domingo, 25 de agosto de 2019

Malada. El Sahara y nada más >> Y… ¿dónde queda el Sáhara? >> Blogs EL PAÍS

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Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb



Malada. El Sahara y nada más

Por:  20 de agosto de 2019
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Malada. El Sahara y nada más
Texto y foto: Mohamidi Fakala, escritor y periodista que escribe desde los campamentos de refugiados saharauis en el sur de Argelia.
Malada nunca se paró frente a una administración pública para tramitar papel alguno. No los necesitaba, porque le bastaba con ser una saharaui, motivo que esgrimía para residir en un palmo de tierra liberada.
Cuando se recrudecieron los enfrentamientos entre los saharauis y los marroquíes allá por los años ochenta a sus padres casi les alcanzaban los obuses en el interior de la jaima. Por tal motivo, se vieron obligados a refugiarse en las cercanías de la ciudad argelina de Tinduf. Sin embargo, Malada se encargó del cuidado de los rebaños de cabras en la parte oriental del Sahara, a pesar del peligro que suponía su permanencia a solas en el desierto. Por tanto, la destreza de esta mujer no se limitaba únicamente a la manera con qué regía el pastoreo de los animales que llevaban la marca de fuego del longevo padre, Ali Salem Hmad, que le había encargado responsabilizarse de ellos, antes de partir hacia otras tierras lejanas. En la zona de Zemur, hoy en día, Malada es conocida como una mujer estoica, valiente y entregada.
La vivienda saharaui en la que residía desde hace ya más de tres decenios miraba, como es tradicional, hacia el sur y los rayos del sol incidían en el interior de una jaima que albergaría no más de cuatro personas. Un hogar reducido, ligero y de pocos utensilios, los necesarios. Pero todo se ajustaba a un orden milimétrico, bajo el caballete de madera del que se colgaba un odre rellenado con agua fresca. Un cuadro que dejaba al visitante inmerso en la obstinada calma del desierto. La señora salía y entraba, faenando incansable, y el cayado dorado en la mano hasta que el sol se perdiese en las tinieblas de los mares. El asno, el perro y las cabras representaban para ella la mejor compañía, tanto en tiempo de fertilidad como de sequía. El olor del arsa, estiércol, de la majada era bien notable en las cercanías.
La jornada no llegaba a su fin hasta que regresaban los rebaños, a toda prisa, de los parajes donde apacentaban. Malada, una beduina de carne y hueso escueta en el habla, al tomar la palabra hacía énfasis en todo aquello que le gustaba al son de un indetenible ademán de manos. No renunciaba a la serenidad del desierto con facilidad, una elección de vida o muerte. Esa era la promesa hasta que todo tocase fondo definitivo. Hablaba, sin tapujos ni miramientos. Y de niña a mujer había aprendido con el ensueño de un hada solitaria los difíciles entresijos de un mundo implacable. Es cierto que Malada no poseía alas para volar. Sin embargo, tenía puestos los ojos en el cielo, persiguiendo en qué horizonte caerían las últimas gotas de las nubes. La tierra, el cielo y los animales se reunían con esmero bajo la senda nómada de Malada.
Mujer ya de edad avanzada, no mostraría atisbo alguno de desilusión en el rostro a pesar de la difícil tarea que se le había encomendado. En cambio, las huellas de los años eran más que evidentes en el enjuto cuerpo tostado por el sol y las soledades. El tiempo le había enseñado que los infortunios de la vida  en el desierto solo se podrían superar con la constante movilidad de un lugar a otro, excepto en días cálidos, cuando la sombra y el agua se convirtiesen en un vergel desconocido. Malada beatifica el alma con tranquilidad para poder superar las inclemencias que imponía, a veces, la naturaleza del desierto. Una mujer descomunal. Se llamaba Malada.

SOBRE LOS AUTORES

Sukina Aali-TalebHija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.
Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.
Bahia Mahmud AwahBahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.
Willy VeletaWilly Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.
Liman BoichaLiman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.
Larosi HaidarLarosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

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