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No sabemos qué chispa le sirvió a Cormac McCarthy para escribir La carretera, pero sí recordamos descubrir aquel libro de tapas duras con tipografía desgastada en la cubierta, una especie de polvo en suspensión sobre un fondo negro, como si el ejemplar hubiera estado guardado en el sótano de una casa largo tiempo abandonada y reclamara un soplido antes de empezar a leerlo.
Apenas doscientas páginas escritas en pequeños fragmentos, mucho silencio entre medias, elipsis. “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado”, comienza. Algunas palabra del primer fragmento: tenebrosas, tinieblas, gris, pestilentes, húmedas, engullidos. “Se levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame. Debía de ser el mes de octubre pero no estaba seguro. Hacía años que no usaba calendario. Irían hacia el sur. Aquí era imposible sobrevivir un invierno más”.
Es el estilo McCarthy: adopta un ritmo como de respiración agitada, casi sin pausas, se tira una página describiendo fríamente algo y después encadena tres adjetivos que multiplican todo por mil: árida, silenciosa, infame.
Era 2007 y apenas habían pasado veinte años desde el final de la Guerra Fría y su amenaza de destrucción global, un par de años desde que Al Gore pusiera (más o menos) el cambio climático en la agenda internacional con el documental Una verdad incómoda, y justo en ese momento iba a estallar la conocida como Gran Recesión, aquel timo del mercado especulativo en el que algunos perdieron la inocencia, otros la dignidad y la mayoría un horizonte de bienestar.
Cuando todavía estamos pagando esas deudas, nos encontramos con otra adaptación de La carretera. Otra porque, casi inmediatamente, John Hillcoat la adaptó al cine con Viggo Mortensen y Guy Pearce como protagonistas, Nick Cave y Warren Ellis en los aullidos sonoros y Javier Aguirresarobe en una fotografía que marcaría el recuerdo que tenemos de la película y de lo postapocalíptico en general, si dejamos fuera la siempre soleada Mad Max: como diría Pumares, una infinita gama de grises.
Posiblemente muchas de las novelas de McCarthy tienen que ver con el futuro, de cómo la irrupción del mal acaba con las promesas, lo convierte en un abismo al que es mejor, pero inevitable, no mirar. Era ya evidente en aquellas de proscritos a caballo cruzando fronteras, mucho más en No es país para viejos y en la que podríamos decir que es su continuación, La carretera: el futuro como algo terrorífico, pero que aún así no queda más remedio que vivir.
Hay que tener ganas de meterse otra vez en esta historia tan desoladora. Lo hemos hecho. Ha sido como vivir una tarde de invierno que llueve y estás en la calle en una ciudad que desconoces, te has empapado, te quitas la ropa en el baño de un bar para secarte un poco el cuerpo y luego tienes que volvértela a poner. Esa sensación. Lo volveríamos a hacer.
Esta versión de La carretera es un cómic creado de principio a fin por Manu Larcenet, quien ya nos conquistó con la adaptación de El informe de Brodeck, la novela de Philippe Claudel. Larcenet versiona el texto –predomina más el silencio que la palabra–, dibuja y colorea: utiliza una paleta de catorce variaciones coloridas de gris, un recurso dramático y expresivo que convierte esta obra en algo para guardar y volver a ella una y otra vez.
Larcenet es absolutamente fiel al espíritu de la novela: esa obcecación por el futuro, por llegar a alguna parte en la que la supervivencia sea –al menos– incierta, el tono moral de los protagonistas, el ambiente de cazadores-recolectores enfrentados entre sí (la Prehistoria teñida de todos los efectos de la Historia), la errancia como único destino, la proliferación de creencias atroces (Joseph Conrad estaría orgulloso de esto), el peso de lo no dicho, el carácter episódico de la narración, la existencia de la esperanza como un modulador o un multiplicador de la desazón.
El polvo en suspensión de aquella cubierta negra es aquí el elemento en el que se desarrolla la vida. Sus viñetas a veces parecen grabados de Goya, otras asoma el gótico americano, y siempre Larcenet, con esa manera de retratar la épica de pequeños seres enfrentados a la Historia con mayúscula.
Una obra también con mayúscula. La carretera, libro de la semana.
