miércoles, 28 de mayo de 2025

Ignacio Vlemin

https://www.labellavarsovia.com/rincones-de-ambigua-geometria/ «Haré un poema de la pura nada: / no tratará de mí ni de otra gente, / no celebrará amor ni juventud / ni cosa alguna, / sino que lo compondré mientras duerma / a lomos de un caballo.» Cada vez que vuelvo a leer la cita de Guillermo el Trovador que abre Rincones de ambigua geometría me parece imposible que sea del siglo XII. No suelo sentir un interés especial por los textos metaliterarios, y, sin embargo, lo que se propone el duque de Aquitana es exactamente lo que yo me propongo cuando me siento a escribir un poema. ¿Por qué recurro a la poesía para contar esta historia? ¿De qué puede hablar la poesía? No tengo una respuesta clara. Quizá trate de aproximarme a lo que queda en los márgenes del lenguaje: aquello que se desvanece como los sueños y los recuerdos. En su afán por expresar lo inefable el poeta avanza dando palos de ciego, con la sensación de que todavía tiene que dar con el poema. Pero sabe que en el momento que lo toque, se desmoronará como un castillo de naipes. Lo más interesante que les sucede a los personajes de Rincones de ambigua geometría está encriptado en el blanco de las páginas. Es eso que cada lector comprenderá a su manera cuando haga suyas las palabras, y que incluso a mí se me escapa. «Tal vez haya cambiado la forma de comprar / pero no la de ser caritativo.» Mientras escribía Rincones de ambigua geometría, me pregunté si no se trataba de un libro que nacía ya viejo. Estuve a punto de abandonar el proyecto, porque a mí alrededor veía que las compras digitales iban sustituyendo los hábitos de consumo tradicional. Quizá las nuevas tecnologías acabarían con los centros comerciales. Estos escenarios del progreso, que habían surgido a mediados del siglo XX, se convertirían en ruinas. Fue entonces cuando me interesaron todavía más. Cuando caminamos por los foros de Roma, sentimos que no hemos cambiado tanto en 2000 años. La forma es distinta, pero el fondo sigue siendo el mismo. Hay algo en el comercio que parece una verdad antropológica. «Hay una norma no escrita en el contrato / pero imaginada por cualquier trabajador: / no robarás / no llorarás / no besarás.» La manera de comportarnos en sociedad está perfectamente pautada. A veces no se trata de una prohibición explícita, sino del concepto de decoro. Mis profesores de historia del arte me explicaban, asombrados, que Caravaggio se atrevió a pintar los pies sucios de los pobres. En ningún lugar estaba escrito que aquello no se pudiera hacer, pero los comitentes de sus cuadros se escandalizaban al ver el resultado. ¿Cómo podía estar la Virgen rodeada de esos desarrapados? Eso es precisamente el decoro: aunque no esté prohibido, no debes expresar tus emociones, no debes expresar tus deseos. Mis personajes se sienten constreñidos por este concepto, aunque, quizá ellos no lo sepan, tienen muy claro lo que no van a mostrar y por eso buscan subterfugios. A lo mejor por este motivo he sentido la necesidad de escribir sobre ellos. Me interesan las personas que tienen contradicciones e inseguridades, que son frágiles pero encuentran la manera de sobrevivir. Al fin y al cabo todos buscamos la manera de sobrevivir.

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