viernes, 21 de marzo de 2025

El poeta y el tiempo Marina Tsvietáieva Recuperamos el libro que introdujo la obra en prosa de la poeta en España.

https://www.anagrama-ed.es/libro/compactos/el-poeta-y-el-tiempo/9788433921994/CM_837 ¿En qué se parecen un poeta y un niño? A esta pregunta han intentado responder durante años los críticos y los escritores. En Sobre la poesía ingenua y poesía sentimental, Friedrich Schiller distinguía el poeta «ingenuo», aquel que es espontáneo y natural como una criatura, del poeta «sentimental», más reflexivo. La poesía pura, decía Schiller, es aquella que tiene algo de ingenuo. Está claro: hay que hacer caso a los niños. El romántico William Wordsworth señalaba la conexión especial que surge en la infancia con lo divino y lo trascendental. Y Arthur Rimbaud, que dejó de escribir poemas a los veinte años, encarnó como nadie la idea de que el poeta adolescente tiene algo único, inigualable. Sin embargo, fue la poeta rusa Marina Tsvietáieva quien escribió, en El poeta y el tiempo, una de las mejores reflexiones sobre esta relación. A menudo, poeta y niño son comparados por su inocencia, nos cuenta: les une aquella mirada cándida y crédula hacia el mundo, como si no supieran de nada. Pero para ella, lo que los une de verdad no es eso, sino la irresponsabilidad, el atrevimiento que no conoce los límites. Irresponsables en todo menos en una cosa: el juego. Poetas y niños, sean de donde sean y vengan de donde vengan, se toman su juego como la gesta más trascendente del universo. Esa imagen de una criatura protegiendo su castillo sin miedo o defendiendo a los suyos en los universos imaginarios es el símbolo más idóneo para representar el poeta cuando se dispone a escribir. «Ni en el momento de morir seremos más serios», sentencia Tsvietáieva. La poeta rusa convirtió esta divisa en una forma de vida: huida después de la Revolución Rusa de 1917, de la cual fue muy crítica, vivió una vida en el exilio, probó de ser reconocida en París, no se adhirió nunca a ninguna escuela ni tendencia poética y regresó a su país con la promesa del perdón, pero el estalinismo asesinó a su marido y ella se acabó suicidando. La poesía fue lo único que, en vida, la salvó: en el cuestionario ficticio que ella misma responde al inicio de El poeta y el tiempo, escribe que «si tuviera escudo, grabaría en él: "Ne daigne", que significa "No te dignes"». Como el niño irreverente que no calla cuando se lo piden los mayores o que desobedece constantemente el designio de sus padres, Tsvietáieva escribió que no accedería a nada, que no consentiría a nadie, que nunca seria condescendiente con el deseo impuesto de los otros. Puede que esa sea la labor del poeta. Hoy, que celebramos el Día Mundial de la Poesía, esta reflexión de Tsvietáieva nos recuerda, como afirmaba Rainer Maria Rilke en las Cartas a un joven poeta, en las que escribía consejos a Franz Xaver Kappus, escritor primerizo que había enviado sus poemas al consagrado Rilke pidiéndole opinión, que para el poeta no hay pobreza ni lugar indiferentes: que, como el niño, el poeta sabe mirar. Seriamente, pero sin dejar de jugar. Y ver, allí donde los demás no ven, reinos, dinastías y verdades resplandecientes.

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