Lo que pasa en Corsarias
Pasó el Día del Libro y un año más te damos las gracias muy fuerte porque volvió a ser un día fantástico en lo de sentirse apoyados e incluso queridos y también provechoso en lo comercial, que no deja de ser importante.
Este fin de semana termina abril, en lo que a nuestros encuentros se refiere. Esta tarde, segunda jornada del encuentro anual de poetas Iguanas Vivas. Con Helena Pagán como maestra de ceremonias tenemos hoy aquí a Juan de Salas, autor de Los reales sitios, y Luis Díaz, con su libro Los bloques naranjas. 19:30h.
Mañana, a las siete de la tarde, turno para Reyes Navas, autora de la novela De tres a cinco minutos, una mirada a la maternidad y la culpa. “Un libro estremecedor. Contenido y terrible. Una voz indefensa y llena de culpa, vulnerable pero dolorosamente consciente”, en palabras de Marta Sanz. La acompaña la editora Sonia López Baena.
Y como mayo ya está ahí, aquí tienes todos los Encuentros Corsarios del mes. Es tiempo propicio para la novela negra, gracias a la colaboración con el Congreso de Novela y Cine Negro de la Universidad de Salamanca, que llega ya a su vigésima edición y sus directores, Àlex y Javier, además presentan nuevo libro. Y, como siempre, mucho más. Algunos nombres: Mariana Sández, Juan Pablo Villalobos, Claudia Piñeiro, Alicia Giménez Barlett, Juan Díaz Canales, Rubén Lardín, Javier Sáez de Ibarra, Daniel Ruiz, Montse Bizarro, Magalí Etchebarne, Eduardo Ruiz Sosa, Sabina Urraca, Miqui Otero o Mauricio Wiesenthal.
Para la gente menuda, un taller muy especial de Ellen Duthie, artífice de la editorial Wonder Ponder, sobre un libro titulado Así es la muerte: momento para hacer preguntas y pensar. Recomendado para niñas y niños en torno a los siete años y de ahí para arriba.
Y nos visita para conversar el librero Joan Flores Constans, dentro de ese programa en el que gente de otras librerías que admiramos vienen a conocer y participar en nuestra casa.
Va a estar muy bien este mes.
No sabemos qué chispa le sirvió a Cormac McCarthy para escribir La carretera, pero sí recordamos descubrir aquel libro de tapas duras con tipografía desgastada en la cubierta, una especie de polvo en suspensión sobre un fondo negro, como si el ejemplar hubiera estado guardado en el sótano de una casa largo tiempo abandonada y reclamara un soplido antes de empezar a leerlo.
Apenas doscientas páginas escritas en pequeños fragmentos, mucho silencio entre medias, elipsis. “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado”, comienza. Algunas palabra del primer fragmento: tenebrosas, tinieblas, gris, pestilentes, húmedas, engullidos. “Se levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera y en cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame. Debía de ser el mes de octubre pero no estaba seguro. Hacía años que no usaba calendario. Irían hacia el sur. Aquí era imposible sobrevivir un invierno más”.
Es el estilo McCarthy: adopta un ritmo como de respiración agitada, casi sin pausas, se tira una página describiendo fríamente algo y después encadena tres adjetivos que multiplican todo por mil: árida, silenciosa, infame.
Era 2007 y apenas habían pasado veinte años desde el final de la Guerra Fría y su amenaza de destrucción global, un par de años desde que Al Gore pusiera (más o menos) el cambio climático en la agenda internacional con el documental Una verdad incómoda, y justo en ese momento iba a estallar la conocida como Gran Recesión, aquel timo del mercado especulativo en el que algunos perdieron la inocencia, otros la dignidad y la mayoría un horizonte de bienestar.
Cuando todavía estamos pagando esas deudas, nos encontramos con otra adaptación de La carretera. Otra porque, casi inmediatamente, John Hillcoat la adaptó al cine con Viggo Mortensen y Guy Pearce como protagonistas, Nick Cave y Warren Ellis en los aullidos sonoros y Javier Aguirresarobe en una fotografía que marcaría el recuerdo que tenemos de la película y de lo postapocalíptico en general, si dejamos fuera la siempre soleada Mad Max: como diría Pumares, una infinita gama de grises.
