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Valdría la pena hacer una pequeña nota antes de comenzar a hablar de este libro: ha llegado a mí por Fitta, que me lo ha regalado con las siguientes palabras: “nos vamos haciendo viejos y el tiempo todo lo disuelve. Hasta ahora que escribo esto y ya se me va olvidando”. Modiano, unas páginas adelante, cita de Debord: “a mitad del camino de la verdadera vida nos rodeaba una adusta melancolía, que expresaron tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud perdida”. Hay, detrás de ambas notas, una intención clara que conecta con el poema de Biedma: Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra. Lo que queda, entonces, de la vida, de ese breve argumento, son un montón de recuerdos. Escribiera Silvina Ocampo: ¡Memoria! ¡Cómo me has hecho sufrir! En el café de la juventud perdida es, así, una novela que transcurre en ese sufrimiento: una mujer, Louki, nacida Jacqueline Delanque, persiste como un eterno retorno para todos aquellos que la conocieron:
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