y Qing (1368-1911) veneraban al Cielo, rezaban para obtener una buena cosecha, buscaban la iluminación divina y pedían el perdón por los pecados de la gente corriente. Solían acudir a este lugar dos veces al año, el decimoquinto día del primer mes del calendario lunar chino y durante el solsticio de invierno, procedente de la Ciudad Prohibida y acompañados por un majestuoso séquito.
En un primer lugar, tanto el Cielo como la Tierra fueron venerados en este lugar, hasta que en 1530 se construyó el Templo de la Tierra en el norte de la ciudad, completando la ideología con el Templo de la Luna, en el oeste, y el Templo del Sol, en el este. En la década de los años 1970, el templo sufrió una restauración profunda y sus pinturas, viejas y descoloridas, fueron recuperadas y actualizadas, dándole un aspecto limpio y renovado que ha vuelto a recuperar para la celebración de las Olimpiadas de Beijing 2008.
Los antiguos arquitectos chinos diseñaron el Templo del Cielo de Beijing de tal manera que te hace sentir cercano al cielo gracias a un complejo sistema de estructuras donde el color, el sonido y las figuras geométricas del círculo y el cuadrado se complementan con los jardines que los rodean de un modo único, místico, misterioso y mágico. Esta disposición tan peculiar es todavía hoy estudio de expertos en numerología, necromancia y superstición, además de ingenieros y carpinteros fascinados por los edificios levantados sin usar ni un solo clavo.
La arquitectura del complejo está inspirada en dos conceptos filosóficos chinos: lo “celestial” y lo “terrenal”. Durante la época imperial, los chinos creían que el cielo era redondo, mientras que la tierra era cuadrada, por eso los templos y altares circulares se asientan sobre bases cuadradas, mientras que el parque entero tiene la forma de un semicírculo —al norte— situado sobre un cuadrado —al sur—.
El palacio cuadrado utilizado para el ayuno y situado al oeste del parque asemeja a la Ciudad Prohibida en una escala menor. Los templos circulares Qiniandian —Sala de las Plegarias para las Buenas Cosechas— y Huanqiu —Altar Circular— se creían que estaban directamente conectados con el Cielo.
En China, la tradición de realizar sacrificios al Cielo tiene una historia de más de cinco mil años. Debido al desconocimiento científico en la antigüedad, la gente pensaba que todas las fuerzas de la naturaleza estaban dominadas por el Cielo, por lo que sólo él, y mediante el uso de sacrificios, podía ayudarles. Con el tiempo, el emperador fue el único ser capaz de dialogar abiertamente con el Cielo y, por tanto, el único con la capacidad tal para realizar los sacrificios.
En la antigüedad se construyeron en toda China docenas de templos dedicados al Cielo, aunque sólo el Templo del Cielo de Beijing, considerado suelo sagrado, permanece aún en pie. Desde su terminación en 1420, un total de 22 emperadores realizaron 654 sacrificios al Cielo en este lugar. En 1912, la República de China (1912-1949) abolió todo tipo de sacrificios, confiscó el templo y abrió sus puertas al público en 1919.
El ritual imperial
Justo antes del solsticio de invierno, el emperador, purificado por tres días de ayuno, y su enorme séquito caminaban en procesión, la cual incluía carrozas y carruajes tirados por elefantes y caballos, lanceros, abanderados, nobles, oficiales y músicos ataviados con sus mejores galas, y en absoluto silencio atravesaban la puerta Qianmen hasta el Pabellón Imperial del Cielo. La gente corriente tenía prohibido observar la ceremonia, por lo que se les obligaba a permanecer encerrados en sus casas. A la llegada, el Hijo del Cielo meditaba bajo la Bóveda Imperial, conversaba ritualmente con los dioses sobre su política de gobierno y pasaba la noche en la Sala de las Plegarias para las Buenas Cosechas.