Posiblemente muchas de las novelas de McCarthy tienen que ver con el futuro, de cómo la irrupción del mal acaba con las promesas, lo convierte en un abismo al que es mejor, pero inevitable, no mirar. Era ya evidente en aquellas de proscritos a caballo cruzando fronteras, mucho más en No es país para viejos y en la que podríamos decir que es su continuación, La carretera: el futuro como algo terrorífico, pero que aún así no queda más remedio que vivir.
Hay que tener ganas de meterse otra vez en esta historia tan desoladora. Lo hemos hecho. Ha sido como vivir una tarde de invierno que llueve y estás en la calle en una ciudad que desconoces, te has empapado, te quitas la ropa en el baño de un bar para secarte un poco el cuerpo y luego tienes que volvértela a poner. Esa sensación. Lo volveríamos a hacer.
Esta versión de La carretera es un cómic creado de principio a fin por Manu Larcenet, quien ya nos conquistó con la adaptación de El informe de Brodeck, la novela de Philippe Claudel. Larcenet versiona el texto –predomina más el silencio que la palabra–, dibuja y colorea: utiliza una paleta de catorce variaciones coloridas de gris, un recurso dramático y expresivo que convierte esta obra en algo para guardar y volver a ella una y otra vez.
Larcenet es absolutamente fiel al espíritu de la novela: esa obcecación por el futuro, por llegar a alguna parte en la que la supervivencia sea –al menos– incierta, el tono moral de los protagonistas, el ambiente de cazadores-recolectores enfrentados entre sí (la Prehistoria teñida de todos los efectos de la Historia), la errancia como único destino, la proliferación de creencias atroces (Joseph Conrad estaría orgulloso de esto), el peso de lo no dicho, el carácter episódico de la narración, la existencia de la esperanza como un modulador o un multiplicador de la desazón.
El polvo en suspensión de aquella cubierta negra es aquí el elemento en el que se desarrolla la vida. Sus viñetas a veces parecen grabados de Goya, otras asoma el gótico americano, y siempre Larcenet, con esa manera de retratar la épica de pequeños seres enfrentados a la Historia con mayúscula.
Una obra también con mayúscula. La carretera, libro de la semana.
Lo que pasa en Corsarias
Pasó el Día del Libro y un año más te damos las gracias muy fuerte porque volvió a ser un día fantástico en lo de sentirse apoyados e incluso queridos y también provechoso en lo comercial, que no deja de ser importante.
Este fin de semana termina abril, en lo que a nuestros encuentros se refiere. Esta tarde, segunda jornada del encuentro anual de poetas Iguanas Vivas. Con Helena Pagán como maestra de ceremonias tenemos hoy aquí a Juan de Salas, autor de Los reales sitios, y Luis Díaz, con su libro Los bloques naranjas. 19:30h.
Mañana, a las siete de la tarde, turno para Reyes Navas, autora de la novela De tres a cinco minutos, una mirada a la maternidad y la culpa. “Un libro estremecedor. Contenido y terrible. Una voz indefensa y llena de culpa, vulnerable pero dolorosamente consciente”, en palabras de Marta Sanz. La acompaña la editora Sonia López Baena.
Y como mayo ya está ahí, aquí tienes todos los Encuentros Corsarios del mes. Es tiempo propicio para la novela negra, gracias a la colaboración con el Congreso de Novela y Cine Negro de la Universidad de Salamanca, que llega ya a su vigésima edición y sus directores, Àlex y Javier, además presentan nuevo libro. Y, como siempre, mucho más. Algunos nombres: Mariana Sández, Juan Pablo Villalobos, Claudia Piñeiro, Alicia Giménez Barlett, Juan Díaz Canales, Rubén Lardín, Javier Sáez de Ibarra, Daniel Ruiz, Montse Bizarro, Magalí Etchebarne, Eduardo Ruiz Sosa, Sabina Urraca, Miqui Otero o Mauricio Wiesenthal.
Para la gente menuda, un taller muy especial de Ellen Duthie, artífice de la editorial Wonder Ponder, sobre un libro titulado Así es la muerte: momento para hacer preguntas y pensar. Recomendado para niñas y niños en torno a los siete años y de ahí para arriba.
Y nos visita para conversar el librero Joan Flores Constans, dentro de ese programa en el que gente de otras librerías que admiramos vienen a conocer y participar en nuestra casa.
Va a estar muy bien este mes.
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