NARRATIVA
Afrontar las consecuencias
Dar la cara es el libro de relatos con el que se estrenó como escritor el estadounidense Larry Brown, uno de los grandes narradores sureños de clase trabajadora
El escritor Larry Brown. NANCY R. SCHIFF (GETTY IMAGES)
Larry Brown fue bombero antes que escritor. Pasó 17 años apagando fuegos en Oxford, Misisipi, emplazamiento famoso por haber engendrado a William Faulkner. Una noche, Brown respondió a una llamada de incendio desde Rowan Oak, que en aquella época ya funcionaba como casa museo de Faulkner. Por desgracia para la tentativa de simbolismo barato que intentaba colarles, el palacete no estaba siendo engullido por las llamas. De haber sido así, la imagen videoclip-a-cámara-lenta del futuro escritor sureño de clase obrera observando cómo ardía la mansión del fallecido escritor sureño de clase pudiente hubiese sido demasiado alegórica para sus estómagos. No, el museo Faulkner no ardió aquella noche. Pero a Brown sí le consumía un gran fuego interior. Hijo de granjero borracho y hogar desestructurado, Brown (1951-2004) dejó los estudios a los 17 años, se alistó en el ejército para ir a Vietnam (aunque no entró en combate) y regresó a Oxford para ser operario de una fábrica de estufas, primero, y bombero, después. En el cuartel, mientras veía la televisión con sus compañeros, decidió que quería ser escritor. Tenía 29 años, y tardaría más de una década en publicar.
En el ínterin, Larry Brown escribió y escribió. Bazofia, mayormente, pero ¿qué otra forma tiene un autodidacta de aprender el oficio? Brown dijo que para ser escritor uno tenía que escribir antes un número X de palabras infectas. Dar la cara es su impresionante debut de 1988, que hoy publica para el público español Dirty Works. Es un libro de historias de gente que tira p’alante; que “afronta las consecuencias”, como sugería el título original. Son historias de brutalidad, amor feo y desesperado; de bebida, peleas, divorcios agrios; de vileza y crueldad proleta; de buenas intenciones que se van al carajo; de 6-packs, camionetas y cirrosis. Como dijo un crítico, sus historias no se “encaminan a la catástrofe, sino que salen de ella” (aunque no hacia un sitio deseable, añadiría yo).
La historia homónima habla de un hombre que es tan reacio a hacerle el amor a su mujer (a quien practicaron una mastectomía) como a confesar sus motivos. Leer su retahíla de medias verdades rompe el corazón: “Puede que ella empiece a frotarse conmigo. Con eso tengo que estar alerta”. ‘Samaritanos’ habla de un tipo que hace el “gilipollas” al echarle una mano a una familia white trash (y ser timado en el proceso). ‘Kubuku a las riendas’ es, en mi opinión, la mejor del paquete. Fue originalmente rechazada por The New York Times, que con visión preclara la definió como “aburrida y monótona” (rían aquí). Protagoniza el relato Angel, una mujer negra, que confiesa su alcoholismo e intenta comprender las razones que la impulsan a beber: “¿Qué hay de malo en su vida que le hace hacer las cosas que hace? Matar a su pequeño y a su hombre poco a poco. Y a sí misma. Pero es superior a ella. Cuando bebe se pone a pensar en cosas en las que jamás pensaría estando sobria. Pero ahora bebe todo el rato, así que piensa en estas cosas constantemente”. La historia rehúye cualquier atisbo de redención, y el lector, como ella, “sabe que volverá a repetirse el ciclo, hasta que ocurra lo peor”.
Brown no era adverso al ocasional experimento, y de tanto en cuando tenía ideas de bombero (perdonen el chiste). Esa tendencia, que ilustra su primera novela, Trabajo sucio, está representada aquí por ‘Julie, un recuerdo’, monólogo interior embrollado hasta la asfixia (del lector), y ‘Niño y perro’, organizada como un poema. Aunque este tipo de historias (una minoría) también son definitorias del estilo de Larry Brown, no entusiasman a su crítico favorito. Son el resto de relatos, llenos de violencia y compasión, entregados por una voz serena que acarrea una rara autoridad, los que hacen de Dar la cara un libro imprescindible.
Dar la cara. Larry Brown. Traducción de Javier Lucini. Dirty Works, 2018. 169 páginas. 22 euros.
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