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A ellos y a los tardígrados recurre el escritor argentino Michel Nieva, en su ensayo Ciencia ficción capitalista, con la intención de ilustrar cómo la fantasía colonialista del neocapitalismo se está dirigiendo hacia la conquista del espacio exterior (y a tantos otros temas propios de la literatura de ciencia ficción) para solucionar asuntos como el cambio climático, la mortalidad humana, o el agotamiento de los recursos terrestres. El capitalismo tecnológico, nos explica Nieva, se presenta a sí mismo como la única posible solución contra los desastres que él mismo ha generado, en una «irresoluble aporía: que el mismo capitalismo puede solucionar con más capitalismo las mismas crisis que el propio sistema provocó, y puede colonizar otros planetas con las mismas tecnologías que destruyeron este».
Nieva nos muestra con gran acierto cómo la ciencia ficción ha alimentado –y en muchos casos profetizado– el devenir del capitalismo tecnológico. O, lo que es lo mismo, cómo el capitalismo se ha apropiado de la imaginería y el lenguaje de este género. Los ejemplos de cómo la ciencia ficción capitalista ha trasladado al mundo de las finanzas la especulación propia de la literatura son numerosos: del metaverso de Zuckerberg, por ejemplo (que, junto con otros hitos como la Wikipedia, ya aparecía en la novela de 1992 de Neal Stephenson Snow Crash), a los ascensores espaciales que actualmente la NASA está estudiando y que ya aparecían en Las fuentes del paraíso de Arthur C. Clarke (autor que planteó por primera vez la posibilidad de que los satélites se podían usar para transmitir información), pasando por algunos ejemplos más antiguos como el caso del helicóptero (presente en la novela Robur el conquistador de Verne) o el colchón de agua, inventado antes por Robert Heinlein en Más allá del horizonte.
Uno de los aspectos más reveladores del libro, sin embargo, son las múltiples conexiones entre esta ciencia ficción capitalista y el brutal colonialismo sufrido por los pueblos indígenas. Si pensamos en cómo se arrasaron comunidades enteras, contaminándolas con microorganismos que causaron pandemias devastadoras (viruela, varicela, sarampión, tuberculosis, gripes, etc.), el caso de los tardígrados subraya aquello que nos dice Nieva: «Cuando los multimillonarios sueñan una sobrevida al ya inevitable capitalismo mediante una conquista del espacio o una colonización espacial, es inevitable que no emerjan de esas palabras los siglos de fuego, sangre y saqueo que dieron origen al sistema capitalista: la conquista y colonización de América».
Así, el autor nos remite a la sabiduría indígena y a su cosmovisión como una solución posible: «Porque si la ciencia ficción capitalista forma parte de una larga historia que conecta la colonización de nuevos planetas con la de América, y la destrucción de mundos indígenas con el arrasamiento total de la Tierra, solo la descolonización y el devenir indígena puede salvarnos, y no la repetición de las violencias ancestrales que perpetúan los multimillonarios de Silicon Valley».
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