Al día siguiente, el emperador esperaba en una tienda de seda amarilla, color imperial, situada en la puerta sur mientras los oficiales trasladaban las tablas sagradas hasta el Trono del Cielo en el Altar Circular, donde se realizaban los rezos y las ofrendas.
Era en ese momento cuando, mediante un ritual numerológico, se decidía el futuro de la nación para el año venidero, pues cualquier fallo o circunstancia inesperada durante el proceso podía ser interpretado como una señal de buen o mal augurio.
Sala de las Plegarias para las Buenas Cosechas
Se trata, sin duda, del complejo arquitectónico más importante de todo el Templo del Cielo de Beijing. Su estructura cónica presenta tres aleros coronados en lo más alto por una bola dorada. La base de la estructura es una piedra circular de tres terrazas, bordeadas cada una de ellas por una balaustrada de mármol blanco, con un área de 5.900 metros cuadrados. El tejado, por su parte, está realizado en tejas de color azul cielo.
El edificio en sí, situado en el extremo norte del parque, no sólo es majestuoso y bello, sino también único debido a que su estructura fue construida solamente por tablas de madera, es decir, no se empleó ningún elemento de acero, hierro, cemento o clavos. Incluso sin el uso de grandes vigas, travesaños o paredes maestras, todo el edificio, de 38 metros de altura y 30 de diámetro, está sujeto únicamente por 28 pilares de madera de la provincia de Yunnan, que representan las 28 constelaciones del cielo, y un número no determinado de barras, listones, juntas y cabrios.
Los cuatro pilares centrales que sostienen la bóveda del cielo, llamados Pilares del Dragón y representantes de las cuatro estaciones del año, miden 19,2 metros de altura y son tan anchos que se necesitan casi tres hombres con los brazos extendidos para rodearlos. Además, hay dos anillos con doce pilares menores cada uno. El interior simboliza los doce meses del año, mientras que el exterior se refiere a las doce divisiones del día y la noche.
Por su parte, el suelo pavimentado con losas de mármol blanco en forma circular, presenta el diseño de un dragón y un ave fénix. A la derecha, solía haber dos biombos decorados, dos sillas de madera y una mesa sobre la que se depositaban las tablas imperiales de los antepasados del emperador. A la izquierda, había un trono donde el Hijo del Cielo descansaba durante las largas ceremonias.
El interior del edificio está decorado con cinco mil dragones, símbolo imperial, y multitud de dibujos y diseños pictóricos de gran belleza y armonía.
El día anterior a los rezos para las buenas cosechas, el emperador acudía a la Sala Imperial del Cenit para ofrecer incienso e inspeccionar las tablas imperiales. La tabla del Dios del Cielo se guardaba en un lugar sagrado mientras que las otras se colocaban sobre una plataforma de piedra. Después acudía al Almacén de los Dioses para examinar los artículos utilizados en los sacrificios y regresaba a la Sala de la Abstinencia.
El día principal de la ceremonia, el emperador veneraba al Dios del Cielo y le regalaba un traje de seda blanco y tres platos de comida, tras lo cual comenzaba la música y los bailes rituales. Durante la ceremonia el Hijo del Cielo se colocaba de pie sobre el mármol circular del dragón y el ave fénix, pronunciaba un discurso y probaba la comida ofrecida a su padre.
A los lados del edificio principal se encuentran dos pabellones menores donde se veneraba a los dioses del Sol, de la Luna, de las Estrellas, del Viento, de la Lluvia, del Trueno y del Relámpago.
Bóveda Imperial del Cielo
El edificio octogonal, que visto desde lo lejos asemeja un paraguas azul con una bola dorada, no presenta tampoco ni vigas ni contrafuertes. Su bóveda está sujeta por un complicado entramado que rige las leyes de la dinámica. Construido en 1530, fue reconstruido en diversas ocasiones. Después del servicio, las tablas de los dioses del Sol, de la Luna, etc., se colocaban sobre una plataforma de piedra en el centro del edificio.
