Jordi Esteva: El Nilo azul, de Alan Moorehead
Tras la temprana lectura de El Nilo azul, de Alan Moorehead, quedé hechizado por sus innumerables historias. Me inquietaron las costumbres de los Afar de Djibouti y sus collares con testículos de los enemigos ofrecidos como dote. Las ceremonias de trance en Etiopía que reencontraría en el África fantasmal, de Leiris, y en cierto modo en las cartas de Rimbaud desde la misteriosa Harar. Me impresionó la gesta de los mamelucos, la casta de esclavos guerreros que dominaron El Cairo, al servicio de la Sublime Puerta, y cómo Mohamed Alí, el creador del Egipto moderno, acabó con ellos poniendo fin a la oscura y larga noche egipcia. Alan Moorehead hablaba también de los exploradores británicos en busca de las fuentes del Nilo, que descubrían para el imperio cataratas, ríos y montañas conocidos naturalmente por los habitantes y que desde siempre tuvieron nombre. Con El Nilo azul revivía los momentos de soledad de la infancia cuando, rodeado de atlas y mapas, viajaba sin salir de la habitación. Meses después de su primera lectura partí al Sudán en busca de un primo cineasta perdido como Kurtz, en el corazón de la región de Ecuatoria, al que jamás encontré. No he vuelto al libro que me puso "un petardo en el culo" lanzándome al mundo. No me atrevo. ¿Demasiado británico y colonial, perhaps?
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