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Nos permitimos la osadía de escribirte a estas alturas porque nos consta tu afición por lo epistolar y porque, en fin, somos prácticamente vecinos. ¿Corrías y jugabas de niña por la plaza de San Boal? Nos cuesta imaginarnos este rincón sin todos estos edificios altísimos que construyeron en estas calles en los años cincuenta, esos farallones que convirtieron esta plaza casi en un patio de luces con palacio dentro. Claro que para esa época de tanto desarrollo vertical, tú ya te habías ido de casa.
En este cachito de la ciudad estamos. No pudimos conocernos, llegamos más tarde, hace sólo diez años. De hecho, 14 de marzo, hoy cumplimos diez años. Tal día como hoy, que se dice.
Esta ciudad, buen tema ese. Leemos en la biografía que sobre ti ha escrito José Teruel que anotaste en un cuaderno de 1974: “Cuando quise escapar de Salamanca, ¡cómo iba a sospechar que Madrid se convirtiera también en ratonera!”. “Muy equivocado estás si piensas que voy a discutir contigo todas las arbitrarias afirmaciones que haces con respecto al ambiente salmantino”, le escribiste con cierta tirantez en una de tus primeras cartas a Rafael Sánchez Ferlosio, quien parece que miraba a la provincia por encima del hombro capitalino. Con Salamanca sólo me meto yo, que para eso soy de allí, parecías decir.
La ciudad vieja como el lugar del que huir o quedarse. Te copiamos aquí aquellos versos de Aníbal Núñez, un poeta que no se fue y que la ciudad ha hecho siempre como si no estuviera. “No, aquí nada es disperso: aquí callamos / todos alrededor de un mármol nada mítico / pensando en los viajes que no haremos, / mostrando gestos desapasionados; / aunque, ocultos por la conversación, / se oirían los corazones si un silencio se hiciera, / si un ángel de glaciales vestiduras pasara”. El poema se titula Sobre el antiguo tema de dejar la ciudad (Alzado de la ruina, 1983).
Sabemos ahora que el primer título que barajabas para tu premiada Entre visillos fue La charca. La Salamanca de la posguerra como una idea del lugar estancado, de un ecosistema cerrado y sin oxígeno, un destino que era cualquier cosa menos grande y libre. Un territorio lleno de silencios que sí se hicieron –que no se enteren de que a tu tío Joaquín lo fusilaron los fascistas en Ciudad Rodrigo–, un silencio donde atronaba hacia dentro el latido de esas chicas raras que tan bien definiste a partir de la Andrea de Carmen Laforet: “En mantener a salvo su inteligencia y aprender a aguzar sutilmente la mirada ha consistido su crecimiento”, decías del personaje de Nada.
Así que te fuiste, cómo no. Perdimos una vecina, tal vez una catedrática de Filología, y ganamos una escritora. En una vida con tantas pérdidas y tan dolorosas, hay que ver con qué persistencia te abrazaste a la literatura y cómo la convertiste en un acto tan limpio de comunicación con los lectores y contigo misma, una fuente de misterio, en algo que nadie te podía arrebatar. Esa manera tuya de fijar lo inaprensible: el tiempo, lo vivido y lo soñado, los deseos. Da igual que sea un ensayo, una novela, una conferencia o los apuntes de tus cuadernos: es esa voz tuya. Cómo convertiste lo íntimo en los recuerdos de todos. Miramos fotos antiguas y te vemos con tus compañeras del instituto público o a la puerta de Anaya, con ese hambre por vivir, y recordamos esa frase que te escribió Belén Gopegui: “Cada uno de tus libros es un manual sobre cómo se fabrican el arrojo y la osadía”.
Regresarías evocando la ciudad bajo la forma de la nostalgia de quien partió, que es algo taaan salmantino ya desde que Cervantes dijera aquello de que “enhechiza la voluntad de volver a ella”. ¿Encontrabas aquí un tiempo detenido que te remitía a los momentos donde la vida aún no había depositado sobre ti las cargas y los golpes? ¿Un bálsamo? A nosotros no nos ha dado tiempo a sentir esa nostalgia, quizá algún día, aunque parece difícil viviendo aquí de continuo. Y si en tu obra se dieron simultáneamente el rechazo y la añoranza hacia la ciudad, nosotros siempre vamos a elegir el punto en el que se cuestiona y construye el presente, que del pasado ya estamos demasiado servidos.
Verás que este año se te rendirán tributos y homenajes aquí. ¡Un centenario! Ya sabes cómo va esto de la oficialidad, o casi nada o todo de golpe. Le han puesto tu nombre a una biblioteca nueva, eso te hubiera alegrado mucho. No es esta una ciudad que tenga muy presente la memoria de sus artistas y sus interpretaciones complejas, parece que estamos a otras cosas más sencillas de vender. Nosotros no somos muy de homenajes, ya escribirte esto nos parece un dispendio. Tenemos tus libros siempre aquí, eso sí: llamémoslo a esto el mejor homenaje que se le puede ocurrir a un librero.
Pero algo sí que tenemos que decirte. Cuando eras una joven universitaria, una empollona decías tú, amante del teatro, el cine y los descubrimientos literarios, tu padre te definía como “resuelta, brillante y divertida”. Chicas así, Carmen, como tú, aquellas que entonces eran raras porque no se las veía, sepultadas por una cultura castrante, pasan por esta librería a diario. Eligen, leen, toman partido. Se oirían sus corazones si un silencio se hiciera. Y ese es el ritmo que queremos seguir nosotros. De alguna manera, citando otra vez a Gopegui, “sigues apareciendo sin fantasma”.
Se nos ocurrió expresar así las sensaciones después de leer Carmen Martín Gaite. Una biografía, de José Teruel, Premio Comillas 2025 y libro de la semana.
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