Templo del Cielo de Beijing está rodeado de un muro circular, de 65 metros de diámetro, conocido como el Muro del Eco, del que se dice que es una bóveda acústica perfecta, por lo que si una persona susurra desde un extremo, otra, situada en el punto contrario, puede escuchar perfectamente lo que dice. Esto es posible debido a que el muro es completamente redondo, tiene un pequeño alero y sus ladrillos están sellados herméticamente.
Frente a las escalinatas que descienden del edificio octogonal tenemos las Piedras de los Tres Sonidos. Si uno se sitúa sobre la primera y emite un sonido, el eco le devuelve su reproducción una vez; si se coloca sobre la segunda piedra, recibirá dos respuestas, mientras que si se sitúa sobre la tercera, el eco le contestará tres veces. Este fenómeno se debe a la distancia que hay entre las piedras y el Muro del Eco, pues el sonido regresa en intervalos distintos y recrea tres ecos diferentes. Sin embargo, la tradición dice que si el eco te devuelve el sonido cuatro veces, es señal de desgracia y hasta de muerte.
Altar Circular
Al sur del Muro del Eco encontramos el Altar Circular, todo él hecho de mármol blanco y encerrado dentro de dos muros, uno exterior cuadrado y uno interior redondo. Su disposición presenta un diseño geométrico múltiplo de nueve, número impar símbolo del emperador, es decir, del Hijo del Cielo. El altar, de cinco metros de altura, está compuesto por una terraza superior –que simboliza el Cielo- de 30 metros de diámetro, otra media —que simboliza la Tierra— de 50 metros y una inferior —que simboliza el Hombre— de 70 metros. Cada una de ellas tiene cuatro entradas que miran hacia los puntos cardinales y nueve escalones que las separan.
En el centro de la terraza superior -hoy desnuda, antes se situaba el Trono del Cielo- hay una piedra circular rodeada de nueve anillos concéntricos, considerada como el eje del Reino del Centro —auténtico corazón de la Tierra—. El número de piedras en el primer anillo es 9, en el segundo 18 y así sucesivamente hasta las 81 baldosas del noveno y último anillo. Las terrazas media e inferior también presentan nueve anillos concéntricos con losas de piedra múltiplos de nueve, lo que hace que en total las tres terrazas completen 3.402 baldosas y 27 anillos. El número de pilares de las balaustradas que rodean las terrazas también son múltiplo de nueve, haciendo un total de 360, es decir, los 360 grados de la circunferencia del Cielo.
Durante el solsticio de invierno, el emperador, acompañado de príncipes, soldados, oficiales y músicos, accedía hasta este lugar a realizar los solemnes sacrificios. El rey fundador de la dinastía Zhou (1.046 a.C. – 256 a.C.), quien creía ser hijo directo del Cielo, hizo la primera ceremonia de sacrificio al Cielo hace tres mil años. Yuan Shikai (1859-1916), comandante en jefe durante los últimos años de la dinastía Qing, realizó la última ceremonia de sacrificio al Cielo en 1914 en nombre del destronado Aisin-Gioro Puyi, último emperador de China.
Sala de la Abstinencia y el Altar del Dios de la Agricultura
Durante las dinastías Ming y Qing, los emperadores y sus ministros solían mantener un ayuno en la Sala de la Abstinencia de tres días de duración en primavera, verano e invierno, antes de realizar las ceremonias religiosas. De este modo, el Hijo del Cielo podía entrar en contacto directo con su Dios de un modo puro y sobrehumano.
El Altar del Dios de la Agricultura era el lugar imperial donde se realizaban los sacrificios dedicados a Shennong, el legendario “primer agricultor” de China. En su interior se guardan las tablas que regulaban las cosechas. En el mismo complejo encontramos el Altar del Dios del Año, construido en 1532, y lugar donde se realizaban las ofrendas al planeta Júpiter y a las deidades de los doce meses del calendario lunar chino.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.Número 7. Volumen IV. Julio de 2011.Ver / descargar el número completo en PDF
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